Agua para cerveza | Introducción a la química (by The Kruger Brewer)

Respecto al agua, ya escribimos hace algún tiempo un post introductorio para hacer reflexionar al jombrigüer de a pie sobre la importancia que tiene el ingrediente mayoritario de la cerveza. El artículo en sí tenía el título nada amigable de “Monóxido de Dihidrógeno | El ingrediente clave de la cerveza”, y podéis echarle un vistazo en este link [¡plink!].

El agua en la cerveza es un tema realmente apasionante, y en Cervezomicón lo sabemos. En la redacción del blog, un sitio oscuro, malsano, lleno de Erlenmeyers con levadura corrompida y sin aire acondicionado, se acumulan legajos de artículos incompletos que esperan ver la luz algún día, cuando puedan ser corregidos, completados y ordenados en pasos lógicos.

Mientras eso ocurre, Thean Leonard Kruger, del blog “The Kruger Brewer” ha publicado un interesante artículo (antes, como viene siendo costumbre, ya apareció en homebretalk.com) sobre el elemento acuoso, que amablemente me ha ofrecido a publicar aquí para el público hispanohablante.

El artículo en sí está muy bien porque la información va dirigida a quien no haya tratado nunca el agua y que no tenga conocimientos básicos de química. Es más, huye de cualquier explicación complicada para mantener la simpleza de las indicaciones. Es ideal para iniciarse en este campo, aunque se tengan que asumir las instrucciones como dogma de fe. Más adelante, ya tendremos tiempo de complicarnos con explicaciones, que lo haremos (¡voto a Bríos!). De hecho, constituye un paso lógico después del primer artículo que planteaba al jombrigüer datos precisos para que considerara tratar el agua, y antes de complicarse la vida con conceptos más profundos y difíciles de asumir (entender el pH, la alcalinidad, qué cantidad de cada ion se aporta según el compuesto añadido y otras cosillas resulta un poco… incómodo, por así decirlo). Con estas indicaciones breves, sin apenas más conocimientos, se pueden obtener buenos resultados muy pronto.

Ya tradujimos otro artículo de “The Kruger Brewer”, relativo al uso de cereales sin maltear en la elaboración de cerveza, que podéis encontrar en el link [¡plink!]. Y para los más inquietos que quieran ir directamente a la fuente original, pueden leer el artículo en inglés “Easy Brewing Water Chemistry” en este otro link [¡plink!].

Introducción al tratamiento de agua para la elaboración de cerveza

Seguro que ya te has dado cuenta de que la cerveza contiene más de un 90% de agua, por lo que, si decimos que el agua con la que hacemos el macerado es importante, estaremos diciendo una obviedad de proporciones galácticas. Hay muchos libros que hablan sobre este tema, pero son tan complicados y densos que la mayoría de los jombrigüeres o pierden el interés al poco de empezar o pierden su cordura natural al tratar de entender su contenido. Por lo tanto, tras bastante tiempo investigando, he comprobado que hay algún sitio que otro donde se habla de los perfiles de agua para los estilos cerveceros, pero de manera generalista. No he encontrado el sitio ideal donde se aglutine toda la información en algún tipo de fórmula. Y en realidad, hay una buena razón para que esto sea así…

Todos los cerveceros profesionales te dirán que cada receta tiene su propio perfil de agua que optimiza el resultado. Las diferentes combinaciones de maltas, lúpulos y levaduras necesitan acompañarse un perfil de agua indicado para alcanzar un resultado perfecto. Al principio, entiendo que es difícil de asimilar, pero de la misma manera, tienes que darte cuenta de que, aunque se den muchos perfiles de agua para muchos estilos, puede que ese perfil en concreto no sea del todo óptimo para tu receta en particular, por lo que lo más recomendable es seguir jugando con los perfiles del agua hasta afinarlo por completo. En unas instalaciones profesionales, donde los equipos son caros, precisos, y que los cerveceros conocen al dedillo, costará 2 o 3 elaboraciones cuadrar el perfil de agua. En cuanto a la cerveza casera, los jombrigüeres pueden tardar un poquito más, pero no es cuestión de desanimarse.

El lado bueno de tanto trabajo es que conseguirás que tus cervezas dejen de tener sabor a “cerveza casera” y se parecerán más a los ejemplos comerciales del estilo (de hecho, es el último paso, después de haber dominado el resto de habilidades, incluyendo el control de la levadura). Lo más probable es que te sientas sorprendido por la calidad de tus primeros intentos.

Para acabar, es necesario aclarar que esta es una guía para principiantes, donde he obviado mucha información técnica, ya que ese era el objetivo primordial… no me gustaría que los cerveceros incipientes se ofusquen rápido, ni quiero quedarme atascado escribiendo alguna especie de tesis.

Entonces… ¿qué importancia tiene el agua en la elaboración de cerveza?

Creo que es fácil de explicarlo si unamos una analogía. Pongamos que tienes un bonito cuadro de un barquito velero en el mar, donde puedes ver un precioso cielo azul de muchas tonalidades, notas marrones y amarillentas para las montañas, increíbles pinceladas que dibujan un agua de mar de manera vívida, y tonalidades rojas y azules para las quillas de los barcos… Pues ese cuadro es el sabor de tu cerveza, todo es perfecto, bonito, equilibrado, redondo… gracias a los ajustes en el tratamiento del agua de elaboración.

Ahora, supón que coges unas gafas como las que usaba John Lennon, redondas y con los cristales rojos. Y para conseguir un efecto más espectacular, has cogido un pegote de mantequilla y has embadurnado los cristales con saña. Entonces es cuando te las pones y miras de nuevo el mismo cuadro de los barquitos veleros. ¿Qué se ve ahora? Todos los colores están mal, las líneas están distorsionadas, apenas se reconocen las formas… nada parecido con la visión original. Las gafas rojas llenas de mantequilla no te permiten apreciar la belleza real del cuadro.

Pues volviendo a la cerveza, esta visión distorsionada es la misma receta de cerveza que la primera, pero con un perfil de agua equivocado -y sí, aunque parezca mentira, los resultados son tan llamativos en la cerveza como en la analogía del cuadro. Si no lo crees, haz la prueba. Toma el perfil de agua recomendado para una Imperial Stout, pero elabora una Pilsner en su lugar. Acabarás bebiendo una cerveza de color pálido con un perfil mineral que te recordará a como si estuvieras chupando una piedra de granito.

¿Qué vamos a hacer entonces para evitar que nuestras cervezas sepan cómo se ve el segundo cuadro? Pues vamos a ajustar la composición del agua, igual que hace un técnico de sonido con su mesa de mezclas. El técnico de sonido ajusta los centenares de mandos, asegurándose de que cada nota musical se amplifique o se silencie, para que la composición final sea una obra de arte maravillosa: ¡marcará la diferencia entre un artista que vende miles de copias de su música con la de cuatro colegas porreros que tocan en un sótano! (N. del T.: con perdón de los porreros que son colegas y tocan en un sótano).

Los aspectos a tener en cuenta en la composición del agua

De manera resumida, ya que sigo queriendo hacer esto de la manera más simple posible, el siguiente texto señala lo imprescindible que hay que saber a la hora de jugar con los perfiles del agua.

Calcio (50 a 200 ppm): se añade, casi siempre, a través de sulfato cálcico (en realidad, sulfato de calcio dihidratado, conocido en inglés como gypsum) o de cloruro de calcio. Este es el elemento más importante de la lista, ya que es responsable de reducir de forma clara el pH del macerado. También es crucial para la salud de la levadura y para conseguir una cerveza clara. Cuánto más contenido en calcio haya en el mosto, la levadura floculará más fácilmente. También es esencial en los procesos enzimáticos del macerado.

Magnesio (0 a 30 ppm): se añade mediante sulfato de magnesio. Este es otro de los elementos que también contribuye de manera principal a la reducción del pH en el macerado, aunque no de manera tan eficaz como el calcio. También es un nutriente de la levadura. Puedes hacer una cerveza usando agua con 0 contenido en magnesio durante el macerado, porque la malta contiene magnesio, pero puedo asegurar por experiencia que la adición de una pequeña cantidad de magnesio (en forma de sales de Epsom o MgSO4) al macerado contribuye de manera muy favorable al sabor de la cerveza.

Sulfato (50 a 400 ppm): se añade mediante sulfato cálcico (gypsum) o sulfato de magnesio, compuestos que ya han aparecido en los dos párrafos anteriores. Es el elemento principal que va a influir de forma directa en el sabor de la cerveza. Muchos softwares cerveceros apuntan que un contenido alto en sulfatos incrementará la sensación de amargor de la cerveza, pero es un poco más complicado que eso. Es una combinación de la nitidez, amargor y sequedad en la percepción del sabor en la impresión general de la cerveza, además de que afina el carácter del lúpulo. Conviene matizar el rango dado como recomendable (50-400 ppm), ya que la experiencia me impide superar el límite de 250 ppm a no ser que esté elaborando una Dortmund Export fiel al estilo o algo similar. Incluso, puedes pensar que una IPA necesita un rango igual de alto o más, pero no es verdad, ya que un contenido realmente alto en sulfatos contribuye a que el amargor se pegue a tu lengua. La mayoría de las recetas ganadoras de IPA, en realidad provocan un destello de amargor que sacude el cerebro y un final lupulizado y limpio que anima a beber más, y esto se consigue con un rango en sulfatos de menos de 200 ppm. Si dejas la cerveza demasiado tiempo en contacto con la lengua, perderá bebebilidad. Y aunque se dice que el mínimo recomendable es de 50 ppm, yo me olvido completamente de añadirlo si estoy elaborando Continental Pilsner o lagers similares, dado el perfil tan delicado de estos estilos y a los lúpulos que se usan en dichas elaboraciones.

Cloruro (0 a 200 ppm): añadido a través de cloruro de calcio o simple sal de mesa, también conocida como cloruro sódico. Es otro de los componentes más influyentes en el sabor, ya que proporciona una percepción más completa, redondeando y suavizando el resultado final. Se usa para aumentar la percepción del sabor maltoso, o para mitigar los efectos del sulfato (se conoce como ratio Sulfatos:Cloruro, en el que profundizaremos un poco más adelante). Hay cerveceros comerciales que elaboran con un nivel de cloruros de más de 300 ppm, pero yo no lo haría nunca por varias razones de peso, así que te recomiendo que no lo hagas. En cualquier caso, es un elemento muy importante en estilos en los que predomina el perfil maltoso por encima de cualquier otro.

Sodio (0 a 150 ppm): se añade mediante sal o bicarbonato sódico. Sodio, sodio, sodio… ¿qué pasa contigo? El sodio es un elemento que a veces es imposible evitar a la hora de ajustar los componentes del agua, y puede dar cierto toque favorable a algunas cervezas, pero resultará obviamente salado cuando está por encima del nivel de 150 ppm. También contribuye a redondear cervezas claras, pero lo mejor es quedarse por debajo de los 100 ppm, a menos que sepas con certeza lo que estás haciendo.

Bicarbonato (0 a 250 ppm): se añade a través de bicarbonato sódico. Es el ingrediente principal que diferencia una Stout plena y con maravillosos toques a chocolate y otra Stout plana decepcionante como un café frío. Cuando necesites un buffer de alcalinidad (todo el mundo necesita uno de estos, tarde o temprano), es lo ideal. Contribuye a que el lúpulo se aprecie excesivamente amargo y desagradable (sensación áspera, astringente), así que hay que evitarlo por completo en cervezas lupulizadas, así como en cervezas muy claras, ya que también conseguirás sensaciones desagradables en cervezas por debajo de 7 SRM.

Ratio Sulfatos:Cloruro (rSC)

Ya introdujimos el concepto “ratio Sulfatos:Cloruro” en el primer post sobre agua del blog [¡plink!], ya que es considerado un pilar básico del planeta acuoso-cervecero. No es más que la relación entre los dos iones principales que influyen de manera en el sabor de la cerveza, que acabamos de ver. Para seguir manteniendo las cosas en la línea sencilla, basta con decir que vamos a necesitar al menos 50 ppm de cualquiera de ellos para poder percatarse de alguna diferencia notable, y nunca los dos valores deberían estar al máximo recomendado, ya que el sabor conseguido será demasiado “mineral” (cervezas muy fuertes podrían soportar ese contenido en sulfatos y calcio, pero la gran mayoría de cervezas saldrá perjudicada).

La cuestión de si hacer un rSC con más sulfatos que cloruro, o un perfil con más cloruros que sulfatos o que estén equilibrados en 1:1, depende en gran medida de qué estilo cervecero vayas a elaborar. Si el lúpulo va a jugar un papel importante, favorece el ratio con más sulfatos. Si el perfil de la cerveza va a ser más bien maltoso, apuesta por los cloruros. Y si lo que quieres es que resalte tanto la malta como el lúpulo, juega a equilibrar ambos niveles.

Es el nivel de la relación (ratio) lo que va a marcar la diferencia del aspecto que va a predominar, pero recuerda que, al añadir, por ejemplo, azufre, no solo va a destacar el lúpulo, sino que también va a aportar a la cerveza sensación de sequedad. Es una de las cosas con las que conviene experimentar para conseguir hacerlo bien. Cuando yo no estaba seguro (cuando empecé a hacerme todas estas preguntas), lo que hacía era agregar pequeñas gotas de distintas soluciones (sulfato cálcico con agua, por ejemplo), a un vaso de cerveza que me estaba tomando, para averiguar cómo afecta el cambio en el rSC, y poderlo aplicar a la siguiente elaboración de esa misma receta.

Para ilustrar la diferencia entre los dos, vamos a ver dos recetas diferentes para el mismo estilo de cerveza y averiguar qué tendríamos que hacer a continuación. Por lo general, suelo usar una cerveza tipo Cream Ale como ejemplo, ya que es una cerveza muy sencilla de hacer y se puede interpretar de muchas maneras diferentes.

Receta 1: Cream Ale con harina de maíz

  • 80% Malta Pale
  • 20% Harina de maíz o copos de maíz
  • Lúpulo para 20 IBU (incluyendo dry hopping)
  • Temperatura de macerado a 64,4 °C

Con esta receta, podemos saber que el maíz va a dar cierto matiz de dulzor, pero quiero que esta Cream Ale tenga un carácter lupulizado notable (por eso, además, voy a hacer un dry hopping). Tengo que macerar en rango de temperatura bajo y conseguir un perfil de agua con un rSC inclinado a los sulfatos, para asegurarme ese carácter lupulizado fresco y el final nítido que necesita este estilo de cerveza. Así que jugaré con un rSC de 1,5:1 (ligeramente amargo).

Receta 2: Cream Ale con arroz y azúcar

  • 80% Malta Pale
  • 15% Copos de arroz
  • 5% Azúcar
  • Lúpulo para 15 IBU (sólo amargor)
  • Temperatura de macerado a 66 °C

Esta otra receta, al contrario, ya va a estar muy seca debido al uso de azúcar y arroz. En este caso, optaría por aumentar la temperatura del macerado y hacer la cerveza inclinada al perfil maltoso, así que apostaría por los cloruros como dominantes del rSC. Usaría un rSC 0,6:1 (muy maltoso).

Como puedes ver, no existe una regla única que defina todos los escenarios. Tienes que pensar en lo que quieres conseguir y realmente no hay respuestas incorrectas, siempre y cuando la cerveza sepa bien cuando la hayas acabado.

Notas (muy básicas) acerca del pH del macerado

Bajar el pH del macerado es tan fácil como aumentar el contenido en calcio, y se hace añadiendo ácido al agua para los estilos más claros. Para los jombrigüeres que empiezan a jugar con el agua, yo recomendaría 2 cosas. La primera es que se ajusten a las cantidades de calcio de los perfiles de agua recomendados, y la segunda es que se compren un medidor de pH y que midan el pH del macerado pasados 10 minutos de la adición de calcio. Y una vez llegados a este punto, añadir ácido si es absolutamente necesario. Y si es necesario hacerlo, intenta usar ácido fosfórico si puedes conseguirlo. Si no, usa ácido láctico.

La recomendación final es que compres otro medidor de pH de repuesto, no puedes hacer las cosas bien sin estas cositas.

Y el consejo de profesional es que sólo las cervezas Pale y Amber se benefician de un pH de 5,2 – 5,4 durante el macerado. Si lo que quieres es conseguir Brown Ales y Stouts con un sabor más intenso, sube el pH al rango de 5,6 – 5,8. Junto con los azúcares residuales, ayudará a que la cerveza acabe en un pH más alto, suavizando el toque tostado de las maltas oscuras y convirtiendo la cerveza en algo maravilloso y lujosisísimo.

(N. del T.: El pH merece un post, o tres, y un profundo tratamiento sobre el mismo, que desarrollaremos en otro momento)

Perfiles de agua

En la parte final del texto podéis encontrar una tabla resumen con todos los perfiles recomendados para cada estilo de cerveza. Me he decantado por usar la guía de 2008 de la BJCP, puesto que estoy más familiarizado con sus estilos que con los de 2015 (N. del T.: con el tiempo, en Cervezomicón desarrollaremos la de 2015). Y en línea con eso, puedes usar las recetas del libro de “20 Classic Styles” de Jamil Zainasheff para los perfiles que comentaremos. Si elaboras una receta siguiendo el libro y el perfil de agua señalado en este post y no te sale la cerveza que describe el libro, el tratamiento de agua no ha sido correcto y deberías intentarlo de nuevo.

Además, huyendo de la alcalinidad y la alcalinidad residual como si fueran la peste, he expresado la alcalinidad como un valor de bicarbonatos, que se puede agregar de manera fácil a agua blanda o tratada mediante osmosis inversa, por medio de bicarbonato sódico (accesible en cualquier supermercado). Si tu agua tiene una cantidad de bicarbonatos superior al indicado en el perfil del estilo, puedes solucionarlo añadiendo agua destilada (o tratada con osmosis inversa) para diluirlos. Aunque esto también diluirá otros compuestos, como el sodio (si esto ocurre, o si te quedara la duda, simplemente trata de dejar el nivel de sodio por debajo de 100 ppm a menos que se indique lo contrario).

Comentarios sobre el cálculo de las cantidades de compuestos a agregar al agua

  • Se asume que se utilizará un software para realizar los cálculos, ya que nadie en su sano juicio trataría de averiguar estas cantidades manualmente nada más empezar a investigar este tema. Para este artículo, he optado por usar la calculadora de perfiles de agua del BeerSmith 2.
  • Debido a la cantidad de agua tan pequeña que usan los jombrigüeres, y al hecho de que retocarla con los minerales nombrados va a requerir unas cantidades irrisorias, vas a estar usando muy poquita cantidad de polvos, lo cual pondría nervioso incluso a la persona más adicta a la cocaína. Manejar esas cantidades (medirlas, más bien), va a ser complicado a veces. Si te obsesiona la exactitud, siempre será más fácil y más preciso tratar volúmenes de agua más grandes, por lo que, si es posible, aumenta el volumen a tratar (es más cómodo trabajar con 250 litros de agua que 25).
  • Cuando vayas a hacer una receta, fíjate bien en el volumen de alcohol que prevés conseguir y en el color estimado. Si estás apuntando a los valores de alcohol (primero) y color (segundo) más altos del rango del estilo, toma en consideración el contenido de minerales más alto del rango especificado. Si estás en valores del rango bajo, toma el rango de minerales más bajo también.
  • Los foros están llenos de discusiones acerca de averiguar la cantidad de minerales que quedan en la cerveza independientemente de los que adiciones (en principio, se pierden en distintos procesos, como lo que absorbe el bagazo, lo que se va en el hervido…), ya que realmente van a ser los minerales residuales los que van a mejorar el sabor. La regla de oro aquí es que cuantos menos minerales tengas en la cerveza, siempre será mejor. Cuando calcules qué cantidad de minerales tienes que poner en el agua, hazlo según el volumen del lote que te queda al final del hervido, sin tener en cuenta el agua del lavado. La razón es que cuando hagas el hervido, vas a concentrar todos los minerales que hay en el agua. Es preferible que comiences teniendo errores por defecto (adicionar menos cantidad de la recomendable) que pasarte de minerales y conseguir una cerveza asquerosa. ¡Tu cerveza va a estar más rica, seguro!

Vamos a ver algunos ejemplos prácticos de cómo sería usar los perfiles de agua que comentaremos más adelante.

Ejemplo nº 1 – Quiero elaborar una American IPA, y quiero usar agua de osmosis inversa

 Digamos que queremos hacer una cerveza con unos 70 IBU, un volumen de alcohol de 6-7% y un color más o menos ambarino. Viendo el contenido de alcohol en primer lugar y después, el color, puedo estar seguro de que me va a convenir un perfil de agua más cercano al rango alto de los valores de la tabla.

(*) A pesar de que en muchos sitios puedes encontrar como recomendable este rango de bicarbonatos, mi consejo es que los obvies completamente.

Las cantidades de minerales que yo prefiero agregar al agua para un lote de 19 litros son:

  • 5 g Sulfato cálcico (Gypsum)
  • 1 g Sulfato de magnesio (Sales de Epson)
  • 2 g Cloruro cálcico

Y el agua que resulta, partiendo de un agua destilada (o a partir de osmosis inversa), sería:

Y con este perfil de agua te aseguras tener cubiertas todos los rangos que necesitas para elaborar una American IPA.

Ejemplo nº 2 – Voy a elaborar una Munich Helles con agua de grifo bastante duda (declorada)

Supongamos que el agua de tu grifo no es la ideal para elaborar una Munich Helles… ¿qué podemos hacer entonces? Vamos a echar un vistazo… Recuerda que el agua de grifo de cada jombrigüer va a variar, así que tendrás que hacer tus propios cálculos con tu agua de grifo (N. del T.: otro truco, visto lo complicado que es conseguir información viable de tu agua, es comprar agua barata de supermercado donde el análisis viene en la etiqueta).

Lo primero que tenemos que hacer es, viendo el valor de los bicarbonatos, diluir el agua de grifo con agua de osmosis inversa (o agua destilada), en una relación de 60% agua de grifo, y un 40% agua de osmosis inversa, para conseguir el siguiente perfil:

 

Y luego, adicionar lo siguiente (para 19 litros):

  • 4 g Cloruro Cálcico

Este perfil de agua se acerca bastante al que necesita una Munich Helles (la pequeña cantidad de sodio en el agua no va a ser apreciable, si acaso, le dará un poco de dulzor).

Ejemplo nº 3 – Voy a elaborar una Bohemian Pilsner con agua de grifo muy dura (declorada)

Lamentablemente, en este caso, el agua de tu grifo es demasiado dura para elaborar muchos estilos.

Por lo tanto, los pasos a seguir serían los siguientes:

Paso 1: Coge el agua de tu grifo y riega todas las plantas de tu casa (si te sobra, las de los vecinos).

Paso 2: Consigue agua pura a partir de osmosis inversa.

Paso 3: Sigue adelante como hicimos en el primer ejemplo.

Tras estos breves ejemplos, seguro que ya tienes una idea bastante cercana de cómo actuar de manera general. Si quieres seguir investigando acerca de este tema (pero no quieres esperar a que este humilde bloguero acabe de desarrollar los siguientes artículos), es muy recomendable la lectura del libro “Water, A comprehensive guide for brewers”, de John Palmer y Colin Kaminski. [¡plink!]

Espero que todas estas indicaciones ayuden a todos quienes aún no han llegado a la última frontera en la búsqueda de la pinta perfecta. El tratamiento de agua es, realmente, el último paso en la perfección, y es absolutamente esencial para quienes quieran avanzar en la calidad de sus elaboraciones. ¡¡Mucha suerte!!

Para acabar, el artículo original de Thean daba una lista de todos los perfiles de agua para los estilos de 2008 según la BJCP, que se puede consultar fácilmente en el link [¡plink!] pero que yo he preferido resumir en una bonita tabla que os podéis descargar aquí [¡plink!] y que luce como en la imagen de abajo.

Bonus Track: Declorar el agua

 Ya fuera del artículo original, habréis notado que en los ejemplos siempre habla de “agua de grifo declorada”. Ciertamente, usar agua de grifo en muchos casos es perfectamente viable, pero ésta tiene la particularidad de que, al pasar por las plantas depuradores de la red de distribución local, se le añaden ciertos compuestos desinfectantes que evitan que nos muramos todos de una intoxicación bacteriana masiva (o algo peor). El inconveniente es que el cloro queda en el agua y éste va a perjudicar el sabor de tu cerveza, a no ser que lo elimines.

En línea con el texto anterior, no querría complicar el asunto (y menos a estas alturas) con los conceptos de cloro libre (residual), combinado, total, o entrar en al agrio debate de la existencia de las cloraminas y los clorofenoles. Como ya he apuntado varias veces, ya habrá tiempo de abordarlo todo desde la raíz. Sin embargo, vamos a quedarnos con el hecho de que el agua de grifo tiene cloro, que el cloro es malo para nuestros objetivos y que hay que eliminarlo antes de elaborar cerveza, para mejorar nuestros resultados.

Hay diferentes métodos más o menos complicados, y con más o menos uso de elementos químicos (filtros, metabisulfito…) sin embargo, para no alargarnos más, vamos a recomendar dos métodos.

El primero, sencillo, es sacar el agua del grifo durante un tiempo prudencial con anterioridad a la elaboración. Por ejemplo, la noche anterior. Partimos de la base de que el cloro es volátil y con el transcurso de todo ese tiempo, va a desaparecer del agua. No obstante, todavía existe mucha gente que cree en este método a pies juntillas y prefiere otro método más efectivo: el ácido ascórbico.

El ácido ascórbico, que no es otra cosa que la Vitamina C (ahora ya suena más familiar y amigable), va a eliminar en apenas un cuarto de hora el cloro (y las cloraminas, ya de paso), y habría que añadirlo en la proporción de 5 gramos de ácido ascórbico por cada 100 litros de agua.

Ciertamente, sería una pena trabajarse un perfil de agua tal y como nos ha guiado Thean a lo largo de todo el post, y luego no tener en cuenta el cloro, y conseguir una estupenda IPA con sabor a esparadrapo….

Monóxido de Dihidrógeno | El ingrediente clave de la cerveza

Ya hemos discutido alguna vez, en el sentido inglés de la palabra, sobre qué ingrediente del cuarteto clásico cervecero (malta, agua, levadura y lúpulo) es más importante que cualquiera de los otros tres. Si bien al final casi todo el mundo está de acuerdo en que el más prescindible de todos es el lúpulo (no en vano fue el último en llegar, y hay un mundo por redescubrir en la cervezas ‘gruit’, que se hacen sin lúpulo), el debate está abierto a la opinión de cada uno respecto a cuál de los otros tres es el ingrediente clave. Una posición más política y diplomática estaría en decir que una buena cerveza nace de la óptima gestión de todos los recursos, y no en la especialización de uno de ellos.

Sin embargo, en este post hablaremos del ingrediente más importante cuantitativamente a la hora de elaborar una cerveza. Mucha gente no le presta la debida atención al Monóxido de Dihidrógeno, también conocido como Ácido Oxhídrico, que supone más del 90% del contenido de una receta de cerveza. El Monóxido de Dihidrógeno es una sustancia relativamente peligrosa (puede causar quemaduras al jombrigüer, sobre todo durante el hervido del mosto) y que acelera la corrosión de nuestros equipos cerveceros, pero bien utilizado, constituirá la clave real de nuestro éxito a la hora de elaborar una receta redonda.

Por si no lo has deducido ya (no todo el mundo tiene conocimientos en materias científicas como para leer formulación química y entender de qué se habla), el Monóxido de Dihidrógeno es el nombre que se puede aplicar al agua según la nomenclatura química. El título del post, siguiendo la línea guasona, confusa y pedante de este blog, no es otra cosa que una continuación de la broma o bulo que trata sobre la petición a los gobiernos de la prohibición del uso del Monóxido de Dihidrógeno, listando todos sus efectos negativos, para denunciar de alguna manera el alarmismo reinante sobre ciertas campañas medio ambientales o del extremismo anti-“químicos” en la alimentación [¡plink!]. Una reflexión muy útil, en clave de humor, sobre lo que hablamos en este post.

¿Por qué tendría que tratar el agua?

En la gran mayoría de los casos, los jombrigüeres de a pie con mente inquieta empezamos a preocuparnos por mejorar nuestros equipos, aumentar los rendimientos, controlar las temperaturas de fermentación, mantener sana nuestra levadura, clarificación, retención de espuma… y dejamos de lado todo lo relativo al tratamiento del agua. Sin embargo, se supone que estamos dejando de lado un punto de mejora importantísimo. Crucial. O al menos, lo parece. Pero… ¿de verdad merece la pena?

La realidad es que mucha gente ha estado elaborando (y todavía elabora) cervezas excelentes sin tratar el agua, recibiendo fabulosas críticas (incluso de gente de fuera de su familia y amigos) y hasta ganando concursos en los que participaban otros cerveceros (de los cuales, a lo mejor, alguno sí que trataba el agua). ¿Debería entonces preocuparme yo de comprar “esos horrorosos polvos químicos” y añadirlos a la cerveza que luego me beberé porque eso va a mejorar mis resultados? Ante esta pregunta, muchos huyen espantados. Y no hay una respuesta única que sea válida. Primero porque no todos usamos el mismo agua para elaborar. Y no se trata de si tu agua “es suficientemente buena” para elaborar o no, puesto que no siempre elaborarás los mismos estilos, y el agua que puede aportar características favorables a un estilo en concreto, no lo hará para otros… Evidentemente, no es sencillo tomar una decisión, sobre todo si no entendemos lo que hay en juego.

Para tratar de aclararnos si nos merece la pena entender los conceptos básicos del tratamiento de agua para aplicarlo a nuestra elaboración de cerveza, vamos a hacer un recorrido por una serie de post del blog Brülosophy que se han publicado bajo la etiqueta “Water Chemistry”, y que considero de lectura obligatoria. Por lo tanto, no hablaremos de temas técnicos acerca de cómo tratar el agua, sino que nos quedaremos únicamente en la reflexión de lo que conlleva hacerlo o no hacerlo.

Por supuesto, trataremos temas técnicos, teóricos y prácticos en el blog más adelante en subsecuentes posts, aunque en este también aprenderemos cosillas interesantes.

Los “exbirramentos” de Brülosophy

En el primero de estos entretenidos post del blog Brülosophy, hablan de un experimento (bueno, exbeeriment o “exbirramento”) en el cual se han elaborado dos cervezas estilo German Pils con la misma receta y mismo método de elaboración, pero cada una de ellas con un agua diferente [¡plink!]. La primera se elabora con agua que ha sido simplemente filtrada, cuyo contenido en iones era muy bajo (Ca 4, Mg 1, Na 10, SO4 6, Cl 2 HC03 33) y otra tratada para obtener el perfil de agua de Dormunt (según Bru’n Water [¡plink!]).

Durante la elaboración, se notaron leves diferencias entre una y otra (pequeñas diferencias en el pH de macerado, minúsculas en las densidades, diferente comportamiento del krausen e incluso distinto nivel de turbidez entre una y otra). Y luego, la cerveza fue probada por 15 personas, primero con una prueba triangular (algo que se toma como regla fija en todos los experimentos): se daban 2 muestras de la cerveza elaborada con agua sin tratar, y 1 con el agua tratada y se trataba de distinguir entre las 3 cuál era la diferente. La distinguieron correctamente 9 de los 15. En cuanto al aroma, de esos 9 preferían el de la cerveza con el agua tratada mientras los otros 3 preferían el aroma de la cerveza con el agua sin tratar. 7 de los 9 preferían el sabor de la cerveza con el agua tratada. Y en líneas generales, 6 de los 9 seleccionaron la cerveza con el agua tratada como preferida por delante de la del agua sin tratar.

Como apunte final a este post de Brülosophy, el autor reflexiona que “la cerveza elaborada con el agua sin tratar era, en mi opinión, más maltosa y carecía casi totalmente de la frescura que espero encontrar en una German Pils. ¿Estaba mala? Creo que no. ¿Era diferente? Absolutamente.

En el segundoexbirramento”, tratan de averiguar si es cierta la creencia (muy extendida) de que un alto contenido en sulfatos (SO4) aporta a la cerveza un final más seco, una sensación más refrescante y si se acentúa el amargor aportado por los lúpulos. Para ello, se lanzan a elaborar dos Dry Irish Stouts con dos perfiles de agua distintos, incidiendo en el ratio Sulfatos:Cloruro.

Si no traíamos la lección aprendida, el contenido de Sulfatos y de Cloruros de un agua concreto tiene una relación directa en el equilibrio dulce/amargo de la cerveza acabada, entre otras cosas. Podemos decir, simplificando, que un alto contenido en cloruros (Cl) va a resaltar la plenitud y el dulzor de la malta, mientras que un alto contenido en sulfatos (SO4-2) va a acentuar la sensación de sequedad y a enfatizar el amargor del lúpulo. Por tanto, muchos jombrigüeres tienen muy en cuenta el contenido conjunto de estos dos iones, y estudian su ratio. Como recomendación general, para cervezas del estilo Stout o Porter, se recomienda un ratio SO4-2:Cl de 1:3. Es decir, que se recomienda que el agua en cuestión tenga el triple de cloruros que de sulfatos. En adelante, el ratio sulfatos:cloruro lo abreviaremos como rSC.

El primer lote se elabora con un perfil “Pale Hoppy” cuyo rSC es de 167:67 (o lo que es lo mismo, 2,5:1), mientras que el otro, “Dark Malty”, va con un rSC de 55:123 (es decir, 1:2,2). Como puede verse, los ratios son radicalmente opuestos, de 2:1 a 1:2 (aproximado), por lo que el experimento prevé ser muy interesante [¡plink!].

La primera diferencia (mínima) viene con la medición de densidad después del hervido, con 1,047 para la Dark Malty y 1,048 para la Hoppy, mientras que las dos se clavan a 1,010 tras seis días de fermentación.

En la cata participaron 29 personas, que incluían jueces BJCP (de rangos altos y bajos), algunos cerveceros profesionales, un propietario de un restaurante, fricazos cerveceros de diversa índole, jombrigüeres e incluso un par de bebedores ocasionales de cerveza. Como siempre, primero va la prueba triangular, por lo que se entregaron tres cervezas, de las cuales 2 eran la elaborada con el perfil Pale Hoppy mientras que la restante era la elaborada con el perfil de agua Dark Malt, para ver cuántos notaban la que era diferente. Tras una primera criba donde solo se tenían en cuenta las opiniones de los que detectaron qué cerveza era la diferente, sale que un 44% preferían la muestra con el perfil de agua Dark Malt, mientras que un 39% prefería la del perfil Pale Hoppy (muy igualado), mientras que a un 17% le venía a dar lo mismo.

Malcolm Frazer (el autor de este experimento) fue sometido a una cata-ciega sorpresa para ver si él era capaz de distinguir la muestra correcta. Lo hizo bien las tres veces que lo intentó, y en dos de ellas fue capaz de hacerlo únicamente por el aroma. Para él, las cervezas eran muy diferentes entre sí, sobre todo cuando se calentaban un poco.

Siguiendo con las impresiones del autor, la cerveza elaborada con el perfil Pale Hoppy (recordemos, más sulfatos de cloruros, 2:1) era más plana, principalmente con notas a malta tostada, sin llegar a ser una Stout redonda, pero que era fácil de beber y tenía un final limpio y lupuloso.

En contraposición, la cerveza con el perfil Dark Malty (más cloruros que sulfatos) tenía más complejidad, con notas a chocolate, cierto tueste dulce, café con canela, caramelo y con mucho cuerpo.

Son muchas diferencias, incluyendo la sensación del cuerpo, para dos cervezas elaboradas a la par siguiendo los mismos pasos (y con la misma densidad final).

Para concluir, Malcolm cree que a pesar de su predilección por el tratamiento de aguas para elaborar cervezas, no tiene datos suficientes como para aseverar que el agua es más importante o tiene un impacto más grande que cualquier otro aspecto de la elaboración. Sin embargo, sabemos que a pesar de qué cerveza prefiera cada cual, las diferencias existen y es bueno tenerlas en cuenta.

En el tercer asalto a esta línea de experimentos sigue la línea del anterior, ya que se centra en conocer la diferencias entre dos perfiles de agua cuya diferencia es, de nuevo, el ratio SO4-2:Cl, de 2:1 a 1:1.

Marshall Schott, quien narra la experiencia, nos cuenta una entrañable historia de cómo su abuela añadía una pizca de sal a la cafetera a la hora de hacer café, mejorando el sabor del café. La reflexión de la abuelita venía a decir que “si el filete te sabe bueno, si lo aderezas te sabrá mejor”. Lo que extrapolado a la cerveza, vendría a decir que “si la cerveza te sabe buena, si la “aderezas”, te sabrá mejor”. Lo cual no deja de tener su parte de verdad. La abuela estaba “tratando” el agua de forma directa, sin saber nada de química, para afinar el sabor del café.

Siguiendo con la parte del experimento que nos ocupa, deciden hacer una cerveza tipo Belgian Pale Ale [¡plink!]. Y tras la elaboración, la primera diferencia viene a la hora de servirse desde el barril las primeras muestras, siendo la cerveza del rSC 1:1 ligeramente más turbia que la otra, y aunque al final quedó igual de clara, tardó más tiempo en igualarse.

21 voluntariosos jombrigüeres y personas relacionadas con el mundillo cervecero, participaron en el experimento. Como es habitual, se hizo una prueba triangular donde 2 cervezas eran iguales y 1 diferente. Fueron 12 las personas que identificaron de forma correcta la muestra diferente. De esos 12, la mitad eligieron como su favorita a la muestra con el agua tratada para conseguir el rSC 2:1, mientras que sólo 2 eligieron la otra y a los otros 4 les daba bastante igual una que otra, a pesar de que sí notaban las diferencias entre ellas.

Para el autor, la cerveza con el rSC 2:1 tenía una sensación más fresca, un amargor más definido y una sensación en boca más agradable. La del rSC 1:1 era más maltosa y suave.

De nuevo, las conclusiones van por la misma senda que las anteriores ocasiones. No es que una cerveza fuera mala y otra buena, sino que siendo ambas cervezas buenas, y a pesar de que había gente incapaz de decantarse por una o por otra, la realidad es que eran cervezas con características diferentes. Y la cerveza que tenía el agua tratada era la que más se acercaba a lo que el jombrigüer que dirigía el experimento había proyectado al inicio.

En el cuarto experimento el protagonista es el pH. Malcom Frazer, autor del segundo experimento, también se atreve con éste. Malcom abre el post diciendo algo que casi voy a transcribir por completo: el ácido láctico es la opción más popular entre los jombrigüeres para ajustar el pH gracias a su bajo coste, eficacia, fácil conservación, vida útil y relativa seguridad. El otro ácido que se suele utilizar es el fosfórico, pero mucha gente no lo prefiere por su reacción con el calcio, y es menos potente (entre un 10-15%). Depende de cada uno la elección del ácido a utilizar, y conviene tener en cuenta que el ácido fosfórico potencia los sulfatos, puesto que precipita cierta cantidad de calcio y descompensa el rSC, lo que además teóricamente provocará un leve impacto negativo en la salud de la levadura y en la claridad de la misma. Por otro lado, volviendo al ácido láctico, éste contiene iones lácticos que pueden aportar sabor si se usa en grandes cantidades.

Para medir de una manera más concisa los aportes de un ácido u otro, elabora la misma cerveza con la misma agua, pero en una de ellas ha usado ácido láctico mientras que en la otra ha usado ácido fosfórico [¡plink!].

El estilo elegido para la prueba es el estilo Kölsch, que macera con un pH objetivo de 5,4. Para alcanzar dicho rango, en uno de los maceradores añade 4,1 mL de ácido fosfórico (75%) y en el otro, 4,5 mL de ácido láctico (88%). El agua de lavado también es tratada para que las dos tengan el mismo pH (6,0 en este caso, añadiendo 2,4 mL de ácido fosfórico a un lote y 2,7 mL de ácido láctico a otro). Tras la fermentación las dos presentan idénticas características y la misma densidad final (1,008). Las dos se clarifican con gelatina y tras una pequeña maduración se somete a test.

Participan 23 personas, y como siempre, se les da las tres cervezas en cata ciega, una de ellas diferente (1 de ácido láctico, 2 de fosfórico). Sólo 11 de los 23 (menos de la mitad, ciertamente) dieron con la de ácido láctico. De esos 11, a 4 les gustó más la que tenía ácido fosfórico, 1 prefería la del ácido láctico, otro no pudo detectar luego cual era cual (se saturó, la criatura) y a los otros 5 les daba igual una que otra.

Las impresiones del autor es que entre una cerveza y otra existía una diferencia muy sutil, habida cuenta de que el ácido láctico aportaba cierta nota a mantequilla. Pero que incluso a él le resultaba difícil de distinguir al principio, aunque luego se hacía más evidente cuando las cervezas se calentaban. Las cervezas apenas eran distinguibles entre sí, pero sí lo eran para paladares educados que supieran qué buscar.

Un apunte del experimento habla sobre el umbral de percepción del sabor a lactato, del que se dice que está entre 300-400 ppm. Si se le ha puesto 7,2 mL de ácido láctico al 88% para 20,8 litros de cerveza (4,5 en el macerado y 2,7 mL en el lavado), se calculan aproximadamente 433 ppm para este lote, lo que lo haría casi indetectable para mucha gente, incluso comparándola con la del ácido fosfórico. Y para acabar, concreta que para este experimento ha usado cantidades inusualmente altas de ácidos, y que en sus elaboraciones normales estas cantidades se reducen considerablemente, lo que haría a las cervezas aún más indistinguibles entre sí. La conclusión, a priori, y a falta de más experimentos es que podría usarse un ácido u otro sin detrimento en el resultado final de la cerveza, siempre que las cantidades añadidas sean por debajo del umbral de detección del lactato (en el caso del ácido láctico).

En el quinto experimento volvemos a tratar el pH, pero de un modo distinto. ¿Hay diferencia en una cerveza si hacemos el macerado a distinto nivel de pH? Para averiguarlo, Malcolm Frazer elabora la misma receta de IPA, pero una de ellas la maceran a 5,12 y la otra a 5,45. [¡plink!]

En el momento de macerar, a una de las dos IPA la trata con un poco de ácido fosfórico (2,5 mL al 77%), y dicha muestra baja de 5,45 a 5,12. El resto de parámetros imaginables son idénticos… hasta que llega la primera diferencia evidente entre las dos. La IPA con pH más bajo (5,12) fermentó hasta la densidad de 1,018 mientras que la que tenía 5,45 lo hizo hasta 1,013. ¡5 puntos de diferencia!

En cuanto a la cata, participaron 42 personas, de las cuales solo 15 fueron capaces de encontrar alguna diferencia (muchos menos de la mitad). De esos 15, 8 aseguraron que preferían la muestra con el pH más bajo, a 5 les gustó más la del pH alto y 2 de ellos, aunque notaban la diferencia, no se decantaban por ninguna de las dos.

El autor del experimento, a sabiendas de lo que está ocurriendo con las dos cervezas, dice que nota la del pH alto con un amargor un poco más pronunciado y con más aroma a lúpulo que la otra. Lo que también coincidía con los comentarios de los catadores que sí fueron capaces de distinguir una de la otra y que además se decantaban por dicha muestra.

Malcolm comenta, de manera acertada, que la escala de pH no es lineal, sino que es logarítmica, por lo que una diferencia de 3 puntos es muchísimo más grande que una de 1 punto (1000 sobre 10). Como el rango popularmente más aceptado para macerar es de entre 5,2 y 5,6 esto quiere decir que hay una cantidad relativamente grande en contenido de iones entre el punto más bajo y el más alto, por lo que él estaba convencido en que las diferencias tenían que ser más evidentes de lo que finalmente dijeron los resultados de la prueba.

Ya en el sexto experimento (y último hasta la fecha, aunque seguro que habrá más), Jake Houlihan sigue la investigación avanzada en la segunda y tercera tentativa de esta serie de post. Vuelve a la carga con el ratio Sulfatos:Cloruro (rSC), y elabora dos IPA, uno con rSC 150:50 (3:1) y otro con 50:150 (1:3), para ver en extremo las diferencias.

Trata el agua con las cantidades apropiadas de sulfato de calcio (yeso, gypsum) y con cloruro de calcio (CaSO4 y CaCl, respectivamente) para conseguir los ratios apropiados, y elabora sendas IPAs en paralelo manteniendo los mismos parámetros. [¡plink!]

La primera diferencia notable es que tras extraer el mosto del macerador, la del rSC 1:3 (más cloruros) parece un tanto más turbia que la otra. Al final de la fermentación, la IPA con rSC 1:3 acabó 1 puntito por encima en la densidad final (que puede incluso ser achacable a errores en las cadenas de medición, y tampoco reporta un dato muy útil). Después de carbonatarlas, las dos tenían una presencia idéntica y el mismo nivel de claridad.

Pasando a la prueba de cata, se hizo con 22 personas, de las cuales 14 supieron elegir correctamente la muestra diferente en la típica cata triangular. Esos 14 catadores volvieron a ser sometidos a una cata ciega entre las dos cervezas, y 5 de ellos preferían la que tenía el rSC favorable al cloruro (rSC 50:150), 4 preferían la que tenía el rSC inclinado a los sulfatos (rSC 150:50), 3 no tenían preferencia sobre ninguna de las dos y los otros 2 dijeron no notar diferencia alguna entre las muestras.

Jake reconoce haber hecho por su cuenta la cata triangular de buena mañana y haber fallado, pero sólo aquella vez, luego dice haber sido capaz de distinguir una muestra de otra con facilidad. Aun así, indica que tanto visualmente como en el perfil de aroma, las cervezas son idénticas. La mayor diferencia está en el perfil de sabor. Siempre según Jake, la cerveza rica en sulfatos tiene un amargor más pronunciado y el carácter a lúpulo más marcado, con sensación más seca al final, todo más redondo en cuanto a lo que se espera de una IPA. Sin embargo, la cerveza con más cloruros, era más suave en líneas generales y con un amargor y carácter a lúpulo más atenuados.

Nuevamente, las dos eran buenas cervezas, y el autor tampoco tiene preferencia entre una y otra, pero la experiencia al beberlas era distinta.

Para terminar

Cada cual que saque sus conclusiones sobre todo lo comentado. Estos post de Brülosophy son muy ilustrativos. Sin embargo, temo que esta recopilación de datos reafirmará a cada uno en sus creencias. Es decir, que quien piense a priori que tratar el agua es un follón de narices y que lo mejor es no meterse, verá en los resultados que hay mucha gente que no nota diferencia alguna y que no merece la pena el esfuerzo (incluso, hay quien prefiere las versiones de cervezas que no incluyen el esfuerzo de haber tratado el agua).

Por otro lado, quienes quieran mejorar y aprender a controlar todos los parámetros que juegan en la elaboración de cerveza, verán que tienen un amplio margen de mejora para redondear sus cervezas, y sabrán que merece la pena investigar el tratamiento de agua.

Yo tengo muy claro que el tratamiento de agua en la elaboración de cervezas es algo indispensable si somos ambiciosos con los resultados. Eso no quita que salgan cervezas buenas (o muy buenas) sin tratar el agua, ya queda claro tras los experimentos de Brülosophy. Sin embargo, es un punto de mejora a tener en cuenta. Muchas veces, el cambio entre la misma cerveza con dos aguas diferentes (o mejor dicho, con adición de minerales) es algo intangible y difícil de explicar para mucha gente, pero el cambio (a mejor o a peor) existe y se evidencia en mayor o menor medida.

Sobre la adición de minerales al agua, hay gente, que por asustadiza o por cualquier motivo más o menos lícito se niega a hacer. A mi entender, es algo bastante libre de elegir, pero que cuenta con un miedo infundado. No se trata de añadir al agua uranio empobrecido, sulfitos, extractos de buey en polvo, conservantes plásticos o algo que no se encuentre, de manera natural, en mayor o menor proporción en el agua. Dicho de otra manera, hay gente que sería capaz de traer agua de un monte legendario a 2.500 km de distancia por las particularidades minerales de dicho agua, pero que se negará a duplicar/clonar ese agua añadiendo inofensivas sales, para acabar siendo aguas idénticas.