Caza menor: levaduras salvajes | (Wild Yeast 101)

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El año que viene, el concurso anual que la ACCE organizará en el marco de la reunión/congreso que se celebrará en Burgos, tiene como foco protagonista el estilo Sour, o más concretamente el grupo 28 de la BJCP 2015, American Wild Ale, que engloba los estilos Brett Beer, Mixed-Fermentation Sour Beer y Wild Specialty Beer. Como es lógico, los avezados jombrigüeres han empezado a investigar estos estilos, y todas las posibilidades que el mundo del “más allá” de las saccharomyces comerciales nos ofrece.

En los últimos días, este post de mutedog.beer [¡plink!] ha dado mucho que hablar entre mi núcleo cervecero habitual, una vez que nuestro amigo Bombolla nos los descubrió vía Facebook. Por lo espectacular, curioso, útil y divertido del asunto, he decidido traducirlo al castellano para darle más difusión entre quienes se atragantan un poco con el lenguaje bárbaro de las islas británicas. Dicho queda que la autoría total del siguiente texto, no me pertenece, aunque como usualmente hago, las traducciones tienden a tener parte de adaptación personal.

El 5 de marzo de 2016, dentro de la programación de la Pacific-NorthWest Homebrewers Conference (PNWHC), el bloguero Matt Spaanem, de mutedog.beer (blog altamente recomendable) dio una charla acerca de cómo ‘cazar’ levaduras salvajes para usarlas en nuestras fermentaciones caseras. La charla en sí se puede disfrutar (en inglés) en youtube [¡plink!], pero el bueno de Matt ha tenido el detalle de dejarnos también por escrito las indicaciones necesarias, para quienes prefieran leer y no visionar vídeos de 40 minutos.

¿A qué llamamos ‘levadura salvaje’?

Se suele decir que las cervezas elaboradas con brettanomyces tienen ‘levadura salvaje’ (o “wild yeast”, el término en inglés), e incluso la levadura comercial de White Labs “WPL644 Trois” fue vendida al principio como una cepa brett, pero finalmente se descubrió que era saccharomyces y ahora se vende como “saccharomyces salvaje”. La reflexión es que si estás comprando una cepa de levadura salvaje a un laboratorio que la comercializa… ¿es realmente una levadura salvaje?

Si la compras, eres consciente de lo que estás comprando, así que hay pruebas previas y sabes, en teoría, cómo se va a comportar y prever de algún modo los resultados que esa levadura va a tener en tu mosto. Quizás la levadura en cuestión haya sido una levadura salvaje en algún momento de su existencia, pero bajo este prisma, la conclusión de Matt es que ya no lo es. Y por tanto, la definición más correcta según este bloguero es que “la levadura salvaje es la levadura que viene directamente del medio salvaje”.

¿Dónde encontrar levaduras salvajes?

El mejor sitio para encontrar levaduras salvajes es la fruta. Como todos sabemos, a la levadura le gusta el azúcar, y como la fruta, generalmente, suele ser rica en azúcares, parece lógico pensar que ahí podemos encontrar levaduras en grandes cantidades. Algunas frutas de las que Matt ha sacado levadura han sido: dátiles, bayas de enebro, cerezas, uvas y manzanas. Pero otras buenas opciones serían las frambuesas, zarzamoras, arándanos o ciruelas. Los sitios donde se hacen zumos naturales sin pasteurizar son también un buen sitio dónde buscar, simplemente compra el zumo, ponlo en el fermentador, ajusta el airlock y deja correr el tiempo; aunque en España este tipo de granjas brillan por su ausencia.

Si lo que quieres es ‘cazar’ algún tipo de levadura para aportarle algún tipo de terroir de un área determinada (el pueblo de tus abuelos, por ejemplo), lo más recomendable es usar frutas recolectadas directamente de dicho área, ya sea de un cultivo propio o de confianza. Como último recurso, compra la fruta en una tienda que presuma de tener productos ecológicos, que no haya sido tratada con pesticidas ni procesada de alguna manera, porque eso dificultaría la ‘caza’ de levaduras.

Las verduras son otra buena fuente de levaduras salvajes, aunque el problema es que es más probable encontrar bacterias que con las frutas. Piensa, por ejemplo, en el chucrut, que para hacerlo solo tienes que picar la col, añadirle sal y dejarlo fermentar, puesto que hay un montón de lactobacillus en la col. El jengibre y sus primos (la cúrcuma y el galangal o jengibre azul) suelen tener una gran cantidad de microbios útiles, incluyendo saccharomyces, brettanomyces, lactobacillus e inclusos algunos mohos útiles.
Las flores son otra opción para conseguir levaduras salvajes, especialmente si es primavera y no hay ninguna fruta local en temporada. Las más recomendables son las flores comestibles, como las flores de los manzanos, ciruelos, cerezos o melocotoneros, e incluso las rosas.

La miel pura (y sin pasteurizar, claro) es otra de las fuentes principales para levaduras salvajes…. Tú dirás… ¿pero no era la miel anti-microbiana? Pues sí, en cierto modo sí que lo es, pero la principal razón de que no se eche a perder ni se vea afectada por los microbios es la alta concentración de azúcar que tiene, que le sirve como protección. El azúcar absorbe la humedad de cualquier microbio que caiga en ella, provocando que queden inactivos (o mueran). Pero los que no han muerto, están latentes, en espera a que las condiciones cambien a un perfil más favorable, o lo que es lo mismo, que el azúcar se diluya (y la humedad aumente).

Y otra (sorprendente) fuente de levadura salvaje son los insectos. Recientemente he leído cómo la saccharomyces es capaz de pasar el invierno en el estómago de avispas reinas [¡plink!], y unas horas más tarde he encontrado una avispa descansando, a la que atrapé ya que justamente tenía que preparar algunos starters aquella misma noche, así que lo tomé como una señal de Dios. Puse la avispa en un starter, el cual fermentó vigorosamente (aunque no la he usado para hacer cerveza, todavía).

Aunque por encima de todos estos métodos, está el clásico de fermentar al aire libre, lo que indudablemente hará que caigan las levaduras salvajes en el mosto. Las cervezas tipo lambic y otros estilos belgas utilizan este método, y algunas cervecerías americanas también han empezado a imitar estos procesos. Por mi parte, no he hecho muchas elaboraciones de este tipo (y he tenido un buen resultado la única vez que lo he hecho), pero por lo que otras personas me cuentan, es una buena manera de cazar bichitos.

El método fácil para ‘cazar’ levaduras

Una vez hayas decidido de dónde quieres sacar tu levadura, llamémosle a partir de ahora “la fuente” y has conseguido dicha fuente, ¿cómo haces para que dicha levadura pueda fermentar tu cerveza? En esencia, el procedimiento tiene dos pasos: hacer un starter, y añadir la fuente. Sin embargo, hay algunas cositas que hay que hacer un poco diferentes a un starter habitual, y que vamos a ver a continuación.

Si lo que quieres es ‘cazar’ sólo levaduras y no bacterias (cuando decimos levaduras, hablamos tanto de saccharomyces como de brettanomyces), lo ideal es hacer un starter debidamente lupulizado, añadiendo unos pocos pellets al starter antes de hervirlo. No tienes que alcanzar ninguna cantidad mínima de IBUs, no se trata de eso, pero los lúpulos inhibirán los lactobacillus incluso si los echas sin hervir. Asegúrate de que el starter tiene suficiente densidad para acabar con más del 2% de alcohol después de fermentarse (una densidad de aproximadamente 1,030 debería bastar), lo cual matará a las bacterias intestinales. Es recomendable añadir nutrientes al starter para que la levadura tenga comida extra y aumentar su viabilidad. Remueve bien u oxigena el mosto de alguna otra manera antes de añadir la fuente, puesto que el oxígeno (como ya sabemos) es vital para la reproducción de la levadura en esta fase.

Cuando tengas listo el starter, añade la fuente. Si estás usando el método de fermentación al aire libre, vierte el mosto en un recipiente poco profundo, y con superficie ancha (para tener más superficie de acción) y cúbrelo con una gasa para que no caigan bichos (evidentemente, aquellos bichos que se ven sin microscopio) y déjalo a la interperie al menos 3 o 4 horas, y no más de 24. Es mejor un período corto de tiempo, ya que se minimiza la exposición al oxígeno y reduce las probabilidades de capturar mohos. El siguiente paso es devolver el mosto a tu frasco habitual o erlenmeyer, poner el airlock y no menearlo ni airearlo ni por asomo, ya que un exceso de oxígeno en este punto, al usar este método, podría desarrollar mohos y bacterias acéticas con más facilidad.

La clave es la espera paciente. Matt asegura en su post haber tenido que esperar más de una semana antes de tener muestras de actividad visible de fermentación en algunos de los starters de pruebas.

Si te va la marcha y quieres cazar tanto levaduras como bacterias, entonces lo suyo es hacer un par de cosas de manera diferente. Principalmente, no te molestes en lupulizar el mosto del starter. Añade la fuente con alegría y no uses airlock, con poner un trozo de papel de aluminio, que permita un intercambio libre de aire. Intenta mantener el mosto fresquito, por debajo de los 15-16 °C (si puedes), ya que esto ayudará a que la levadura crezca junto a las bacterias, las cuales prefieren temperaturas más cálidas. Y como siempre, a esperar pacientemente.

Consideraciones de seguridad

Es importante tener claro que algunas cosas desagradables pueden crecer en el starter, y puede hacerte enfermar si te lo chimplas. Probablemente, habrás escuchado que no hay patógenos humanos que puedan crecer en la cerveza y eso es muy cierto a nivel general, pero sí pueden crecer en el mosto, y más concretamente, en el mosto de un starter en el que has inoculado a saber qué demonios, de la manera más alegre e inconsciente humanamente conocida. La razón por la que los jombrigüeres juegan a hacer cerveza de manera segura es porque suelen inocular una cantidad más que razonable de levadura al mosto, y el resto de bichejos inmundos no suelen encontrar una vía de desarrollo viable. Sin embargo, en este primer starter no estás poniendo una cantidad razonable de levadura (más bien lo contrario), y con total seguridad, estás añadiendo una buena cantidad de otros microbios, indeseables para nuestros propósitos.

Por lo tanto, es bueno hacer algunas cosas para reducir el riesgo de que ocurra algo de lo que acabamos de hablar.

  • Bajar el pH del starter a 4,5 o menos, previamente a la inoculación con la fuente de levadura. Con esto inhibiremos la E. Coli y la C. botulinum. El pH más corriente a la hora de hacer un mosto ronda el 5,0, así que no es muy complicado bajarlo a menos de 4,5.
  • También puedes fortalecer el mosto añadiendo algún licor neutro como el vodka, para conseguir un nivel de alcohol de más del 4%. Esto inhibirá a la E. Coli y matará en el acto a las bacterias intestinales.
  • También puedes mantener al starter durante un mes a temperatura ambiente (fuera de la nevera), lo que provoca la muerte de las E. Coli.
  • Puedes leer más detalles acerca de las precauciones sobre seguridad aquí: [¡plink!], en inglés.

Matt reconoce no haber hecho ninguna de estas cosas nunca (en parte, dice, porque no era consciente de todo esto hasta hace poco tiempo) y nunca se ha puesto enfermo, así que o bien no es tan fácil enfermar o bien ha tenido suerte. En cualquier caso, si eres propenso a las enfermedades (tienes un sistema inmunológico débil) o simplemente prefieres no tomar riesgos, es mejor que te quedes con las levaduras de laboratorio.

Y por si no quedase lo suficientemente claro, desde este blog llamamos a la responsabilidad de cada uno y no acepta reclamaciones ni quejas acerca de enfermedades. No vamos a entrar en el debate acerca de lo sano o insano que puede resultar todo esto ni de las bondades que tiene el hervido largo necesario en la elaboración (y que a la postre mata muchas de las bacterias que podamos haber cazado), quizás eso lo debatamos en un post más técnico.

¿Has ‘cazado’ algo bueno?

El siguiente paso, una vez se ha completado la fermentación de la fuente de levadura en tu mosto, es saber si lo que había ahí dentro es bueno o malo. Puede que, como ya hemos dicho, tengas que esperar un periodo de tiempo más o menos largo para que la mezcla fermente por completo, y tambien es posible (aunque poco probable, según las experiencias de los blogueros) de que no llegue a fermentar nunca. Si eso ocurre, obviamente habrá que desechar la mezcla, ya que lo que has cazado no va a resultar positivo para tu cerveza. Si has conseguido que fermente, asegúrate que ha fermentado por completo.

¿Ves que crezca moho? Si ves moho en tu starter, tíralo y empieza de nuevo. Aunque es verdad que algunos mohos no son malos, no tenemos medios para distinguir los malos de los buenos, así que es mejor y más seguro empezar de nuevo.

Una vez fermentado, ¿cómo huele? Si huele fatal, como a mierda, vómito o a pies, es más que probable que quieras prescindir de esos aromas en tu cerveza, así que deshazte del starter y empieza de nuevo. Si huele de manera agradable, es una buena señal, y vas por el camino correcto de haber cazado algo bueno. Así que el siguiente paso (sólo si huele bien y no crece moho) es ponerlo en la nevera, haciendo decantar la pseudo-cerveza, para poder darle un primer sorbo (pequeño, ¡por Dios!). Es evidente que no va a saber exactamente como una cerveza, pero puedes hacerte una idea. Si sabe bien entonces, probablemente, tienes algo bueno entre manos.

Habrás visto que a lo largo de la última parte del texto se ha dicho varias veces que es mejor tirar el starter y empezar de nuevo, y esto es así. La experiencia de Matt pasa por un 50% de tasa de éxito, pero hay muchos caminos al fracaso en estos experimentos, por lo que lo normal es hacer varias pruebas al mismo tiempo, para aumentar las posibilidades de éxito.

¡Al lío!

Llegado el punto en el que has cazado una cepa de levadura salvaje que apunta maneras, es el momento de avanzar en un tono más serio, que es inocularla en un lote grande. El proceso es bien sencillo, ya que simplemente hay que hacer un starter de igual modo que lo haría con la levadura comercial, aunque si quieres estar seguro de usar solamente levadura y evitar arrastrar bacterias, es recomendable seguir lupulizando el starter; no pierdes nada. Como siempre, encárgate de airear bien el mosto en este paso para asegurarte una buena tasa de reproducción.

Suelo usar este tipo de levaduras, recién capturadas, para hacer una receta de saison bastante estándar [¡plink!], pero esa es la elección de Matt, y ahí cada uno tendrá la última palabra. Si la cepa te da la impresión de aportar notas afrutadas, tal vez un estilo británico o americano sería más apropiado. Si tiene toques especiados o de brettanomyces lo ideal vendría a ser una saison o una farmhouse beer, algo más en plan cervezas lámbicas. Si resultara con olores como a chicle o a clavo, sería ideal para una wit o algún estilo típico de abadía. Si además de levaduras, quisiste cazar también bacterias y la cepa tiene notas ácidas, elabora una Berliner Weisse o una Gose. Elijas el estilo que elijas, la recomendación principal es elaborar uno que dé protagonismo a la levadura en detrimento del lúpulo, para poder evaluar las posibilidades de la levadura sin interferencias.

Sobre todo, ten en cuenta que probablemente este tipo de levadura salvaje va a tardar más en fermentar tu cerveza que una cepa comercial. Por la experiencia de Matt, lo suyo es darle a la cerveza un mínimo de dos semanas en primario, y algunas veces, al menos un mes (Matt reconoce que a veces es un poco vago para trasegar a secundario).

Cuando usas la levadura por primera vez, y estimas que ya ha alcanzado su atenuación máxima y no va a bajar más la densidad, es buena idea separar una parte del lote (entre 3 y 4 litros), colocarlo en una garrafa con airlock y dejarla tranquila durante al menos seis meses, solo para estar seguros de que ahí no estarán fermentando más cosas. Algunas veces, después de probar esta parte del lote, me he arrepentido de no haber dejado madurar el lote entero.

Con el resto del lote, lo que Matt dice hacer es embarrilarlo, y lo recomienda antes que embotellar, por la sencilla razón de que una cerveza sospechosa de contener algo más aparte de levadura, no tienes asegurada que la fermentación haya finalizado con garantías y corres un serio peligro al convertir tus botellas en bombas de relojería. Si no tienes medios para embarrilar, no te queda otro remedio que embotellar, pero toma las precauciones oportunas para evitar que las botellas, en el peor de los casos, formen un desaguisado. Una buena idea es ponerlas en la nevera una vez hayan pasado el periodo normal para carbonatar, pero sigue tratándolas con prudencia porque las temperaturas frías no son una garantía al 100% de detener la fermentación de algunas levaduras silvestres, las cuales pueden ser resistentes al frío.

Guarda el barrillo

Después del trasiego de la cerveza, pon el barrillo resultante de la fermentación en un tarro y guárdalo en la nevera. Ponle una etiqueta identificativa o pronto te olvidarás de lo que es. Matt reconoce tener dos tarros misteriosos en su nevera en estos días y es fácil que le pase a alguien más. Cuando quieras volver a usar esa levadura para otra elaboración, simplemente haz un starter y pon una cucharada de levadura del tarro y deja que vuelva a cobrar vida. De esta manera, siempre tendrás una levadura base sobre la que trabajar de “primera generación”, e investigar la evolución de las generaciones siguientes. ¿Cuánto tiempo puedes guardar estas levaduras? Es difícil encontrar una respuesta justa, pero Matt dice que tiene levadura viable almacenada con tres años de antigüedad, aunque dice que cuanto más vieja, más tarda en arrancar. Sin embargo, tiene la teoría de que la levadura salvaje es más resistente que la comercial de laboratorio, y por eso es más fácil de almacenar.

¿Y ahora qué?

A partir de aquí, solo queda hacer birrotes del copón con las levaduras descubiertas por ti mismo. Aparte de eso, puedes esforzarte un poco más y aprender sobre el manejo de levaduras en plan científico, de manera que puedas aislar cepas, cultivarlas y almacenarlas (criotubos, pendientes…) a largo plazo. Está claro que en esta afición, cuando entras en la madriguera del conejo, no dejas nunca de descubrir nuevos túneles, y más profundos. Y precisamente el tema de las levaduras es inagotable.

Más recursos

En internet hay un montón de información acerca de las levaduras salvajes aplicadas a la elaboración de cerveza, así como relatos sobre curiosos y alocados experimentos sobre los que investigar o imitar.

El más famoso viene a ser «The Mad Fermentationist” [¡plink!], que además es autor del libro “American Sour Beers”, y que seguro que si has leído este post, ya conocías. Hans nos habla de él en su post de esta semana [¡plink!].

Hay un grupo de Facebook que se llama “Milk the funk” que es maravilloso, y que está lleno de gente muy preparada y dispuesta a compartir sus conocimientos y experimentos. Para avanzar en este campo, es casi imprescindible apuntarse a este grupo y estar al día de sus publicaciones. Y además, este grupo tiene una wiki con otro montón de información útil [¡plink!].

El libro “Yeast”, de Chris White y Jamil Zainasheff está lleno de información técnica muy útil y con mucha información sobre las levaduras en general, y otro libro indispensable sería el “Wild Brews” de Jeff Sparrow, el cual detalla la elaboración de cervezas tipo lambic y Flemish ales, además de un montón de información acerca de los bichos que queremos ‘cazar’: saccharomyces, brettanomyces, lactobacillus y pediococcus.

Espero que toda esta información haya sido útil, y que a partir de ahora empieces a ‘cazar’ levaduras como si fueras el Allan Quatermain de los bichitos. Desde este humilde blog, si hay petición consensuada acerca de traducir y difundir algún texto lo suficientemente divertido y útil como este, será un placer.

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¿El secreto está en la malta?

Como reza el lema del blog, “el secreto está en la malta”… Sea cierto o no, no quiero entrar en el debate de qué ingrediente de los 4 básicos (malta, agua, lúpulo y levadura) es el más importante en la elaboración de cerveza, ya que podemos entrar en disquisiciones que no llevan a ningún lugar.
De lo que no hay duda es que la calidad y la frescura de la malta juegan un papel vital en el resultado final de una cerveza, por lo que merece la pena echar un vistazo a los fundamentos básicos de la cebada malteada, y es justo lo que haremos en este post.

En la redacción de Cervezomicón se hace una fiesta grande cada vez que llega una nueva revista dedicada exclusivamente al mundo jombrigüer. Hace unos días llegó la última BYO, que contenía un interesantísimo artículo acerca de, precisamente, el tema que nos ocupa hoy, y que nos servirá de hilo conductor para desarrollar esta entrada. El artículo en cuestión se lo debemos a Aaron Hyde, y lo llama “Why Malt Matters; The Basic on the Backbone of Beer”. Por supuesto, en un post como este no puede faltar la influencia inconfundible de Ray Daniels y su “Designing Great Beers”, que dedica un capítulo completo del mismo a este asunto, así como mucha información que he extraído del libro “Malt: A Practical Guide from field to brewhouse” de John Mallet, concretamente del capítulo 7 (Family Malts Descriptions) y otras publicaciones que nombraré en cada caso, cuando sea necesario.

Un aspecto bueno que tiene la malta es que casi siempre (casi siempre) es la misma. Cuidado, lo que quiero decir es que no es como los lúpulos, que salen nuevos todos los años (por ejemplo, desde el Centro de Investigación del lúpulo de Hüll [¡plink!]). O como las levaduras, que siguen lanzando nuevas cepas y/o variaciones de las antiguas, y/o cepas temporales y experimentales continuamente. O qué decir del agua, que en cada lugar hay una diferente, y con las que podemos jugar con sus perfiles…

La malta, en puridad, por supuesto que tampoco es la misma en todos los lados, pero existen ciertos ‘fundamentos básicos’ que no han variado en muchos años, y si tenemos claros dichos conceptos, podemos interpretar, modelar y crear recetas de cervezas con bastante agilidad y presteza, en cuanto al uso de las maltas se refiere.

¡Malteando, que es gerundio!

No es tan común maltear la cerveza en casa, ya que conseguir resultados con garantías no es tan sencillo, y teniendo en cuenta el coste de la cebada malteada comparado con el coste de maltear tú y la diferencia de calidades del trabajo profesional al casero, casi nunca es ni rentable, ni recomendable. Aunque si extrapolamos este mismo pensamiento al hecho de hacer cerveza en casa, a más de uno nos saldría más rentable gastarnos todo el dinero que invertimos en nuestra afición en cervezas ya fabricadas y con garantías de calidad, así que quien maltear en casa, que no ceje en su empeño.

No pretendemos que esto sea una guía concienzuda de cómo maltear en casa (algún día lo haremos), pero sí merece la pena tener una visión general de lo que hacen las malterías para entender el proceso, y eso es lo que vamos a describir.

Llamamos malta a un grano de cereal crudo que ha germinado y en pleno proceso de germinación se le somete a un secado por calor, deteniendo dicha germinación. Lo que ha ocurrido dentro del grano de cereal es que se han producido ciertos cambios naturales, desarrollándose ciertas enzimas que son necesarias para convertir los almidones contenidos en el grano en azúcares simples fermentables. Al quedar el grano exento de humedad, además, queda listo para aguantar una temporada almacenado (y/o transportado) sin que se estropee.

Este proceso suele ocupar tres o cuatro etapas, que dependerá del tipo de malta que se esté intentando conseguir: el remojado, la germinación, el secado (o secado al horno). Y el cuarto y último paso, para determinadas maltas, sería otro horneado o tostado de la malta, para así conseguir maltas con distintas características y propiedades.

Durante el remojado, la cebada es (asombrosamente), remojada en agua durante un tiempo determinado. En procesos industriales este proceso dura aproximadamente 48 horas. Evidentemente, no es válida cualquier agua, y quien suele maltear en casa con agua de grifo (que contiene cloro), puede estar empezando a fastidiar el resultado de su futura cerveza justo desde el principio.

Durante estas 48 horas, típicamente el grano se empapa de agua y se seca en diferentes intervalos de cuatro u ocho horas, dependiendo de la variedad de la cebada y su capacidad de absorción. Cuando la cebada ha alcanzado su punto óptimo de humedad, quiere decir que ha subido (típicamente) de un 12% a un 44%. Esta cantidad de agua adicional provoca que la cebada, que no deja de ser una semilla, al fin y al cabo, active su “protocolo de germinación”, de acuerdo a su proceso natural de crecimiento. Dentro del grano, las enzimas existentes estimulan al embrión, que despierta y empieza a trabajar. Se crean más enzimas, que a su vez descomponen ciertas proteínas en almidón. Las hormonas dentro del núcleo reconocen de alguna manera que hay agua y comida (almidón) a su disposición y se activa el crecimiento del acróspiro, lo que dentro de poco tiempo veremos crecer fuera del grano, y que comúnmente llamamos “raicillas”; en inglés, esta raicilla se llama ‘chit’ y a la cebada recién germinada de esta manera se la llama ‘chitted’.

Grano de cebada germinado

Grano de cebada germinado

Llegados a este punto, la cebada pasa a la fase de germinación, y se traslada a lo que se conoce como ‘tanques de germinación’ en un alarde de originalidad, aunque algunas malterías hacen esta fase en el suelo. El grano pasa unos cuatro o cinco días, mientras el maltero vigila cómo los brotes incipientes se van convirtiendo en las “raicillas” que antes hemos mencionado. La malta aquí se remueve bastantes veces, para homogenizar la temperatura y la humedad (y conseguir así que las raicillas crezcan al mismo ritmo), pero también para evitar que las dichosas raicillas se enreden entre sí y consigamos una monstruosidad de malta más o menos compacta. Si esto llegara a ocurrir, habría que separar los granos manualmente antes de pasar a la siguiente fase.

Durante esta fase de germinación, lo que ocurre dentro del grano es vital para los intereses cerveceros, y viene a conocerse como la “modificación”. La mayoría de la malta que compramos a nuestros proveedores habituales ya viene “completamente modificada”, lo cual indica que durante el proceso de germinación, se han descompuesto todas las proteínas y los hidratos de carbono de la cebada, hasta que las reservas de almidón han quedado totalmente disponibles (y con fácil acceso) para las enzimas, lo cual nos va a permitir convertir dicho almidón en azúcar durante la maceración.

El secado al horno y el tostado de la malta

En inglés, usan verbos diferentes para dos acciones que se hacen aplicando calor (horneando). Cuando la malta se mete en un horno para rebajar su humedad (secado), se usa “kiln”, o “kilning”. En cambio, cuando a la malta se le aplica calor con la intención de provocar cambios en su estructura base, para crear una malta con diferentes características, se usa el verbo “roast”, que comúnmente traducimos como “asar” o “rustir”, aunque con el caso de la malta, nos viene mejor la acepción de “tostar”.

Si la germinación de la cebada siguiera su curso natural, las malterías se convertirían en invernaderos que cultivan cebada, en lugar de hacer malta. Así que para evitar esto, antes de que la semilla germinada agote sus recursos (almidón y enzimas) necesitamos detener la germinación. Y una buena manera para provocar esto es secándola al horno. Si aplicas calor a la malta, le estarás quitando la humedad, lo que causará de forma irremediable la detención de cualquier actividad germinativa. Usualmente se reduce la humedad hasta un 4-5%, y en el arte de cada maltero o maltería está la conducción de este proceso, ya que las temperaturas y los tiempos empleados incidirán de manera directa en el resultado. Me he encontrado con la tira cómica que podéis ver aquí, que ilustra este proceso de manera simpática.

comicDiversos ejemplos generales nos indican que se suelen usar temperaturas entre 70 y 105 °C para secar la malta, mientras que para tostarla, pueden llegar incluso hasta 400 °C. Y dependiendo de la temperatura aplicada, de la forma del horno y de otros factores, conseguiremos maltas de diferentes características, y por eso existen una amplia gama de maltas con diferentes colores y sabores. Además, la técnica de tostado también se aplica a cebada sin maltear, o incluso otros granos como el trigo o el centeno. Más adelante hablaremos de una manera más concreta de los tipos de maltas más comunes y algunos parámetros (muy básicos) de cómo se consiguen.

Conceptos avanzados: la modificación, el poder diastático y el nivel de proteínas

Si nos detenemos en un análisis de malta tipo que proporcionan las malterías, hay tres datos esenciales que conviene tener en cuenta, y son el poder diastático (suele aparecer como “DP”), la modificación y el nivel de proteínas.

El poder diastático es, como a mí me gusta llamarlo en plan sorna, el ‘poderío enzimático’ de la malta. Esto es, la capacidad que tiene el grano de convertirse, por sí mismo, en azúcares fermentables, reacción que provocaremos en el macerado.

Dicho de una manera simple, si el grano contiene almidón (digamos que el almidón tiene la función de ‘combustible’ o ‘materia prima’), para que este almidón se transforme en azúcares es necesario la intervención de ciertas enzimas (una proteína, que hace las funciones de ‘catalizador’, provocando una reacción química determinada). Es decir, que la malta tiene que contener una cierta cantidad de almidones y enzimas ideal para nuestros propósitos cerveceros. Si una malta tiene mucho almidón pero no tiene enzimas (se dice que tiene bajo poder diastático), hay que “equilibrar la mezcla” aportando enzimas de alguna manera. Y viceversa, para una malta con un exceso de enzimas, hay que compensar con fuentes de almidones adiciones (como el arroz, o el maíz, u otras maltas con muchos almidones y menos enzimas). Hay dos enzimas responsables de degradar el almidón: la alfa amilasa y la beta amilasa, y si no te sonaban de antes, conviene irte familiarizando con estos términos.

En resumen, podemos decir que el poder diastático (o diastásico, ya que parece que no hay consenso en esto) es una medida de las enzimas que degradan el almidón presente en la malta, y se suele medir en grados Lintner (expresados por °L, y que no hay que confundir con los grados Lovibond, que se expresan igual y que miden tanto el color de la malta y la cerveza) o en WK (Windisch-Kolbach), dependiendo del país de origen de la malta.

Se sabe que con un poder diastático (desde ahora, DP) de unos 35-40 Lintner o al equivalente de 106-124 WK (la fórmula de conversión sería WK=(°L x 3,5) – 16), una malta es capaz de autoconvertirse en azúcares fermentables. Es decir, que si usas en una receta un 100% de una malta con 35 Lintner, estarías en disposición de sacar todo el extracto disponible sin tener que adicionar enzimas extras.

Si el DP de una malta es muy bajo, tardará más en convertir los almidones en azúcares, o como ya hemos apuntado, habrá que añadir otro grano con un DP más alto. Para estos casos, Gordon Strong, en “Brewing Better Beer”, apunta que “considera hacer un macerado por decocción, ya que la malta pasará por diferentes temperaturas de sacarificación y la alfa amilasa tendrá más tiempo para trabajar. Y si usas una malta con mucho DP, sería buena idea subir un poco la temperatura del macerado para conseguir resultados similares (y viceversa)”.

Siguiendo los comentarios de Gordon, la modificación es, básicamente, el grado en el cual la cebada ha ‘convertido en harina’ su interior durante el malteo. O dicho de otro modo, cómo está de soluble y lista para la sacarificación (esto es, convertir los almidones en azúcar). El grado de modificación se expresa como un porcentaje, en inglés, ‘Grind Difference’ (% FG/CG) y así aparece en las hojas de análisis de malta. FG y CG serían las iniciales de ‘Fine Grind’ y ‘Coarse Grind’, diferentes métodos de medir el extracto (en español viene indicado como “Extracto Fino %” y “Extracto grueso %”). Las maltas bien modificadas tienen un % de FG/CG de 1 o menos, mientras que las que no han sido bien modificadas tendrán 1,8 o 2% o más (y necesitarán de macerados con diferentes escalones de temperaturas para macerarse de manera adecuada). Así que en función de la modificación de cada malta, podrás planificar tus macerados para optimizar los rendimientos. Una manera muy rústica de comprobar la modificación de la maltas es masticarla y comprobar si es fácil de masticar y harinosa (bien modificada) o es dura (poco modificada).

Respecto al nivel de proteínas, las maltas que tienen un elevado índice de proteínas, provocarán mayor turbidez en la cerveza, por lo que tendrás que realizar macerados escalonados para degradarlas o usar adjuntos.

La clasificación de las maltas

Teniendo en cuenta el horno usado (horno normal o tambor) y el procedimiento empleado, podemos clasificar los métodos básicos de confección de maltas en cinco tipos.

  • Malta simple: cuando la temperatura de secado del grano es constante/baja/moderada, puesto que la única finalidad del secado es eliminar la humedad y crear una malta base bien modificada.
  • Malta extra-seca: si en la etapa final del secado se aumenta la temperatura, conseguimos maltas bases bien modificadas, pero con sabores más marcados a malta y más oscuras. Dependiendo de los tiempos en el horno, así como el calendario de temperaturas y niveles de humedad desde el cual parte la malta, se obtendrán diferentes maltas (como la Munich).
  • Maltas Caramelizadas: Estas maltas se obtienen cogiendo la malta en germinación (ya modificada), pero no secada y se hornea a temperaturas típicas de macerado, eso provoca la conversión de los almidones dentro del grano en azúcares, y un aumento posterior de la temperatura, carameliza dicho azúcar. Dependiendo del horno empleado tendremos diferentes maltas (Crystal o Caramelo). Como ya dijimos aquí [¡plink!], todas las maltas Crystal son maltas Caramelo, pero no todas las maltas Caramelo son maltas Crystal.
  • Maltas tostadas: Son maltas que se tuestan en uno horno de tambor, a temperaturas muy altas. Pueden partir de maltas ya acabadas (simples o extra-secas), de maltas sin secar (como las caramelizadas) o incluso de granos no malteados. La diferencia entre las maltas tostadas y las caramelizadas es cómo de rápido se aplica el calor, ya que las anteriores tienen una etapa/descanso de conversión que permiten cambios estructurales dentro del grano que al tostar la malta de forma directa no se producen.
  • Maltas híbridas: Son maltas tostadas, pero parten de una malta caramelizada previamente.

Pero la clasificación de las maltas no es tan simple. Podríamos empezar por decir que establecer una clasificación clara y meridiana de las maltas existentes es una tarea casi imposible de realizar. Podríamos separarlas en función del proceso que ha sido usado para fabricarle que acabamos de comentar, por su contenido de enzimas, por su color, por su función… pero si quisiéramos catalogar todas las maltas comerciales y condensarlas en un único catálogo sería de locos. La clasificación no es clara, en realidad es arbitraria y muchas veces se parecería más a un diagrama de Venn que a una clasificación lineal… Por ejemplo, el punto donde las maltas caramelo acaban y empiezan las maltas tostadas no está del todo definido y hay discusiones abiertas sobre ello.

Gordon Strong, en su libro “Brewing Better Beer”, propone una nomenclatura de maltas un poco megalomaniaca. Es difícilmente plausible, pero según él, la clasificación ideal de las maltas contendría los siguientes datos:

  • Tipo de grano: cebada de dos hileras, de seis… O si es trigo, centeno, avena, etc…
  • Familia (o tipo) de la malta: Si es Pilsner, Vienna, Crystal…
  • Variedad del grano: si es cebada, pues si es Maris Otter, Golden Promise, Harrington, Shakira…
  • La maltería: Castle Malting, Weyermann, Briess…
  • País de origen de dónde ha crecido la malta, o región, como Moravia.
  • Color (en grados Lovibond, EBC o SRM)
  • Temperaturas de secado…

Como veis, es difícil tener acceso a toda esa información. Por todo esto, voy a hablar de las maltas más comunes, con la clasificación más práctica y familiar para los jombrigüeres: maltas base y maltas con particularidades (o especiales).

Las maltas base: los sospechosos habituales

Las maltas más comunes son las que conocemos como “maltas base”. Y se llaman así porque proporcionan la mayoría de los almidones y enzimas necesarias para la creación de los azúcares que luego fermentarán. Las maltas base se diferencian entre sí por la maltería y por la variedad de cebada utilizada, aunque la mayoría de las veces es la propia maltería la que no informa de la variedad empleada, por lo que tampoco trasciende demasiado. Como se cultivan muchas variedades de cebada a lo largo y ancho del planeta, no hay las mi2vs6smas maltas en América que en Europa (aunque son similares.

En los Estados Unidos, las maltas base más populares son las conocidas como “de 2 hileras” (2-rows) y la “de 6 hileras” (6-rows). Como hay muchas publicaciones dedicadas al mundo jombrigüer procedente de allí, a la hora de seguir las recetas de dichos libros, siempre hay interrogantes acerca de estas maltas, puesto que a este lado del charco disponemos de otras maltas (y otras variedades de cebada) diferentes. Las diferencias físicas de una malta y otra son evidentes nada más ver las cebadas a partir de las que están confeccionadas (ver dibujo), la de 2 hileras tienen dos hileras paralelas de grano, y las de 6 hileras, pues seis hileras; no hay que ser muy avispado para darse cuenta.

Pero hay muchas más diferencias entre una y otra más allá de la morfología de la espiga: el poder diastático, la cáscara, las proteínas solubles, el contenido de precursores de DMS (más alto en la de 6 hileras), las enzimas… son muy diferentes entre sí, lo que tiene implicaciones directas a la hora de elaborar con cada una de ellas. Hay más detalles interesantes sobre esto en este post de Cerveceros Caseros de Argentina [¡plink!].

Muchos afirman que la típica de 2 hileras (2-rows) es similar a la Pale europea, pero elaborada a partir de variedades americanas. Hay muchas discusiones en fotos de internet que tratan sobre este tema, y muchos sostienen que poca gente son capaces de distinguir entre una 2-row y una Pale europea, aunque quizás esta última sea un poco más oscura. Esto da pie a que muchos discutan y se decanten con que, al ser más clara que la Pale, se acerca más a una Pilsner (aunque la diferencia entre estas tres maltas, en cuanto a color, no sea demasiada). Los más optimistas opinan que puedes usar una malta 2-row americana para substituir tanto a la malta Pilsner como a la Pale. En algunos sitios, a la 2-row la llaman “American Pale Malt” para diferenciarla de la “Brittish Pale Malt”.

Habida cuenta que la malta Pilsner es más precursora de DMS que la Pale y la 2-rows, podemos afinar la respuesta y deducir que se parece más a la Pale que a la Pilsner, aunque se sabe que la Pale europea se seca al horno a temperaturas más altas que la 2-row. La mayoría declara que, sin ser iguales o totalmente equivalentes, estas tres maltas sí son intercambiables entre sí.

Como había tanta información contradictoria acerca de estas maltas, cuando estaba redactando este post, me decidí por contactar con el servicio de atención al cliente de Briess para conseguir alguna nota aclaratoria de una fuente fiable, y para mi sorpresa, recibí la respuesta de Aaron Hyde, precisamente el autor del artículo en BYO que inspiró todas estas líneas. Me dijo, y cito textualmente, que “la malta 2-row es una malta intermedia entre Pilsen y Pale Ale. Es la malta base más popular en los Estados Unidos para la elaboración de Ales, que se elaboran mucho más que las de tipo lager. También se usa para lagers, pero la mayoría de gente que hace lagers prefiere usar una malta Pilsen tradicional. Normalmente es un poco más oscura que la malta Pilsen, y tiene un poco más de alfa amilasas, un poco más de extracto y de proteínas solubles que dicha malta. Comenzó como una malta con una modificación mucho más alta que la Pilsen, antes de que casi todas las demás maltas base se empezaran a fabricar con una modificación superior”. Dicho esto, podemos tener una visión bastante clara del papel que juega la malta 2-row en nuestras vidas.

En cualquier caso, esta malta sirve de base para conseguir la mayoría de almidones para el macerado de cualquier cerveza, tiene un alto poder diastático y está bien modificada. La variedad de cebada más usada para la elaboración de esta malta es la Klages, y a veces la malta también coge este nombre. Otras variedades muy comunes en Norteamérica son la Harrington, la Copeland y la Metcalfe.

La malta elaborada a partir de cebadas de 6-row (6 hileras) contiene muchas proteínas, excesivas para la correcta elaboración de cervezas. Como ya contamos en el artículo “¿El arroz es ‘güeno’?” [¡plink!]), para elaborar cervezas de forma adecuada, tendría que usarse con adjuntos como el arroz, el maíz o las maltas de trigo para equilibrar los contenidos de almidones y enzimas. Es mucho más económica de cultivar que la de 2 hileras (en el mismo terreno, más producción por el mismo esfuerzo, mayor resistencia a las enfermedades…), así que las cerveceras comerciales consumen esta malta con bastante alegría, sobre todo para luego usar arroz y maíz como fuente de almidones y abaratar aún más los costes.

En Europa, las maltas base más comunes son la Pils (o Pilsner) y la malta Pale. Estas dos maltas, casi siempre van a componer entre el 80 y 100% de cualquier receta de cerveza que hagas (con pocas excepciones, como por ejemplo, las cervezas que lleven mucho trigo). Describen dos tipos de malta diferentes entre sí, pero dependiendo del fabricante y de la variedad de cebada escogida para el malteo, también encontrarás diferencias entre una Pilsner y una Pilsner y una Pale y otra Pale. Por ejemplo, la malta elaborada con la variedad de cebada Maris Otter es muy apreciada en Inglaterra para la elaboración de sus cervezas más clásicas.

La Pilsner es la elección tradicional para las cervezas lager. Es la malta más clara de todas las maltas base (por tanto, la que aporta menos color) y con un ligero y típico sabor herbal. Es famosa por aportar sabor a maíz cocido, lo que habitualmente llamamos DMS, siglas de Dimethyl Sulfide, o sulfuro de dimetilo, ya que este compuesto se crea de forma natural durante el malteado y como esta malta se seca a temperaturas más bien bajas, no se elimina por el calor como ocurre con otras maltas base. Este DMS pasa, en la mayoría de los casos, a la cerveza final, por lo que es un sabor aceptable para los típicos estilos lagers, como la German Pilsner. Para eliminar los rastros de DMS se aconsejan hervidos largos, de al menos 90 minutos. Si quieres conservarlo, un hervido de 60 minutos será suficiente.

Pero no dejes que esto y que su propio nombre te engañe, se puede usar para muchos otros estilos, no solo los estilos Pilsner o cervezas lager (aunque para estos sea ideal).

La malta Pale, en contraposición a la Pilsner, es más oscura y aporta mucho más color y sabores más complejos (y más ‘maltosidad’ que la Pilsner…). Es la malta reina en las elaboraciones caseras, por su versatilidad y funcionalidad para casi la totalidad de estilos que la incluyen. Algunos fabricantes tienen una malta que denominan “Pale Ale”, que elaboran de forma específica para los estilos ingleses Pale Ale, más oscura que la Pale normal y con notas a galleta, más tostada.

En cuanto a maltas base, todo el mundo parece tener claro que las 2-rows, 6-rows (en los Estados Unidos) y la Pilsner y la Pale (en Europa) son las más famosas, pero hay más maltas que se pueden emplear como maltas base, aunque lo usual es emplearlas como parte de la receta para dar complejidad a la cerveza. No obstante, conviene saber que son perfectamente utilizables como maltas base:

La malta Viena (Vienna Malt) tiene el sabor típico a las cervezas Märzen (era la malta que en origen su usaba en estos estilos), y aporta un color anaranjado a la cerveza. Es una malta base porque puede hacerse una receta monomalta (100%) con ella. Es precursora de sabores con finales secos y refrescantes, pero también ligeramente tostados, a frutos secos y marida de forma excepcional con el uso de lúpulos nobles [¡plink!].

La malta Munich es otra malta base difícil de clasificar, ya que tiene un amplio rango de sabores y colores dependiendo del fabricante e incluso, dentro del fabricante. Sin ir más lejos, Weyermann tiene dos tipos, Munich I y Munich II. Aunque su ‘poderío enzimático’ es bajo, es suficiente como para completar un macerado 100% malta Munich con éxito. Potencia la maltosidad en la cerveza, por lo que muchos elaboradores incluyen un porcentaje de esta malta a sus recetas, aportando, en función de la cantidad y la clase de la malta desde un toque sutil a malta a un carácter más marcado.

Fuera de estos cuatro pilares fundamentales, podemos destacar otras maltas, como la Mild, o la curiosa malta Melanoidin, también conocida como Honey Malt o Brumalt. Y que aunque puede soportar un macerado del 100% (por lo que podría ser considerada como malta base), lo más habitual es funcionar sólo con hasta el 20% del total de la receta. Para describirla, algunos usan el término “super-Munich” porque es similar a esta, pero más intensa. Otros aseguran que con un 10% en la receta, aportará un marcado aroma a miel en la cerveza final. La mayoría la usa como parte de la receta de cervezas lagers, porque puede aportar sabores que asemejan a los que se consiguen usando decocciones, pero mediante macerados de infusión simple.

Las maltas especiales o particulares

Este tipo de maltas se conocen en inglés como “specialty malts” y siempre se ha traducido como “maltas especiales”. No es que esté mal dicho, puesto que sirve muy bien para diferenciarlas de las maltas base. Sin embargo, el “specialty” tiene más de “particular” o “característico” que de “especial”, pero estoy de acuerdo en que llamarlas “maltas particulares” a estas alturas de la película es complicado.

Si las maltas base servían para proporcionar la mayoría de los azúcares fermentables, este tipo de maltas aportan muchas particularidades que complementan a las aportadas por las malta base. Si nos ponemos poéticos (a la par que bizarros), podemos decir que mientras las maltas base son el pan para nuestro bocadillo, las maltas especiales son el embutido rico, el queso genial, las verduras sabrosas, las salsas maravillosas y demás aderezos que convertirán a nuestro triste bocata en un plato gourmet, digno de salir por la tele en un programa chungo de ‘cocinistas’ con ínfulas.

Este tipo de maltas constituyen, por tanto, menos del 50% del total de la receta, y como hemos visto antes, se someten a procesos concretos de horneado y tostado a altas temperaturas. Como cada maltería tiene sus propios procesos y equipos, así como marca distintiva, cada una les pone un nombre comercial chulo para incluirla en su catálogo de maltas, pero muchas de ellas son sustituibles entre sí. Otras no; y otras, con matices. Sin embargo, las maltas especiales más comunes (sin entrar a valorar marcas), vienen descritas a continuación.

Cabe decir de estas nomenclaturas que nuevamente caemos en la circunstancia de que al no tener tradición cervecera centenaria, como en otras culturas, los nombres nos vienen dados en idiomas bárbaros (de hecho, tan bárbaros como el idioma inglés) y la mayoría de las veces suena ridículo traducirlos, por lo que adquirimos los nombres como jerga propia de jombrigüer. De manera natural, muchas veces nos sale incluso la pronunciación típicamente española, incluso a extremos de llamar a la malta Pale (/peɪl/), como “pa-le”, con todas las letras. Llamar “malta negra” a la malta “black”, quedaría un tanto fuera de lugar.

Malta Ámbar/Amber: es una malta secada en horno de tambor, y se somete a temperaturas algo más altas que cuando se hace malta Pale. Gracias a esto aporta sabores a pan, a tofe y nueces. También, a causa de que ciertos componentes de la malta se queman de algún modo en este tostado, aporta cierto amargor. Tienen unos 20 °L- 30 °L.

Malta Biscuit: es como la malta ámbar, pero tostada a temperaturas más altas (unos 220 – 230 °C). Tiene un color dorado anaranjado (20-40 °L), y también aporta notas a pan como la malta ámbar, pero también a galleta y a ciertos frutos secos, y aporta más sequedad que la ámbar. Otros nombres de esta malta son “Dark Amber”, “Munich 30 °L” o “Briess Victory”.

Malta Brown: Es una malta un poco en desuso por su poca demanda. Hoy en día es incluso difícil de encontrar, aunque en la antigüedad era muy usada, hoy ha quedado relegada a quienes quieren emular un auténtico estilo histórico (los cerveceros se dieron cuenta que en lugar de usar gran parte de malta Brown en sus recetas, podían usar una malta simple con un cantidad muy pequeña de malta Balck y conseguir resultados muy similares). Se obtiene tostando la malta a bajas temperaturas durante un largo período de tiempo (de manera muy similar a la ámbar), hasta que la malta coge un colorcito que recuerda al café con leche (100 °L). Aporta notas a café y a frutos secos. También llamada “Coffee Malt” o “Porter Malt”.

Maltas Caramelo: Son las que han sufrido algún tipo de cristalización del núcleo (caramelización), como ya hemos comentado. Muchas veces se confunden entre sí las variedades Caramelo y Crystal (link al post aclararatorio: [¡plink!]). Tienen matices acaramelados y dulces, y existen en una amplia gama de sabores y colores.

Cara-Pils/Malta Dextrina/Dextrin Malt: Es una malta de color claro, que ha sido secada al horno a baja temperatura, por lo que no tiene las enzimas que tienen las maltas base. El interior del grano se queda cristalizado. Le debe su nombre al tipo de azúcar que contiene, y aporta un color amarillo pálido a la cerveza. Su mayor virtud es que potencia el cuerpo de la cerveza y la espuma.

Maltas híbridas: Nadie suele llama “malta híbrida” a ninguna malta en su catálogo, pero hay muchas y con bastantes particularidades únicas dependiendo de la maltería, así que es imposible describirlas de manera generalistas. Son maltas que han sido caramelizadas de alguna manera para luego tostarlas a temperaturas más altas. Con esto conseguimos sabores intentos a uvas pasas, ciruela… Muy usadas en estilos tradicionales belgas. Aquí entrarían la Special B, o la CaraBrown de Briess

Malta Chocolate: Dependiendo de la cantidad añadida en la receta, aporta diferentes toques a café o a chocolate amargo, con cierta astrisgencia. Los cachondos de Weyermann la llaman “Carafa” y se quedan tan panchos. No es tan oscura como la malta Black.

Malta Black: Un clásico. Se tuesta a temperaturas altísimas, cerca de la combustión. De hecho, para evitar que la malta se queme, se le rocía con agua durante el proceso de tostado. Aporta un amargor seco y toques a quemado. También referida como “Black Patent”. Muchos jombrigüeres sólo la usan para dar color a la cerveza, echándola al macerador en la etapa de lavado, así sólo arrastras componentes de color, pero no de sabor.

Cebada tostada/Roasted barley: Técnicamente, y como su propio nombre indica, no se trata de una malta, pero es un ingrediente muy común e importante. Según el grado de tueste, aporta sus sabores y aromas, mucho más tenues y delicados que la malta Black, a cacao y moca, y puede colorear la espuma. Se obtiene tostando cebada sin maltear y es el componente clave de las Dry Irish Stout.

Malta ahumada/Smoked malt/Rauch: Es una malta base ahumada (según la madera o combustible empleado, se obtienen diferentes matices), que aportará dicho toque ahumado a la cerveza final, por lo que debe ser empleada con mesura. Otras maltas se ahúman con turba, y reciben el nombre de “Peated malt”, y aunque raramente se usan en la cerveza, es típica del whiskey.

Malta ácida/acidificada: Es una malta a la que se le ha potenciado el crecimiento de ácido láctico (por lo general, se le suele rociar con mosto ácido/sour) durante su germinación. Esto le aporta a dicha malta cierto toque ácido. Las malas lenguas dicen que la motivación de la existencia de esta malta, es porque la Reinheitsgebot alemana impedía a los fabricantes tradicionales adicionar ciertos adjuntos para tratar el agua, y gracias a esta técnica, podían manipular el pH del agua sin salirse de las reglas autoimpuestas. En inglés se la conoce como “acidulated malt” y en alemán como “sauermalz”.

Maltas más allá de la malta

Hemos descrito las maltas más comunes, siempre dentro de la cebada (hemos dejado al trigo fuera de juego, ya hablaremos de este cereal), pero hay muchos otros campos por explorar. Últimamente la quínoa está subiendo puestos de popularidad, así como el sorgo o el mijo, pero es difícil de verlos en malterías comerciales. De hecho, aunque hay cierto furor extendido por la experimentación y la consecución de nuevos y exóticos lúpulos, este entusiasmo no se extrapola al mundo de la malta, por lo que todavía hay muchos sabores mágicos y maravillosos sin descubrir.

Quizás estas palabras puedan animar a algún jombrigüer avezado a experimentar con algún grano diferente y a crear nuevas cervezas con sabores hasta hoy indescriptibles.

Conoce las maltas

Dejando de lado el sentido bíblico de la cuestión, muchas veces (sobre todo las primeras veces), incluimos maltas en nuestras cervezas sin conocer la razón o lo que aportan de manera individual. La razón es que seguimos una guía o receta que hemos visto en algún libro, internet o que nos ha pasado algún compañero de afición. Sin embargo, en la carrera de jombrigüer, si algún día queremos domeñar las cuestiones de la malta, es de ejercicio obligado conocer las maltas de forma íntima.

Necesitamos entenderlas, conocerlas, saber qué nos ofrecen, qué nos aportan… Además, igual que las cosechas de lúpulo cambian cada año (contenido de alfa ácidos, aromas, sabores) y se degradan con el tiempo, parece menos evidente que esto también ocurre con las maltas. Por eso es conveniente probar las maltas y llevar un diario con las anotaciones de lo que nos transmiten.

Es una pena que en España no tengamos almacenes/distribuidores de malta físicos al alcance de la mano, para poder entrar en la tienda, masticar la malta y pedir lo que más nos convenza o lo que más fresco esté. La mayoría nos tenemos que conformar con pedidos on-line, y difícilmente podemos garantizarnos previamente las calidades que buscamos. Nos vemos abocados a confiar en nuestros distribuidores habituales, lo cual no siempre es buena experiencia.

Si no sabes cómo sabe una malta, difícilmente podrás identificarla luego en la cerveza. Y ciertamente, masticar la malta es la mejor manera de conocerla. Coge un puñado de malta, huélela primero, que no esté rancia, y métete un puñado en la boca. Mastícala, saboréala, intenta sacar todo lo que puedas de ella, sigue masticando, que el ejercicio se alargue, no tengas prisa. Acaba tragando la malta para completar el ciclo y pon atención si el regusto que te queda sigue siendo bueno. Es importante. El retrogusto tiene que ser agradable.

Otro punto a tener en cuenta al masticar la malta es si se ha ablandado. Si notas que la malta está un tanto blanda o flácida, es indicativo de que se ha humedecido, lo cual no es nada bueno al hablar de malta. Si ha pasado mucho tiempo con humedad, esta malta provocará que la cerveza tenga un regustillo a moho bastante molesto, así como un exceso de turbiedad y una disminución del rendimiento en el macerado (el combo perfecto del desastre total). Lo notarás también a la hora de moler, puesto que al estar blanda, tendrás problemas. Así que hay que tener mucho cuidado con la humedad.

Un método muy efectivo de saber si la malta está en condiciones de usarse, es haciendo una pequeña infusión. Lo ideal es “hacerse un café”, pero usando malta en lugar de café. Es fácil, primero mueles finamente (más de lo habitual que cuando elaboras) un puñado de malta, pongamos unos 50-60 gramos, en el típico molinillo de café, y lo pones en una cafetera, sustituyendo al café, añadiendo un cuarto de litro de agua (en el artículo original, en honor a la verdad, las medidas correctas serían 57 gramos de café por 230 ml de agua, por aquello de la conversión de las onzas…)

Cuando hayas “hecho el café” usando la malta, déjalo enfriar y ponlo en una copa transparente. Observa primero el color de la infusión, para ver qué colores aportará la malta.

Si en lugar de usar una cafetera quieres usar una tetera con filtro, puedes hacerlo. Usa las mismas proporciones que hemos dicho antes y echa el agua a 70-71 °C, deja reposar por 15 minutos, filtra y deja enfriar.

Si pruebas el “mosto” resultante por cualquiera de los dos métodos, podrás entender mejor las cualidades de la malta que pasarán irremediablemente (buenas y/o malas) a tu cerveza. Si además puedes tener un diario con todas las notas de las maltas que van usando, pronto las empezarás a notar en las cervezas finales y las conocerás en detalle.

Almacenamiento

La clave para un almacenamiento correcto de la malta es reducir la humedad, la cual es el principal enemigo de la malta. Los recipientes herméticos son una gran ayuda para conseguir este punto, así que procura contar con alguno para esta misión.

Respecto a la duda de si solo se puede almacenar la malta entera y no molida, podemos decir que aunque la leyenda más extendida es que una vez que la malta se muele tienes que usarla inmediatamente o en un breve y corto espacio de tiempo, los expertos dicen que eso sólo es verdad si no tienes las calidades óptimas de almacenamiento. Si la humedad le llega al grano molido, es cierto que la atrapará más fácilmente que uno entero, y la malta molida se echará a perder. Pero si tu recipiente es hermético y mantienes la humedad a raya, no hay motivo por el cual preocuparse; la malta aguantará sin prejuicio un periodo de tiempo considerable (de alrededor de un mes, según algunas fuentes).

Otro enemigo es el calor, así que hay que mantener la malta a temperaturas frescas. Si la temperatura es alta o tiende a fluctuar, la malta se degradará más rápidamente. Suele ocurrir que a temperaturas altas, la malta es más proclive a la absorción de humedad.

Por tanto, y para resumir, las circunstancias óptimas de almacenamiento de la malta serían:

  • Un recipiente hermético que aísle la malta de la humedad (o el saco original de la maltería)
  • Temperaturas frescas, dentro del rango de 10-21 °C, sin grandes fluctuaciones.
  • Mantener lejos a los insectos y a los roedores.
  • Humedad baja, muy baja o total ausencia de humedad.

Despedida y cierre

Hemos hablado de bastantes conceptos a nivel básico que nos harán tener más perspectivas sobre el mundo de la malta, pero este post no pretendía ser ninguna guía definitiva. Hemos dejado muchas cosas sin definir, o no hemos entrado en muchos detalles. Por ejemplo, hemos dejado fuera el factor color de la malta y cómo afecta al color de la cerveza (grados Lovibond, EBC o SRM), no hemos dado ninguna guía clara y concisa de cómo hacer malta en casa, ni siquiera de cómo convertir tus maltas base en otras maltas, y tampoco hemos discutido seriamente de cómo es una malta en concreto y cómo sacarle el mejor potencial a cada una de lo que hemos empezado a llamar “familias”, o incluso, echarás de menos alguna denominación de malta que hemos pasado por alto, aunque hemos dado las razones para ello. Creo que el post ya es suficientemente extenso como para detenerse en todo eso, y ya iremos viendo todo esto (y más) en otros artículos más concretos.

Sin embargo, espero que con todas estas indicaciones e informaciones, se tenga un mayor conocimiento y control sobre las maltas para aquellos que tengan las inquietudes adecuadas.

VMO | Vienna Lager · Märzen/Oktoberfest

El otro día, el blog de Hanselbier [¡plink!] hacía mención al libro «Vienna, Märzen, Oktoberfest», de George y Laurie Fix [¡plink!], como fuente de consulta enfocada a la elaboración de la cerveza elegida para el concurso de la ACCE que se celebrará en el evento “Madrid 2016”. La acertada decisión de Anselmo, de documentarse previamente a una elaboración, para ganar en coherencia y control de procesos, me entusiasmó tanto que he querido complementar su iniciativa con datos más concretos, con la sana intención de ayudar a quienes participen en dicho concurso.

Como siempre, conviene citar a los clásicos, y no hay “clásico” favorito en mi biblioteca que Ray Daniels y su “Designing Great Beers” [¡plink!]. El capítulo 26 de dicho libro (el penúltimo), se llama, concretamente, “Vienna, Märzen y Oktoberfest”, o de manera abreviada, VMO. Casi toda la información que vuelco en este post, proviene de dicho capítulo. Y casi toda la información que el bueno de Daniels investiga para escribir este capítulo, procede del libro de George y Laurie Fix. Así que vamos a leer un resumen del resumen.

Breve historia del origen del estilo

La fiesta del Oktoberfest es conocida en el mundo entero, ya no solo por quienes gustan de beber cerveza, sino también por cualquiera que tenga más sentido común que una ameba o un carpincho. Aunque no es momento para hablar de la historia del Oktoberfest propiamente dicho (ya lo haremos más adelante en Cerveza-Ficción), podemos decir que esta palabreja viene por evolución a designar las cervezas que se habían elaborado casi de manera exclusiva para esta celebración. De igual manera que Oktoberfest, también se las llama Märzen. De hecho, Märzen es la palabra primitiva para estas cervezas, y Oktoberfest, la popular. Dicho de otro modo, ya existían cervezas Märzen antes de que existiera el Oktoberfest como tal.

Para conocer el origen de estas cervezas, tenemos que pensar que antes de que existiera la refrigeración industrial, la elaboración de cerveza no era posible con el calor del verano, por lo que dicha actividad se suspendía en los meses más calurosos, retomándose con la llegada del otoño. Por supuesto, durante el verano se bebían las cervezas que se habían elaborado (y fermentado) durante los meses más frescos. Para conservarlas, además, se aprovechaban de las temperaturas cuevas naturales y bodegas frescas, pero sobre todo, aprendieron que si las hacían con una potencia de alcohol superior (una mayor densidad inicial), las cervezas se conservaban más y mejor. A las cervezas que elaboraban cada primavera, para almacenar y consumir durante el verano, se las empezó a llamar “cervezas de marzo” (es decir, “Märzenbier”). Varias fuentes relatan el hecho de que solían trabajar con bastante ahínco durante dicho mes para producir cuanta más cantidad de cerveza, mejor. Y se deja caer el hecho de que a la larga, el aroma/sabor del lúpulo decaía y se suavizaba mucho, lo que explicaría el perfil comercial de estas cervezas, hoy en día.

Sin embargo, y a pesar de que los muniqueses reclaman con ansias la autoría de este estilo de cerveza, no hay constancia de que fuera realmente así, sino más bien que nació de las elaboraciones habituales y tradicionales (sin un autor ni sitio fijo), y muy unido a las cervezas de Viena.

Tanto es así que, dentro de este grupo que podemos llamar VMO o “lagers ámbar” o “lagers ambarinas”, tenemos el subestilo “Vienna”, cerveza originaria de la ciudad homónima. Diferentes investigaciones datan las primeras referencias a la cerveza “Märzenbier” en Viena hacia 1732, mientras que en Munich y alrededores aparecen décadas después (como producto de la Hofbräuhaus München, en la segunda mitad del siglo XVIII). En otros sitios, se dice que la primera mención de cerveza “Merzen” se encuentra en libros de un libro de… ¡1581! [¡plink!]

Históricamente, y aunque Viena tenía más tradición vinícola que cervecera (su influencia como zona de avanzada romana pesaba en su bagaje), tuvo su primera fábrica de cerveza en el siglo XIII. A pesar de eso, el padre de la criatura vendría a ser una cerveza conocida como “braunes sommerbier” (o “sommer byer”), algo así como “cerveza marrón de verano”. Por aquellos tiempos, se solía diferenciar a la cerveza marrón en contraposición a la cerveza blanca, más clara, por tener más trigo que cebada.

Dicho esto, sabemos que en siglo XIX el estilo Märzen estaba muy definido en las fábricas vienesas, pero en algún momento (las malas lenguas, fanáticas de las leyendas y confabulaciones varias, atribuyen esta evolución a una amistad entre un cervecero vienés, Anton Dreher y un cervecero muniqués, Gabriel Sedlmayr), el estilo combinó las fermentaciones a bajas temperaturas (y sus levaduras) típicas de las lagers checas y alemanas con los métodos y recetas habituales, lo que dio lugar a la “lager de Viena” o “Vienna lager”. La versión Märzen, por aquel entonces, derivó a una cerveza más fuerte que la que se fabricaba para consumo diario. Y más tarde esa evolución saltó a Alemania (Munich) por imitación.

Por lo tanto, la cerveza marrón de verano (braunes sommerbier) que se elaboraba en origen en Viena, pasó a denominarse Märzen, y más adelante, Oktoberfest. Y de todos modos, si tuviéramos una máquina del tiempo y pudiéramos degustar una Märzen de Viena en el siglo XVIII o incluso XIX, poco o nada se parecerían a las de ahora. Y aunque esto es extensivo a todos (o casi todos) los estilos, conviene decirlo abiertamente.

Un año clave en la historia del estilo Vienna, fue 1841. Hasta entonces no tenían especial consideración, pero en aquel año (antes, incluso, que el “nacimiento” de la Pilsener en 1842), el ya nombrado Anton Dreher introdujo la elaboración de cerveza tipo lager en su fábrica, dando con la tecla que le haría famoso.

Si quisiéramos profundizar más en detalles históricos, parece que esta cerveza (dejando de lado malinterpretaciones, textos confusos y/o contradictorios y casuística típica de estas zarandajas), por lo visto existían tres variedades de este tipo de cervezas, la Abzug (lager de baja densidad enfocada al consumo rápido, tan rápido que se distribuía a los 8 días de su elaboración, y con un almacenaje máximo de 2 meses), la lager propiamente dicha (con una densidad más alta que la abzug, y que se almacenaba entre 4 y 10 meses) y la Marzën, más fuerte que la lager, y que se almacenaba hasta un año. Incluso se habla de una Doppelmärzen, con una densidad más alta que la Märzen.

Supongo que a los que siguen el blog, esto les puede sonar algo a los indicios y patrones normales del procedimiento de elaboración tradicional conocido como “Parti-Gyle” [¡plink!], ya que quitando el tema de las densidades, el resto de la formulación era similar. Nadie se atreve, sin embargo, a afirmar esto, ya que algunos dicen encontrar pruebas de que cada estilo se hacía con maltas sometidas a técnicas de secado/horneado diferentes. Esto parece ser evidente en algunas fábricas, pero no en todas. Pero de ser cierto, las cervezas resultantes tendrían, efectivamente, sabores diferentes provenientes de las maltas.

Como dato curioso, las tasas de lupulización de las lagers típicas de Viena eran un 30% más altas que las lagers de Bohemia, pero un 30% más bajas que las de Baviera. Lo que a alguien que probara las tres en un corto espacio de tiempo, le resultaría evidente (o no, porque tendríamos que tener en cuenta las distintas composiciones del agua y cómo afecta eso al amargor). El lúpulo usado en la mayoría de estas elaboraciones sería el Saaz (empleando los de mejor calidad para la Märzen, y el corriente, para las lagers más flojas). Hay constancias históricas de que el segundo de a bordo sería el Styrian Golding.

De todos modos, la documentación de la época compara constantemente las lagers de Bohemia con las de Viena, tanto en formulación como en procesos, destacando el macerado de decocción (va llegando el momento de dedicarle un post exclusivo a la decocción, así que estad atentos a la pantalla, porque ahora mismo no vamos a hablar de este proceso). Aun así, tanto las decocciones (número de escalones, temperaturas concretas y ratios agua:grano) como los hervidos (en tiempo) no eran iguales para cada zona geográfica, y de ahí venían, mayormente, sus diferencias.

La sorpresa que guarda este estilo llega en el siglo XX. Las guerras en Europa afectaron a su fabricación en origen, y la Prohibición en los Estados Unidos acabó de rematar a los emigrantes que se habían establecido allí y que elaboraban este tipo de cervezas. Por tanto, el estilo sobrevivió gracias a los cerveceros austriacos que se mudaron a México a finales del siglo XIX. Es curioso afirmar que los ejemplos más populares y acertados de las cervezas de estilo Vienna proceden de México; la Dos Equis y la Negra Modelo son ejemplos, pero no sé cómo serán allá en México, porque las que he probado en España en fechas recientes no han destacado por su espectacularidad (el abaratamiento de los ingredientes y los largos viajes hacen estragos).

Otro cantar es el sub-estilo Märzen, que ha incrementado su producción en la vieja Europa tanto en Alemania como en Austria, pero teniendo en cuenta que aquí, Alemania “ganó la guerra” y son los Austriacos los que imitan los usos muniqueses de formulación y procesos, arrastrados por el éxito de popularidad del Oktoberfest y la cerveza que se elabora (ya sin romanticismos) para dicha fiesta.

Hoy en día, es muy fácil encontrar cervezas comerciales bajo esta denominación, y aunque no tienen mucho que ver con las tradicionales (de hecho, raro es que se respeten incluso fechas de elaboración y procedimientos de maduración, ya que con los métodos actuales no es ni práctico ni rentable), se consumen de manera alegre y, por desgracia, se han ido “pilsenizando” de alguna manera. Esto es, una regresión al agua de grifo para evitar “no-gustar” a la mayoría de la gente y poder atacar a un mayor grupo de consumidores. Mención aparte a la cuota de mercado que el estilo Helles ha ganado con el tiempo, en detrimento de la Märzen.

A pesar de todo lo dicho, los salvadores de las causas cerveceras perdidas, también conocidos como los jombrigüeres, tenemos en nuestras manos el poder de recrear los brebajes que nos venga en gana. Así que con las siguientes líneas espero poder aportar mi granito de arena en todo esto.

Notas a la elaboración de cervezas Märzen

Como la finalidad del post es la de ayudar a la elaboración de este tipo de cervezas, de cara al concurso de la ACCE · Madrid 2016, vamos a dar una serie de consejos a los jombrigüeres que quieran participar en dicho concurso, o a quienes, simplemente, les apetezca elaborar este estilo.

Como preámbulo, cabe decir que la ACCE hizo una encuesta y que el estilo Oktoberfest/Märzen (3B) salió con un 43% de los votos, vapuleando a los otros estilos finalistas, la Russian Imperial Stout y la Belgian Trippel.

Estadísticas básicas

La BJCP, antes de su «revolución» de 2015, englobaba en la categoría 3, conocida como «European Amber Lager«, a la Vienna Lager (3A) y a la Märzen/Oktoberfest (3B), con los siguientes datos básicos:

3A (Vienna): D.I. 1,046 – 1,052; D.F. 1,010 – 1,014; IBU 18-30
3B (Märzen): D.I. 1,050 – 1,057; D.F. 1,012 – 1,016; IBU 20-28

Sin embargo, a partir de 2015 la Märzen (6A) se queda en la categoría denominada como «Amber Malty European Lager» y la Vienna Lager (7A) va a la «Amber Bitter European Beer«.

7A (Vienna): D.I. 1,048 – 1,055; D.F. 1,010 – 1,014; IBU 18-30
6A (Märzen): D.I. 1,054 – 1,060; D.F. 1,010 – 1,014; IBU 18-24

No vamos a entrar en el debate de si estos cambios eran necesarios y la motivación de los mismos, y mucho menos, en la adaptación de las densidades básicas y rango de IBU. Ya sabemos la arbitrariedad de estos valores y lo caprichoso de los estilos cerveceros (quien quiera saber mis disertaciones acerca de este tema, puede pasarse por este antiguo post [¡plink!]).

Y si nos quedamos sólo con la Märzen, si nos acogemos a las enseñanzas de Charles Papazian (The New Brewer, Marzo-Abril de 1992, páginas 25 a 28), sería así:

Densidad Inicial: 1,052 – 1,064
Densidad Final: 1,012 – 1,020
IBU: 22 – 28
Ratio BU:GU: 0,42 – 0,48

Como características adicionales, Charles Papazian apunta que el perfil de sabor debería ser maltoso, con aroma y sabor a lúpulo bajo, nada de ésteres y poco (o nada) diacetil. El ratio BU:GU ya apunta a un dulzor proveniente de la malta.

De todos modos, como último detalle, las notas de cata de la BJCP (en su versión de 2008 en español), en su apartado de Impresión general, dicen que la Vienna Lager se caracteriza por “su maltosidad suave y elegante, que otorga sequedad al final para evitar que se vuelva dulce”, mientras que la Märzen/Oktoberfest, que es la que nos interesa, es “suave, limpia, y bastante sabrosa, con un profundo carácter a malta. Es un ejemplo clásico de los estilos más maltosos, con una maltosidad que se suele describir como suave, compleja, pero nunca empalagosa”.

El agua de Viena

Como siempre que se habla de estilos tradicionales, hay que hablar del agua de elaboración, ya que en gran medida ha tenido la culpa del éxito de dicho estilo (porque si el agua es mala, el estilo en cuestión no hubiera pasado a la posteridad y no habría ocasión de hablar de él). Evidentemente, en este caso, se asume que el Danubio era la fuente principal. Pero otra vez las documentaciones se contradicen en las características del agua, y se deduce que aparte del río, había otros manantiales (en la época moderna, gran parte del agua potable de la ciudad venía de las montañas situadas a unos 60 kilómetros), por lo que en lugar de estudiar un perfil de agua de una estilo concreto, sería más acertado estudiar los perfiles de las aguas de cada fábrica que elaboraba dicho estilo.

La mayoría, podríamos decir, que derivaba en un perfil más bien duro. Ray Daniels recomienda usar un perfil de agua con menos de 100 partes por millón de carbonatos y unos 50 ppm tanto de calcio como de sulfatos. Y el resto de iones relevantes para la elaboración de cervezas, por debajo de 20 ppm. En su libro, explica que esa cantidad de carbonatos funcionaría muy bien con el perfil de sabor de las maltas tipo Vienna, y que el calcio favorecería el macerado y al mantener los sulfatos a raya, prevendríamos un amargor demasiado áspero.

Tanto en el libro de Ray Daniels como en el de George y Laure Fix, encontraremos información más detallada acerca del agua de Viena. Como premisa, si tienes que calcificar el agua, se recomienda hacerlo con cloruro de calcio para no añadir sulfatos de más.

Maltas

Para quien no lo sepa, en el libro “Designing Great Beers”, se hace un ejercicio muy curioso. Resumiendo un poco, lo que hace es coger un montón de recetas ganadoras (y finalistas) de varios años en la National Homebrewer Competition y analizarlas a conciencia, creando una serie de patrones teniendo en cuenta los ingredientes y procesos utilizados. Con esto consigue deducir y/o interpretar cómo son los estilos de acuerdo a las elaboraciones de los cerveceros caseros más avezados. En cierto modo, tiene su lógica y su encanto. El concurso juzga en la misma categoría tanto a las recetas Vienna como las de la Märzen, pero cuando puede, divide los consejos entre los dos subestilos, y eso está recogido en mi resumen.

Teniendo en cuenta esto, Ray Daniels nos dice que la mayoría de las recetas están basadas en una mezcla de cuatro ingredientes. Concretamente (y por orden de importancia): malta Munich, malta de dos hileras (la 2-rows, popular en los Estados Unidos), malta Pils y malta Vienna.

En un sentido práctico y teniendo en cuenta que estamos en Europa, y que el estilo es de origen europeo, no convendría complicarse la vida usando malta americana de dos hileras. Por lo cual, podemos centrarnos en un triunvirato maltero: Munich – Pils – Vienna. Lo que ya nos da una idea de que estamos buscando un perfil maltoso de forma seria.

Yendo un paso más allá, las funciones de la malta Pils y la de dos hileras es la misma (aportar la mayoría de los azúcares fermentables, así como no aportar demasiado color), por lo que podemos sumar la parte de dos hileras a la Pils.

Por otro lado, las funciones de la malta Munich y la Vienna es la misma (y la manera de producir ambas maltas, muy similares también, y fácilmente sustituibles entre ellas), aportar más sabor a malta, y colores dorados y ambarinos.

En el análisis de las recetas, las combinaciones de dichas maltas son muy variopintas. Si bien es verdad que la mayoría de ellas contemplaba un 80-90% de la suma de estas cuatro, hay de todo. Lo más usual era un 50-60% de malta base + 30-40% de malta Munich/Vienna. Pero en algunos casos los cerveceros aportaban más malta Munich/Vienna que maltas bases en proporción. Esto es, un 60-70% de malta Munich/Vienna.

Muchas de las recetas también usaban malta Crystal o Caramelo (en torno a un 7-9% del grano total) y 6 de cada diez incluían malta CaraPils y malta de trigo (entre 3-7% del grano total). Otras maltas como la Chocolate, aparecen, pero de manera marginal. El trigo solo también es bastante marginal, así como otras maltas tipo Aroma.

En conclusión, obtendrías buenos resultados manteniendo al menos un 90% del grano total con una mezcla de Pils – Munich – Vienna en cualquier proporción, y si quieres darle otro toque, rellenar con Cristal, alguna otra malta tostada, CaraPils y/o malta de trigo.

Para el macerado de las maltas, ninguno en todas esas recetas usó un macerado por decocción, sino que se limitaron a la infusión simple, en rango de 67 °C. Con una densidad inicial media para las Märzen/Oktoberfest de 1,057. Así que podemos deducir sin miedo a equivocarnos que gracias a las características de las maltas modernas, podemos conseguir resultados muy buenos dejando de lado procesos engorrosos como las decocciones, y huyendo de complicaciones.

Lúpulos

El análisis de las recetas muestran unos rasgos de lupulización relativamente sencillos. Con unos niveles de BU:GU [¡plink!] de entre 0,50-0,57 para las Märzen, con unos IBUs teóricos finales de 20-46 (aunque se insiste en apuntar al rango 25-35), buscando un amargor bajo (como demanda el estilo) a moderado (por decisión del cervecero).

Como no se busca sabores a lúpulo, el dry hopping es marginal, y el top 3 de los lúpulos usados fueron el Hallertau, el Liberty y el Saaz (a los que les sigue el Tettnanger, el Perle y el Styrian Golding). Teniendo en cuenta que las elaboraciones son meramente americanas, en Europa hay más facilidad de conseguir las variedades europeas, tales como el Saaz y el Hallertau, siendo más fieles al estilo histórico.

Las adiciones de lúpulo se aproximaban a 1,1 – 1,2 gramos/litro para sabor y aroma (entre los 10-29 minutos), además de la de amargor, que serviría para cuadrar los IBU.

Levaduras

La levadura reina en las elaboraciones del análisis era de la cepa Bavarian Yeast, muy recomendable para acentuar el carácter de la malta. En el capítulo no especifica cual, concretamente, pero tanto Whitelabs como Wyeast tienen su cepa Bavarian Lager, que serían la WLP920 y la Wyeast 2206, respectivamente. La segunda en el podio sería la Weihenstephan 308 (Wyeast 2308). Y la alternativa a ambas, la cualquiera que cuadre en una cerveza lager, como la Wyeast 2124 Bohemian Lager, o las WLP820 Oktoberfest Lager y la WLP830 German Lager.

La temperatura media de fermentación para todas las elaboraciones fue de unos 10 °C. Y la maduración o fermentación secundaria resulta sorprendentemente corto para lo que se recomienda, de entre cuatro y cinco semanas a una media de 0 y 3 °C. Lo usual sería más de ocho semanas, aunque gracias al análisis de Ray Daniels sabemos que aunque siendo lo ideal, no es lo indispensable, y al menos, respetar los 2-4 °C para la guarda en frío.

No se ofrecen alternativas de levadura lager en polvo, por estar más limitadas, pero si nos empeñamos en usar levaduras secas, las elecciones serían la Saflager S-23 o la W-34/70, esta última también de Weihenstephan.

Un paso más allá

Sabiendo que el libro de Ray Daniels, clásico entre los clásicos, ya tiene sus añitos, me he dado un paseo por los seis últimos años de la revista Zymurgy, cuya publicación de Septiembre/Octubre de cada año publica las recetas ganadoras de la National Homebrewer Competition, en cada una de sus categorías. Y podemos sacar conclusiones aún más interesantes, ya que ciertos parámetros van evolucionando, aparecen nuevas maltas de nuevos fabricantes, o se comercializan nuevas cepas de levadura… y creo que es conveniente echar un vistazo.

De las seis últimas recetas (2015-2010) ganadoras en la categoría “European Amber Lager”, la mitad eran del subestilo Märzen/Oktoberfest (2014, 2013 y 2010). No es mala información, teniendo en cuenta que ganaron entre 161, 159 y 145 participantes, respectivamente.

El planteamiento de la receta ganadora de 2014 era de un 73% malta Vienna y un 25% malta Munich II, con un 2% de malta Acid (todas de Weyermann). Usó un macerado de doble decocción. Tiene una lupulización muy aburrida, pero efectiva, con una sola cuota de lúpulo Perlé a los 60 minutos, hirviendo 60 minutos. Partió de una DI de 1,056 y usó la levadura WLP833 German Bock Lager para bajar a 1,012. El calendario de fermentación es muy efectivo, con 10 días a 9 °C, 7 días a 14 °C y una guarda en frío de 60 días a -1 °C.

En 2013, la medalla de oro usó un 44% de malta Pilsener (la tradicional de Weyermann, malteada en el suelo), un 30% de malta Munich (Weyermann 5-7) y un 26% de malta Vienna (Weyermann 3,5). Usó una decocción simple y lupulizó con Millenium usando la técnica “First Wort Hopping” y luego con el Tettnanger a los 30 y 10 minutos para completar unos IBU teóricos de 24,6 con un hervido total de 90 minutos. Fermentó con la Wyeast 2633 Oktoberfest Blend lager para bajar de 1,056 a 1,014 y siguió un calendario de fermentación bastante práctico: 14 días a 10 °C, 2 días a 20 °C como descanso de diacetil, y luego bajó 1 °C/día hasta llegar a 1 °C durante 90 días.

La otra receta ganadora, la de 2010, dice tener un 91% de malta Vienna y el 9% restante lo divide a partes iguales en maltas Munich, Dextrin, Melanodin y Acid. Macerar por infusión simple a 67 °C y también tiene “First Wort Hopping” con Centennial, para luego hervir 105 minutos y lupulizar con Hallertau a los 15 y 5 minutos, completando 21 IBU teóricos. Fermenta con la WLP833 German Bock Lager (como la que gana en 2014) y baja de 1,058 a 1,014, fermentando 14 días a 10 °C y 42 a 2 °C (sin descanso de diacetil, lo que no acabo de creerme).

Final

A lo largo del post hemos hecho un breve repaso histórico del estilo, hemos visto también que se trata de una cerveza bastante flexible en cuanto a formulación y que deja bastante libertad al elaborador. Lo realmente interesante, como siempre, sería poder hacer varias versiones con diferentes planteamientos en las recetas y usar diferentes levaduras para dichos planteamientos. Sobre todo, antes de enviar la cerveza a un concurso.

La parte mala es, que teniendo en cuenta la limitación de espacio de la mayoría y las 8-10-12 semanas de guarda en frío, llegar a una conclusión efectiva respecto a mezcla de maltas, lupulización efectiva y elección de levaduras, nos llevaría años.

El Parti-Gyle, divide y bebe más (variedad)

  El parti-gyle es una de las tradiciones cerveceras más antiguas que se conocen, y sin embargo, todavía muchos jombrigüeres o no lo conocen, o no lo usan, o lo hacen sin saber que se llamaba así. Creo que merece la pena conocer los detalles técnicos e históricos de lo que encierra esta expresión, y le vamos a dedicar este post.

Yendo al grano, resumiendo un poco el asunto, y como punto de partida, podemos decir que el parti-gyle es una técnica de elaboración que consiste en instrumentar un único macerado de malta con una única carga de grano en el macerador, de tal manera que gracias a una oportuna gestión del mismo y manejando por separado los diferentes mostos extraídos, podamos elaborar diferentes cervezas de una vez.
Esto implica poner agua caliente en la malta, vaciar el macerador, darle un uso a ese mosto hirviéndolo por separado, y volver a poner agua caliente en el macerador para seguir aprovechando los azúcares que han quedado en la malta, dándole otro uso diferente a este segundo mosto, y repitiendo la operación tantas veces como sea conveniente. Usualmente, esto se hace aprovechando el primer mosto (más denso) para hacer una cerveza potente y el resto de mostos (o la suma de ellos), para otra (u otras) cervezas.

Gyle

En nuestra afición, como en todas las demás, hay muchas palabras propias que fuera del círculo de cerveceros, son difíciles de entender; lo que se denomina “jerga”, sin dar más rodeos. La mayoría nos han llegado al español desde otras culturas y algunas son incómodas de traducir, y no se traducen. Otras, directamente, tienen una traducción muy difícil o imposible, por lo que se opta también por el hecho de no traducirse. Así, tenemos muchas palabras raras en nuestros textos de referencia, cuando esos textos son en castellano.
“Gyle” (\ˈgī(ə)l\) viene a significar, ni más ni menos, que “la cerveza que está en proceso de fermentación”, o más técnicamente “el mosto, una vez se ha puesto la levadura en él, y que está en proceso de fermentación para convertirse en cerveza”, es difícil de encontrar en diccionarios de inglés comunes, pero se puede acudir al Merriam-Webster [¡plink!]. La palabra está relacionada con la francesa “guiller”, del mismo significado, y en algunos casos, la grafía de la palabra era “gael” o “guile”.
“Parti” es más fácil de asimilar, puesto que viene del latín partīre, en su acepción de “dividir”.
Se usó mucho entre en los siglos XIV y XIX, y ahora ya es más complicada de encontrar, puesto que se perdieron muchas costumbres y palabras cuando la cerveza dejó de ser algo exclusivo de elaboraciones tradicionales y de monasterios y dio el salto a la industrialización de sus procesos. Así que de no ser porque define una técnica de elaboración muy antigua, probablemente la palabra en sí ya habría desaparecido del todo.

Nota curiosa: en los textos que leí para documentarme sobre el parti-gyle, me encontré con un verbo también en desuso, “to barm”, que venía a significar “añadirle levadura a algo” (como sustantivo, era equivalente a kraeusen)… Me pregunto si alguien se atrevería a usar el verbo “barmear” en español…

Parti-Gyle, históricamente hablando

Actualmente, lo usual es diseñar una cerveza partiendo de una receta en la que has previsto qué densidad vas a conseguir, extraer todos los azúcares posibles de dicha malta mediante un macerado simple, lavar la malta para arrastrar los azúcares residuales y potenciar tu rendimiento, y mezclar el mosto junto con el líquido del lavado para completar así la cantidad de mosto a hervir, y cumplir con tu objetivo de densidad. Suena lógico y fácil, sobre todo ahora que se dispone de un densímetro y de muchos conocimientos acerca de qué reacciones químicas suceden dentro del mosto.
Sin embargo, el proceso estándar de elaboración de cervezas hace siglos, no era éste, si no que por sistema, se ponía agua caliente en la malta molida, se sacaba el mosto tras el macerado y se le daba un uso concreto a dicho mosto. Luego, se volvía a poner agua caliente en la malta ya macerada para volverla a macerar (a menudo, añadiendo algo más de malta molina) y se volvía a sacar el mosto. Éste segundo mosto tendría una densidad menor, y se destinaría a elaborar una cerveza distinta. Se hacían más macerados, o se combinaban el primero y el segundo mosto, y se aprovechaba el tercero (o el resto) para hacer la famosa “small beer” (cerveza floja). Las posibilidades eran múltiples y dependía del sitio de elaboración y del maestro cervecero en cuestión. Es muy popular la historia de que en las casas donde se hacían cerveza, se aprovechaban los primeros mostos para elaborar las bebidas de los señores, y los criados se contentaban con los últimos.
Los primeros libros que ilustran las metodologías empleadas en la elaboración de cerveza de manera más o menos seria datan del siglo XVIII, y en ellos se encuentran muchos ejemplos del método comentado. Gracias al historiador Ron Pattinson (que tiene un blog interesantísimo [¡plink!]), que se ha encargado de investigar muchos de ellos, sabemos que esto era así. Y se percata del hecho de que lo realmente raro era elaborar una cerveza en la que se usaran todos los mostos mezclados para un único fin, y va más allá, la cerveza Porter (quien quiera conocer más detalles de la historia de la Porter puede leer este ameno post [¡plink!]), en un principio se denominaba “Entire”, ya que sí que se elaboraba “a partir de un macerado entero” (es decir, todos los mostos de un único macerado se recogían en la misma olla de hervido para crear un único lote con una densidad consistente), puesto que, gracias a la llegada del densímetro a finales de ese siglo, se empezaron a dar cuenta de cómo aumentar rendimientos y a manejar las densidades de una manera óptima.
Aun así, el parti-gyle no fue una tendencia en desuso, sino que se empezó a usar de una manera más sofisticada, al tener más control sobre los procesos. Las nuevas tecnologías como el densímetro (que ya lo habíamos dicho) y nuevas técnicas de malteado y macerado, hicieron que las fábricas cambiaran sus planteamientos de elaboración de cara al ahorro de costes y la búsqueda de la rentabilidad.
En las publicaciones del siglo XIX, lo normal es que hasta los cerveceros más pequeños tuvieran una cierta cantidad de cervezas en sus listas de precios… cualquier fábrica era capaz de venderte Stock Ales, diferentes Pale Ales, diferentes Milds, Table Ales y Stouts de diferentes potenciales, y esto se conseguía por medio de la elaboración parti-gyle, usualmente manejando entre tres y cuatro mostos de un mismo macerado, y sus diferentes combinaciones, no solo de mostos completos, sino de parte de ellos.
En el siglo XX, fueron los cerveceros escoceses los que más de aplicaron con esta técnica. Su costumbre era usar una misma receta básica y a partir de ahí, sacar diferentes mostos con diferentes potenciales de alcohol… las famosas 60/-, 70/-, 80/- y la Strong Ale. Para más detalles sobre la historia (fantasma) de las cervezas escocesas, se puede leer este otro post [¡plink!] también muy ameno…
Pero el parti-gyle no se detenía en el macerado… los cerveceros, que ya controlaban las densidades del mosto a placer, podían coger una parte de la producción ya embarrilada y cebarla con azúcar para potenciar su nivel alcohólico. Y como podían, pues lo hacían para sacar versiones más potentes, controlando también el nivel de producción de acuerdo a la demanda de dichas cervezas.
El uso de esta técnica empezó a decaer en la década de 1960, pero no se ha extinguido, sobre todo en Inglaterra, donde sigue siendo una forma habitual (y práctica) para hacer diferentes cervezas a partir de una única carga de malta. Fuller’s, por ejemplo, sigue haciendo sus cervezas Chiswick, London Pride, Export London Pride, ESB, ESB Export, Golden Pride y Vintage Ale mediante esta técnica. O la fábrica Woodforde’s en Norwich elabora una Barleywine de 7% y una Golden Ale de 4,3% partiendo de una misma receta. También sigue siendo lo normal en algunas fábricas alemanas para elaborar Bocks con distinto potencial e incluso en Bélgica, variaciones de algunas cervezas trapenses.
De hecho, hay quien apunta que este es el origen de que las cervezas belgas trapenses se llamen Triples, Dobles y Singles, siendo la Triple elaborada con el primer mosto, la Doble con el segundo y la Single con el tercero. O en Inglaterra, las famosas X que aparecían en las etiquetas de las cervezas, siendo las XXX las del primer mosto, las XX las del segundo mosto y la X, la del tercero.

El planteamiento correcto

Para una fábrica comercial, es bastante ventajoso, ya que puede que ciertas cervezas tengan un mercado limitado con menos demanda, por lo que hacer un lote entero de una Imperial Stout o una Barley Wine usando el 100% de la capacidad del mosto de su macerador sea algo poco rentable. O que su equipo esté limitado para conseguir una densidad muy alta (y hervir mucho tiempo también sea poco rentable)… Pero si el cervecero se plantea usar el parti-gyle y usar el primer mosto para hacer un lote pequeño con una densidad muy alta, puede hacer una operación rentable, usando el resto de material para un lote de una cerveza habitual con mayor cuota de mercado.
Esto es extrapolable a los jombrigüeres… sobre todo porque a algunos, elaborar 20, 30 o 50 litros de una cerveza con 10% de alcohol nos hacía mucha gracia al principio, pero cada vez la tendencia es moverse a cervezas de fácil consumo (o Easy Drinking, como nos cuenta nuestro amigo Antoineitor en este artículo [¡plink!]), así que te puedes pegar el gustazo de experimentar y hacer, el mismo día, unos pocos litros de una cerveza más exclusiva y usar el resto de mostos para conseguir otra receta más normalita. Además, te da el juego para usar dos cepas de levadura, lupulizar deferente (o no, y ver cómo afecta la densidad a un mismo planteamiento). Y siendo sincero, si elaboras 50 litros, a menos que en tu casa viva un equipo de futbol o tus amigos tengan más vicio que una garrota, elaborar un lote de esa cantidad de la misma variedad no siempre va a ser la mejor idea.
La flexibilidad de esta idea es infinita. Digamos que quieres hacer una Doble IPA con bastante alcohol, y sacas un primer mosto de tu macerador bastante subido de densidad. Nada te impide entonces añadir malta Chocolate o Cebada Tostada al macerador y usar los azúcares restantes en la malta para hacer una Dry Stout o una Brown Ale. Y si no añades las maltas tostadas, es posible elaborar una Ordinary Bitter, o añadirle azúcar al hervido del segundo mosto y convertir la cerveza en Pale Ale o IPA… el límite está en tu imaginación.
Pero no todo iba a ser fácil: vas a necesitar más equipo. Más fermentadores, y obviamente, al menos dos ollas para hacer hervidos distintos y sus correspondientes fuentes de calor. La clave para empezar en el parti-gyle pasa por invitar a otro compañero jombrigüer a tu casa, para que se traiga sus cacharros y elaborar de manera conjunta sin invertir en más equipo.
La experiencia de los jombrigüeres que han intentado esto no aconseja hacerlo con una sola olla, porque si tienes que esperar a hervir un mosto para luego hervir el otro, la jornada se hace interminable. Por otro lado, si lo que tienes pensado es guardar el mosto todo un día y una noche para hervirlo al día siguiente, la posibilidad de que en lugar de mosto tengas un líquido repugnante son muchísimas. Eso sí, si hierves a la vez, programa bien los tiempos para poder enfriar uno de los mostos cuando ya estés seguro de que el otro se encuentre a la temperatura correcta para “barmearlo”.

La teoría matemática

Vaya por delante que ni leyendo en foros, ni a los autores de los artículos de referencia, ni a amigos que lo han intentado, ni a mí mismo, les ha funcionado la teoría de densidades que todo el mundo maneja y que voy a explicar un poco más abajo. Sin embargo, a pesar de eso, se necesita un punto por dónde empezar, y como estimación, resulta una guía útil, así que a no ser que encuentres una teoría diferente, es la única por dónde empezar a hacer números hasta que hayas comprobado por ti mismo qué es lo que sale en la práctica con tu equipo.
Hazte a la idea de que la primera vez que hagas un parti-gyle, si atinas con las densidades, será por casualidad, y estate preparado para ajustar las densidades a la cantidad correcta si necesitas forzosamente entrar en un rango concreto, y prepárate para equilibrar los IBUs sobre la marcha. Conviene tratar las recetas como cervezas independientes a la hora de lupulizar y estimar el amargor.
Quizás no estés familiarizado con el concepto de Puntos de Densidad y el texto a continuación te suene un poco a koreano, pero no hay problema, porque este tema quedó bien explicado en el último post [¡plink!].

Cuando nos planteamos hacer un lote parti-gyle, tenemos que pensar cómo vamos a dividir el mosto. Lo usual es dividir un mosto (el macerado + el lavado) en 1/3 + 2/3 o bien en 1/2 + 1/2.

Si dividimos el lote en 1/3 + 2/3, aproximadamente la mitad del extracto total va al primer tercio, mientras que la otra mitad del extracto iría a la parte más grande de 2/3.

Pongamos que queremos hacer 30 litros de cerveza con una densidad inicial de 1,060 para el lote completo, contando con que tenemos 1.800 Puntos de Densidad (30 litros x 60 del ‘factor denso’), así que vamos a estimar qué densidades conseguiremos dividiendo el mosto, usando la siguiente fórmula:

(1.800 Puntos de Densidad x 0,50) / 10 litros = 90
(1.800 Puntos de Densidad x 0,50) / 20 litros = 45

  Concluyendo que los primeros 10 litros (1/3 de los 30 litros) podrán tener una densidad aproximada de 1,090, mientras que los 2/3 restantes (los otros 20 litros), tendrán una densidad de alrededor de 1,045.

Los lotes divididos en 1/2 + 1/2 tendrán alrededor del 58% del extracto total en el primer mosto, y un 42% en el segundo. Usando el mismo ejemplo que antes (lote de 30 litros con una densidad inicial programada de 1,060 para el lote completo), podremos estimar que los primeros 15 litros tendrán una densidad de unos 1,070 y la otra mitad del mosto, unos 1,050. La explicación se ve muy clara en el siguiente cálculo:

(1.800 Puntos de Densidad x 0,58) / 15 litros = 69,6
(1.800 Puntos de Densidad x 0,42) / 15 litros = 50,4

  Como ya hemos dicho, no conviene fiarse al 100% de estos cálculos, puesto que estamos hablando de estimaciones (la realidad es que el equipo, la cantidad de malta usada y el ratio agua:malta entre otros factores suman una cantidad de variables infinitas imposibles de controlar).

Una buena idea para controlar los rendimientos de tu equipo es que cuando elabores la próxima vez sin hacer parti-gyle, midas las densidades separando los mostos (aunque luego los mezcles, como siempre, sólo haciendo una simulación) y te hagas una idea de cómo funciona. La experiencia dice que tendrás diferentes rendimientos si has planteado hacer una receta de densidad 1,050 o de 1,060 o de 1,070, así que es buena idea ‘tantear’ tu equipo para afinar más, más pronto.
Por supuesto, las elaboraciones Parti-Gyle permiten otras divisiones o planteamientos, por ejemplo, supongamos que vamos a coger el enfoque medieval de la elaboración de cervezas, donde conseguimos 3 mostos distintos, de igual volumen, macerando 3 veces la misma carga de malta. La estimación a seguir es la de que el lote del medio tendrá, más o menos, la misma densidad que la densidad programada para el lote completo. Para el primer mosto tendríamos que multiplicar dicha densidad por 1,5 y para el último, por 0,5.
Siguiendo con el ejemplo anterior, si hemos programado 30 litros a 1,060, los primeros 10 litros tendrán una densidad de 1,090 (60 x 1,5 = 90), los siguientes 10 litros la densidad programada, es decir, 1,060 y los últimos 10 tendrían 1,030 (60 x 0,5 = 30).
Y como digo, no tienes que quedarte ahí, puedes hacer muchas otras variaciones. Como por ejemplo, puedes mezclar partes del primer, segundo y tercer mosto para conseguir cualquier densidad que necesites. O puedes añadir extractos, azúcar o miel a los mostos más flojos para elevar su densidad y conseguir tres cervezas potentes (si eso es lo que realmente quieres). O puedes usar los dos primeros mostos para hacer una cerveza de densidad alta-media, y el último tercio del mosto para hacer una cerveza realmente ligera, o “aguachirri”… No se pueden cubrir todos los supuestos, pero creo que el texto es suficientemente descriptivo como para abrir la mente del jombrigüer y que, manejando los Puntos de Densidad, puedas estimar qué mostos vas a conseguir.

Conclusión

Llegados a este punto podemos concretar que el Parti-Gyle era el método inherente de elaboración de cervezas antes de 1780, pero que con la llegada del densímetro y un mayor control de los procesos de elaboración, dicha técnica empezó a ser una herramienta secundaria, pero a la vez, un método para ajustar las densidades y poder cumplir con la planificación de las elaboraciones de las fábricas.
A nivel jombrigüer, es ideal para hacer varias cervezas en un solo día e ir afinando las recetas a un ritmo más alegre, ya que la experimentación con volúmenes de cerveza más pequeños es menos problemático.

Referencias

Ron Pattinson (Revista Zymurgy, Noviembre/Diciembre 2014)
Terry Foster (Brew Your Own) [¡plink!]
Brad Smith (Brew Your Own) [¡plink!]
Randy Mosher (Morebeer) [¡plink!]

Matemática cervecera | Los Puntos de Densidad

En mi lento ritmo de creación de artículos, me he dado cuenta que para seguir el hilo de algunos de ellos, primero conviene tener claros algunos conceptos básicos. Como este blog está concebido a largo plazo, quiero pensar que dentro de algunos años el contenido del mismo sea el suficiente como para poder trabajar con él con independencia de otros recursos, al menos a ciertos niveles, mientras que dicha información sea a la par manejable, útil, práctica y entretenida.
Justo por esto, no me queda más remedio que centrarme también, de vez en cuando, en tribulaciones básicas de cervecero casero a las que poder hacer referencia en artículos venideros, sin tener que recurrir a otros sitios. Así que el post de hoy está dedicado a los Puntos de Densidad.

Cuando se empieza en el apasionante mundo del jombrugüin, dejando de lado los aburridos e insulsos kits de extractos y lanzándonos al jombrugüin en estado puro: el conocido como todo-grano (o 100% malta) todo son dudas, inseguridades y vacilaciones.

Por un lado tenemos nuestra agua, nuestro saco de malta de cebada, nuestros lúpulos perfectamente conservados y la levadura a punto para hacer nuestra primera elaboración. Hemos buscado unas cuantas recetas que elaborar, y como no queremos complicarnos demasiado hemos escogido una muy sencillita, pero no estamos seguros de si las cantidades de malta y de agua (¡o de lúpulos!) son las idóneas. Podemos imaginarnos al neojombrigüer moviendo cacharros de aquí para allá sin saber muy bien cómo actuar en cada momento (yo me sentía así), y pesando cantidades esperando no meter demasiado la pata… Así que una de las primeras preguntas que vienen a la mente es la de ¿cuánta malta tengo que poner aquí para llegar a la densidad que me marca la receta?

Parece simple, y en realidad lo es si somos capaces de manejar ciertos factores muy básicos. Es decir, si por un lado sabemos que necesitamos llegar a una densidad objetivo de 1,045 después de hervido y hemos calculado que la cantidad de mosto que vamos a tener en nuestro fermentador (una vez terminado el macerado y el hervido) es de 20 litros… ¿cuántos kilos de malta necesitamos poner en el macerador para que la densidad después del hervido no sea ni 1,060 ni 1,030… si no los 1,045 que hemos proyectado?

Hay mucho software (gratuito o no) que te hace estos tipos de cálculos sin ningún esfuerzo. Sin embargo, la gente curiosa (como yo) necesita saber de dónde vienen y a dónde van estos números. Yo quise saberlo al principio, con el ánimo de tener un mejor control de los procesos, y a la postre no he usado nunca ningún software de elaboración para hacer estos cálculos. Reconozco que tengo mi propia hoja Excel que he generado para no perder tiempo haciendo muchos cálculos manualmente, pero nunca he sentido la necesidad de apoyarme en un software específico para diseñar mis recetas.

La principal fuente de toda la información del post viene del libro de Ray Daniels, “Designing Great Beers”, pero hay multitud de otros sitios de referencia donde investigar los mismos parámetros, no se trata de ningún secreto ancestral, sino de lo primero que se aprende cuando se empieza a hacer cerveza en casa. Uno de mis post favoritos respecto a este tema (en inglés) es este [¡plink!] de la web http://homebrewmanual.com/ Además, la mayoría de las publicaciones se mueven en onzas, libras y galones y la suerte de este artículo es que ya habla en litros y kilos.

Y como el movimiento se demuestra andando, lo mejor es conducir la explicación a través de un ejemplo sencillo. Imaginemos que queremos hacer una cerveza de fácil elaboración, tipo English Pale Ale (Bitter, grupo 8B de la BJCP), con una densidad inicial objetivo de 1,045 y compuesta de los siguientes ingredientes:

92%  Malta Pale
5%   Malta Crystal
3%   Copos de trigo

Así que para empezar a recabar la información necesaria para nuestra ecuación en realidad hay que irse al final del proceso: ¿cuánta cerveza quedará al final de todo el proceso? Este será el dato elemental que va a condicionar todo. Obviamente no será lo mismo hacer 10 litros de cerveza, que 20 o que 30. Así que en nuestro ejemplo vamos a suponer que queremos acabar con 25 litros de cerveza.

Llegados a este punto, ya podemos empezar a jugar con los Puntos de Densidad. En inglés unas veces se llaman Gravity Units y otras Gravity Points, con sus respectivas abreviaturas (GU y GP), pero nosotros simplemente les llamaremos Puntos de Densidad (PD). Además, los números calculados a la manera anglosajona (en libras y galones) no se corresponden con estos Puntos de Densidad a la española, puesto que al multiplicar cantidades dan resultados más pequeños que no podemos tener en cuenta.

Los Puntos de Densidad van a indicar de manera directa y segura la cantidad real de azúcares que hay en tu cerveza o en tu mosto (o la cantidad que quieres que haya). La densidad por sí misma es un valor que te indica un objetivo, pero si no está vinculado a un volumen concreto de cerveza, no es plenamente indicativo. Además, si te paras a medir densidades todo el rato, tendrás multitud de valores confusos y diferentes: una densidad en el primer mosto del macerado, una densidad en el segundo mosto, una densidad distinta antes de hervir, otra después de hervir… Sin embargo, los Puntos de Densidad sugieren un valor absoluto que te van a servir no sólo para saber que todo va bien, sino también para predecir qué va a ocurrir en el futuro inmediato (es más fiable que leer el futuro lanzando conchitas chiquititas sobre un tapete de felpa).

El principio del mismo es bien sencillo: el contenido de azúcar de un mosto, después del macerado, no varía. Supongamos que tenemos 10 litros de mosto, y le añadimos 5 litros de agua; es evidente que el total de azúcares del mosto no habrá variado con dicha adición de agua, solo que estarán más diluidos. En el caso contrario, si hervimos esos 10 litros de mosto y lo dejamos en 8 (por evaporación), tendremos exactamente la misma cantidad de azúcares, pero más concentrados (lo que equivale a un mayor valor de densidad). Pero en los tres casos, con 8, 10 o 15 litros, el contenido en azúcares es exactamente el mismo.

Si queremos explicarlo de manera más básica aún, tenemos la parábola de los gatitos en la piscina. Imagina una piscina hinchable llena de agua hasta la mitad donde están nadando siete tiernos gatitos. Imagina también que la piscina hinchable es tu olla, el agua es el mosto y los gatitos, los azúcares de la malta. Si llenaras la piscina de agua hasta arriba, seguirían siendo siete los gatitos que hay en la piscina. Y si abrieras el grifo para sacar el agua de la piscina, seguiría habiendo siete gatitos en la piscina. Varíe lo que varíe la cantidad de agua, los gatitos son los mismos. Varíe lo que varíe el volumen del mosto, una vez acabado el macerado y los azúcares están disueltos, dicho contenido en azúcares será constante a lo largo de todo el proceso.
Por tanto, podemos decir que:

Puntos de Densidad = Factor Denso x Volumen (litros)

¿Qué demonios es el Factor Denso? La respuesta rápida es que el Factor Denso es un nombre estúpido que me he inventado para darle un poco de lógica y coherencia a los cálculos. Resulta que para medir la densidad específica de un líquido se toma como referencia la densidad del agua destilada, que es 1. Si al agua pura se le van añadiendo y disolviendo otras partículas, la densidad aumenta… así, cuanto más contenido de azúcar hay en un líquido (en nuestro caso, el mosto), más alta será la densidad específica de dicho líquido. El problema viene que unas veces el valor 1 se expresa como 1.000 o como 1,000 o como 1000. En el caso de 1.000 es porque los anglosajones usan el punto para separar la parte decimal, igual que aquí usamos la coma. Esto provoca que muchas veces leemos la cantidad 1.080 o 1,080 como “mil ochenta” o “uno como ochenta”. Ni que decir tiene que las veces que no vemos ni coma ni punto (1080), decimos “mil ochenta” o, directamente, “ochenta”. A efectos prácticos nos da lo mismo, y puedes ver las cantidades con comas, puntos o solo números indistintamente en cualquier texto de cervecería casera. Sin embargo, a la hora de confeccionar una norma o fórmula matemática para cualquier aplicación informática, no es lo mismo.

El “Factor Denso” (fd) es la parte de la cifra de la densidad específica que está después del punto, o de la coma. Si tratamos la densidad como un valor de “mil y pico”, la fórmula sería (usando una densidad de 1.085 como ejemplo):

Factor Denso = 1.085 – 1.000 = 85

Si lo tratamos como una “coma”, la fórmula sería esta:

Factor Denso = (1,085 – 1) x 1.000 = 85

Pero no te hace falta hacer ningún cálculo matemático para saber que el Factor Denso de 1,085 es 85, o el Factor Denso de 1,060 es 60.

Así que si retornamos a la fórmula anterior y a nuestro ejemplo, tenemos que:

Puntos de Densidad = Factor Denso x Volumen (litros)
Puntos de Densidad = 45 x 25 = 1.125

Donde 45 es el Factor Denso de nuestra densidad inicial objetivo (1,045) y 25, el volumen total de litros de cerveza que queremos tener al final del proceso. Y el producto de ambos valores, 1.125, nuestros Puntos de Densidad objetivos. Con esta información ya podemos hacer (y saber) muchas cosas.

El Extracto Potencial

Las cosas empiezan a complicarse un poquito a partir de ahora, peno no demasiado. Si ya sabemos nuestros Puntos de Densidad objetivo (de ahora en adelante, PD), necesitamos saber qué cantidad de azúcares nos va a aportar cada malta o adjunto que hay en nuestra receta. Es evidente que todas las maltas no tienen el mismo contenido de azúcares, así que tenemos que saber, o al menos estimar cuál es el potencial de extracto de cada una de las maltas que intervienen en la maceración.

Aquí tenemos que obviar el hecho de que cada malta es un mundo, no ya la misma clase de malta de dos malterías diferentes, sino la misma malta de un mismo fabricante de cosechas distintas, o el mismo saco de malta usado en diferentes momentos (según la conservación del mismo) y otros factores de control. Se supone que estamos diseñando una receta, y no haciendo el business plan para los próximos diez años de un holding de empresas.

Podemos definir, simplificando, que el Extracto Potencial de las maltas (y adjuntos) es el contenido en azúcares susceptible de disolverse en agua caliente y formar parte del mosto. Es fácil de entender si decimos que el azúcar blanco (sacarosa, de hecho) tiene un Extracto Potencial a todos los efectos del 100%. Es decir, como el azúcar blanco es 100% azúcar, contribuirá con un 100% de sus azúcares a la densidad del mosto. ¡Obvio! Así, constituye la referencia para el resto de ingredientes.

La malta, sin embargo, no es 100% azúcar. Tiene cáscaras (por decir algo que podemos ver con los ojos) y otros compuestos diferentes. Por eso las malterías someten sus maltas a un estudio de laboratorio para conocer al detalle todas las características importantes: humedad, proteínas, alfa-amilasas… y por supuesto, el Extracto Potencial. Como ejemplo podemos consultar un análisis típico completo de las maltas de BRIESS Malt & Ingredientes Co. aquí [¡plink!], donde por ejemplo podemos ver que la malta Pilsen tiene un 80,5% de Extracto Potencial, mientras que la CaraPils tiene un 75%. Y de un vistazo simple podemos ver que las maltas base típicamente rondan el 80%, mientras que las especiales más comunes van desde un 78% a un 75% o un poquito menos (72%) para las más tostadas, con menor contenido en azúcar soluble en el mosto.

dedako

Ray Daniels, en el quinto capítulo de su libro “Designing Great Beers” usa un enfoque distinto para los Extractos Potenciales, pero poco, porque en esencia parte del mismo sitio. Primero, construye una tabla de referencia para las maltas más comunes, puesto que estar investigando las maltas de cada fabricante, durante todas las cosechas, es un tarea aburrida y poco práctica (las variaciones son mínimas) y segundo, plantea el potencial de cada una de ellas haciendo la siguiente estimación: si 1 libra de cierta malta se macera en 1 galón (americano) de agua, ¿qué densidad conseguimos? Teniendo esa información, podemos saber de manera sencilla cuánta malta usar para alcanzar la densidad del mosto que queremos. En nuestro lenguaje de litros y kilos, la pregunta sería ¿qué densidad conseguimos si ponemos 453 gramos de cierta malta en 3,784 litros de agua?, lo que haría impracticable cualquier tipo de cálculo sencillo. Sin embargo, con un cálculo teórico sencillo podemos transformar esos datos y estimar qué densidad nos darían 100 gramos de malta en un litro de agua, lo que sí es más útil.

En la siguiente tabla podemos ver un resumen de estos cálculos, junto a la información que usa John Palmer en el How to Brew [¡plink!] y de la que más adelante hablaremos de cómo usarla. Si nos fijamos bien entre ambas columnas, podemos ver una correlación muy clara entre ellas, lo que certifica que la base es la misma.

Tabla_ExP

Por supuesto, tenemos que tener en cuenta que se trata de un cálculo teórico, porque en la mayoría de los casos, aún en las condiciones más favorables del mundo, no todo el Extracto Potencial de la malta pasa al mosto… y por eso tenemos que hablar del rendimiento del macerado.

El rendimiento del macerado

Podemos (y lo haremos) dedicar un post entero acerca del rendimiento del macerado, ya que hay corrientes de opinión, teorías contrarias y hasta extremismos religiosos acerca de cómo calcular de forma correcta el rendimiento del macerado. Y realmente es un tema apasionante sobre el que discutir.

No obstante, para el caso que nos ocupa es mejor pasar un poco de puntillas y centrarnos en otras prioridades. Quedémonos con el hecho de que la realidad es que no todas las cosas salen siempre como las planeamos, y aunque una malta tiene un potencial de extracto dado, hay muchas variables y acontecimientos que van a influir en el macerado para que todo ese extracto pase al mosto, y finalmente, en la mayoría de los casos sólo pase una parte del mismo. Por eso hablamos del fenómeno conocido como “rendimiento del macerado”. Según Ray Daniels, en los equipos usuales de jombrugüin dicho rendimiento suele moverse en el rango de un 65% en los casos más pobres y en un 80% en los mejores (insisto, esto es carne de debate que ya abordaremos en otro post, no vamos a discutirlo ahora) y la idea es que cada uno de nosotros sepamos el rendimiento de nuestro equipo.

Como al principio es difícil saberlo o si estás usando un equipo por primera vez es imposible saberlo, lo ideal es hacer una estimación al 70% o al 75%, y luego ir ajustando en función de los resultados. Es recomendable ser conservador con este dato y usar el 70% al principio, porque si alcanzas más rendimiento, siempre puedes añadir más agua y acabar con más cerveza.

Empezando los cálculos

Recopilemos los conceptos que hemos manejado hasta ahora: conocemos los Puntos de Densidad (PD), el Extracto Potencial (ExP) de las maltas y el Rendimiento del macerado (R%), así que con todo esto podemos obtener respuestas a nuestras preguntas iniciales.

Como hay diferentes planteamientos y enfoques, vamos a ver dos de ellos y que cada cual use el que más le convenga. Antes de usar estos cálculos para el ejemplo inicial de la receta propuesta, vamos a explicar las fórmulas como si sólo usáramos una única malta para alcanzar la densidad objetivo, así será fácil de entender. Digamos, entonces, que queremos alcanzar una densidad de 1,045 para 25 litros de cerveza usando sólo malta Pale.

El enfoque Daniels

Si estudiamos el planteamiento que Ray Daniels usa en su libro, y convertimos sus fórmulas a kilos y litros, obtendremos la siguiente fórmula simplificada:

Kg de malta= Puntos de Densidad / Extracto Potencial / Rendimiento / 10
( Kg = PD / ExP / R% / 10 )

Donde:

Kg de malta (Kg): el resultado de la fórmula nos dará directamente los kilos de malta a usar en el macerado.

Puntos de Densidad (PD): los puntos de densidad objetivo que hemos calculado para conseguir una densidad específica después del hervido. Recordemos que en nuestro ejemplo tenemos un objetivo de 1.125 PD (45 x 25 litros).

Extracto Potencial (ExP): es el extracto potencial de cada malta de la tabla de referencia que hay más arriba, expresado en modo “factor denso”, ya explicado. Según dicha tabla, la malta Pale tiene un extracto potencial de 1,030, lo que expresado como “factor denso” sería 30.

Rendimiento (R%): es el rendimiento del macerador, expresado en %. Si partimos de la base de un 70% para empezar, tendremos que usar 0,70.

Por tanto:

Kg de malta = 1125 / 30 / 0,70 / 10
Kg de malta = 5,357

Claro y sencillo. Pero… ¿qué pasa si no usamos sólo una malta, sino varias como en la receta planteada al principio? No es para nada complicado, en serio. Volvamos a ese ejemplo. Recordemos que la receta original era:

92%  Malta Pale
5%   Malta Crystal
3%   Copos de trigo

Y como ya sabemos que nuestros Puntos de Densidad objetivo son 1.125, sólo hay que ponderar qué parte de material fermentable aportará cada uno de los ingredientes. Como tenemos los porcentajes a mano, no hay nada más sencillo:

Malta Pale: 1125 x 0,92 = 1035 PD
Malta Crystal: 1125 x 0,05 = 56 PD
Copos de trigo: 1125 x 0,03 = 34 PD

Hemos redondeado los decimales para no complicarnos la vida (no habrá diferencias). Ya sabemos que de los 1.125 PD, 1.035 PD vendrán de la malta Pale, 56 PD de la Crystal y 34 PD de los copos de trigo. Así que ahora aplicamos la fórmula que ya conocemos, teniendo en cuenta que según la tabla de referencia, el extracto potencial de la malta Crystal es 28,5 (como pone 1,028 – 1,029 tiramos por la media y con esto intento además transmitir que estamos estimando y que esto no es una ciencia exacta ni alquimia delicada) y el de los copos de trigo, 30.

Por tanto:

Kg de malta Pale: 1035 / 30 / 0,70 / 10 = 4,928 kg.
Kg de malta Crystal: 56 / 28,5 / 0,70 / 10 = 0,280 kg.
Kg de copos de trigo: 34 / 30 / 0,70 / 10 = 0,162 kg.

C’est fini. Ya tenemos nuestra receta completa.

El ‘otro’ enfoque

Como ya se ha comentado, hay muchos planteamientos para hacer los mismos cálculos, aunque casi todos nos vienen dados en libras y galones (o lo que es peor, en alemán). Como en esta página [¡plink!] los cálculos ya vienen en litros y kilos, creo que merece la pena echar un vistazo a ver qué dice.

El autor de esta web, un tal John, toma como referencia lo que a partir de ahora llamaremos el “Punto de Referencia del Azúcar”, o el dato de que la sacarosa tiene 46 PPG (Points per Pound per Gallon). Esto nos dice que por cada libra de azúcar que se añade a un galón de agua, obtenemos 46 puntos de azúcar. Esta información la podemos contrastar en la página de otro John, esta vez, John Palmer y su How to Brew [¡plink!]. Como esta información es poco práctica por sí sola, nuestro amigo la convierte en Puntos por Kilogramo por Litro (lo que empezaremos a llamar PKL), usando el factor de conversión de 8,345.

Por tanto:

PKL = PPG x 8,345
PKL = 46 x 8,345 = 383,87

Redondeando, podemos decir que es 384. Y esta cifra es importante, porque lo que en realidad te está diciendo es que, teóricamente, si añadiésemos 1 kilo de azúcar en 1 litro de agua, estaríamos añadiendo 384 Puntos de Densidad. Teniendo en cuenta esta información y lo aprendido hasta ahora respecto a rendimiento y Puntos de Densidad, podemos aplicar esta fórmula:

Kg de malta = Puntos de Densidad / (Extracto Potencial % x Rendimiento % x 384)

No estamos haciendo otra cosa que modificando el potencial del azúcar con respecto al potencial que tiene una malta concreta y al rendimiento del macerado, y enfrentándolo a los Puntos de Densidad que queremos conseguir. Veamos los ejemplos.

Igual que antes, empecemos suponiendo que vamos a usar sólo la malta Pale para llegar a los 1.125 PD. Aquí no usamos la tabla de Extracto Potencial desarrollada por Daniels (y convertida a kilos y litros por mí), sino la parte reservada a John Palmer y que podemos ver en su propia página [¡plink!], en la columna Max. Yield (Rendimiento Máximo). Si queremos comparar esta información, podemos fijarnos en la columna llamada “Extract FG%” en documentación de BRIESS que vimos al principio del artículo, y como se expresa en %, el 80 de la Malta Pale se convierte en 0,80. Respecto al Rendimiento, tomamos el mismo de referencia, un 70%, o sea, 0,70.

Por tanto:

Kg de malta = 1.125 / (0,80 x 0,70 x 384) = 5,232

La diferencia con el anterior planteamiento son apenas 125 gramos, así que podemos considerar que los dos apuntan al mismo sitio.

De igual modo que hemos hecho antes, si tenemos en cuenta la receta del ejemplo inicial y aplicamos la fórmula una vez ya ponderados los porcentajes a los 1.125 PD y cogiendo los potenciales de la malta Crystal y los copos de trigo de la tabla de John Palmer (74 y 77 respectivamente) tenemos que:

92%  Malta Pale; 1125 x 0,92 = 1035 PD
5%   Malta Crystal; 1125 x 0,05 = 56 PD
3%   Copos de trigo; 1125 x 0,03 = 34 PD

Kg de malta Pale: 1035 / (0,80 x 0,70 x 384) = 4,813 kg.
Kg de malta Crystal: 56 / (0,74 x 0,70 x 384) = 0,282 kg.
Kg de copos de trigo 34 / (0,77 x 0,70 x 384) = 0,164 kg.

Si lo comparamos con el planteamiento anterior, vemos que las variaciones son mínimas y que ambas cantidades nos van a dar resultados similares.

Ahora ya sabemos lo suficiente como para poder calcular cualquier cantidad de malta necesaria para adaptar y elaborar cualquier receta que nos encontremos. En la tabla de maltas que existe en HomeBrewTalk.com [¡plink!] podemos obtener información de muchas otras maltas que no están listadas en la tabla-resumen de este artículo. Tampoco hay que perder la cabeza, si haces los cálculos con el valor potencial de una malta parecida o similar, no vas a notar mucha diferencia en la densidad, date cuenta que los porcentajes en peso de las maltas particulares (y por ende, los Puntos de Densidad que aportan) son pequeños.

Implicaciones prácticas

Los Puntos de Densidad no sólo sirven para diseñar recetas, sino para anticiparse a errores en la elaboración. Ya sabemos gracias a la parábola de los gatitos en la piscina hinchable que la cantidad de azúcares no cambia por mucho que reduzcas el mosto (hirviéndolo) o lo diluyas (añadiendo más agua).

Por tanto, supón que pones 35 litros de mosto en tu olla de hervido con una densidad de 1,041 y sabes que si hierves durante 90 minutos tu olla evapora 8 litros. O imagina que, directamente, quieres hervir hasta conseguir 27 litros, que es lo que cabe en tu fermentador. Cualquier posibilidad es válida, es por tener un ejemplo para poder explicar este punto.

Como los Puntos de Densidad serán los mismos con 35 litros y con 27, y sabemos que tenemos una densidad específica de 1,041 con 35 litros, podemos saber qué densidad vamos a tener con 27 litros, aplicando la siguiente fórmula:

PD al final del hervido = (Puntos de densidad al principio x Volumen al principio) / Volumen al final

Recuerda poner la densidad de acuerdo al modo de “factor denso” que ya hemos explicado. Por tanto, en el ejemplo:

PD al final del hervido = (41 x 35) / 27
PD al final del hervido = 1435 / 27
PD al final del hervido = 53,15

Esa cifra de 53,15 nos dice que al final del hervido tendremos una densidad de 1,053. Yo este cálculo lo he usado a veces cuando he medido la densidad antes de hervir y luego, con el jaleo de enfriar el mosto y limpiar todo, he puesto la levadura en el mosto olvidándome de medir la densidad.

Si cuando hagas esta estimación te das cuenta de que te has quedado corto con la densidad, puedes arreglarlo hirviendo más tiempo o bien añadiendo extracto seco (o azúcar). Si por el contrario la densidad prevista es más alta de la que esperabas, puedes añadir agua para rebajarla (o incluso, quitar mosto para usarlo para otros menesteres como hacer starters y sustituirlo por agua).

Ultimas reflexiones

En internet podemos encontrar miles… qué digo miles… ¡cientos de miles!… qué digo cientos de miles… ¡millones!, ¡millones de recetas de cervezas!, todas ellas diferentes y particulares entre sí. Sin embargo, ya hemos visto que la información básica para poder adaptar las recetas son las densidades objetivo, el volumen deseado y el rendimiento del macerador (entre otras).

En la mayoría de los casos, en estas recetas que están en la web, se omite el rendimiento del macerador, pero sin embargo se dan pesos concretos de cargas de malta… lo cual no suena muy lógico. Podrías omitir el rendimiento del macerador con el que elaboras esas recetas si confeccionas la receta por medio de porcentajes, así la cantidad puede ser adaptada fácilmente dependiendo del macerador de cada cual.

Si sólo te dan pesos específicos, si quieres adaptar la receta a tu equipo, primero tendrías que calcular los porcentajes de carga de cada malta, y con esa información, la densidad objetivo, tu volumen de mosto en fermentador y tu rendimiento de macerado, puedes personalizarla en un periquete y sin ninguna dificultad gracias al concepto de Puntos de Densidad.

Vuelvo a remarcar el hecho de que quiero profundizar en el tema del rendimiento del macerado más adelante, porque hay mucho de qué hablar.

Y por último, no he hablado aquí de como estimar el volumen final del mosto con respecto al agua usada en el macerado, ya que también es material que da para otro post completo.