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Acerca de Cervezomicón

Sé templado en el beber, ya que la cerveza, demasiada, ni secreto guarda, ni cumple palabra.

MeadNatic | Blog en castellano sobre elaboración seria de hidromiel casero

Porque no solo de cerveza vive el hombre, a partir de ahora también vamos a dar visibilidad a otra bebida milenaria, el hidromiel, mediante la colaboración activa en otro blog dedicado a la divulgación de material útil para la elaboración de dicha bebida.

El blog se llama MeadNatic, meadnatic.com [¡plink!], de ‘mead’, término inglés para el hidromiel más el final de la palabra ‘fanatic’, un nombre ingenioso que se le ha ocurrido al otro ‘meadnático’ del grupo, DarRadien, conocido en el mundo birruno por su excelso blog Birrocracia [¡plink!] y que no os debéis perder. El blog sobre hidromiel todavía es de nuevo cuño y a la fecha de este post todavía no tiene contenido, pero tenemos mucho material a punto preparado para compartirlo poco a poco. Tiempo al tiempo.

mead

Para empezar a abrir boca, y con el apoyo del Club Krausen (asociación también de nueva creación que cohesiona a los cerveceros caseros de Madrid y al que dedicaremos un post exclusivo), vamos a organizar lo que nos gusta llamar una MeadCon, en Cervecissimus (cl. Delicias 6, Madrid [¡plink!]) y que básicamente consiste en una charla sobre elaboración, historia y estilos de hidromiel. Aprovecharemos también para presentar la traducción al castellano de la guía BJCP para Hidromiel 2015 y se realizará un taller de presentación de estilos y cata práctica.

cartel-online-medianoLa MeadCon [¡plink!] será el sábado 14 de mayo a las 11 h. y las plazas son limitadas y el coste es de 10 EUR por persona. Si la charla tiene éxito y hay más gente interesada, no descartamos repetirla más adelante (puede ser una actividad itinerante muy divertida). Hay que aclarar que la charla será abierta al mundo entero, mientras que la cata será limitada, obviamente, la logística manda, por lo que, si quieres acudir y participar de todo el evento, no dejes de contactarnos por e-mail (meadnatic@clubkrausen.com) e inscribirte con la suficiente antelación. Habrá hidromiel casero, artesano comercial español y una pequeña joya que ha venido de USA en exclusiva para esta MeadCon [¡plink!].

Empezaremos a hablar sobre la historia del hidromiel (y la teoría del Odre Mágico), sus distintos tipos según los ingredientes usados en su elaboración y además presentaremos la novedosa nomenclatura adaptada al castellano para evitar traducciones lineales del inglés o palabras un tanto incómodas de decir como “metheglin”. Seguiremos hablando sobre la elaboración casera desde un punto de vista moderno y consensuado, haciendo hincapié en los métodos de pasteurización del hidromiel a baja temperatura, la adición de nutrientes de forma escalonada y la estabilización del producto final.

En poco tiempo, el blog MeadNatic empezará a andar, así que si no queréis perderos nada, aseguraos de seguirle de cerca.

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Perfeccionamiento de recetas | Bourbon Vanilla Imperial Porter (Denny Conn)

En la revista Zymurgy, concretamente en su número de mayo-junio de 2012, salió un artículo que por aquel entonces me encantó, y que he tenido en cuenta muchas veces a partir de ese día. No solo por el estupendo resultado de su receta de Bourbon Vanilla Imperial Porter, (cuya adaptación de la misma nosotros llamamos “Cajún Vanilla Blues”) de la que hablaremos al final, sino por lo que cuenta acerca del nacimiento de una receta y su perfeccionamiento.
El autor es, nada más y nada menos, que Denny Conn [¡plink!], co-autor de “Experimental Homebrewing” [ ¡plink! ] y autor por sí mismo de un sinfín de textos jombrigüeranos de pro, como el que hoy nos ocupa.
He contactado con el propio Denny para pedirle permiso para traducir su artículo y como es natural en esta afición, su respuesta ha sido positivísima.
Así que, sin más zarandajas, con todos ustedes…

FORMULACIÓN DE RECETAS
Una hoja de ruta hacia la buena cerveza
Por Denny Conn

Imagina que estás a punto de irte de viaje en coche a algún sitio donde no has estado nunca. Tienes hechas las maletas y encajadas en plan tetris en el maletero, el coche lleno de gasolina y a punto, y todo listo para arrancar. Te metes en el coche y empiezas a conducir. Muy pronto, te das cuenta de que no tienes ni idea de dónde está tu destino ni cómo se llega. ¿Qué te falta? Pues te falta una hoja de ruta; un mapa. Ya sea un viejo mapa de carreteras o un documento sacado de Google Maps, necesitas alguna manera de averiguar cómo llegar a tu destino.

Una receta es una hoja de ruta para elaborar la cerveza, que aumenta en gran medida la posibilidad de que la cerveza acabe siendo algo según lo previsto. Aún mejor, el proceso de planificación del diseño de una receta puede ayudarte a asegurarte de que la combinación de los ingredientes que vas a usar resulte en una cerveza excepcional. Pero, así como existen varias carreteras por las que conducir para llegar a tu destino, y algunas son mejores que otras, también hay varias hojas de ruta para la elaboración de una cerveza. Pensado sobre ello primero y un con poco de planificación, podrás encontrar la mejor manera de conseguir la cerveza que te proponías.

El sabor imaginario

Antes de que puedas buscar la manera de llegar a algún lado, tendrás que saber a dónde quieres ir. Ahí es donde entra en juego lo que llamaremos tu “sabor imaginario”. Si eres capaz de imaginar el sabor que quieres que tenga tu cerveza, tendrás un objetivo para tu receta, y elaborarla no será sólo mezclar ingredientes un poco a lo loco para ver qué sale (aunque a veces puede ser interesante probar este planteamiento).

Yo empiezo a diseñar una receta imaginándome a lo que quiero que sepa la cerveza final. ¿Será equilibrada, o mejor con carácter maltoso, o con un marcado sabor a lúpulo? ¿Será de color claro u oscuro? ¿Serán los aromas sutiles, fuertes o complejos? ¿He probado antes alguna cerveza comercial, artesanal o casera que quiero imitar? ¿He visto una receta en un libro, revista o página web que me aporte alguna idea? ¿Tiene mi cerveza imaginaria un estilo definido por la BJCP o algo que ya he hecho antes?

Como ejemplo para ilustrar todo este proceso, vamos a seguir los pasos que yo seguí cuando formulé la receta de mi Bourbon Vanilla Imperial Porter.

  • Quería que fuera una cerveza de Navidad (algo fuera de lo común).
  • Quería que fuera una cerveza potente, tanto en densidad como en sabor.
  • Buscaba un estilo oscuro para el invierno… algo como una Robust Porter.
  • Quizás incluso más fuerte… ¿una Imperial Porter?
  • Una cerveza potente, rica, una Porter con algún carácter de chocolate.
  • Usaría maltas Munich y Crystal, para aportar caracteres maltosos y dulces, que me ayudaran a equilibrar el carácter de chocolate de la porter.
  • ¿La maduraría mucho tiempo? No, no me apetecía esperar mucho.
  • Decidí que si no quería esperar mucho tiempo, podía imitar artificialmente las características propias de envejecer en barril, algo como sabores de vainilla y bourbon.
  • Quería asegurarme, además, de que, aunque la cerveza tuviera sabor a vainilla y a bourbon, dichos sabores no fueran los protagonistas por sí solos, que no prevalecieran sobre el de la malta y demás elementos.

Después de este proceso de planificación mental, consulté algunos libros de recetas y miré algunos enfoques sobre el estilo de la Robust Porter para tener al menos una receta básica por dónde empezar, y comencé a perfeccionarla. Me tomó unos cuatro lotes de prueba haciendo Porters antes de que se me ocurriera algo que pensé que podría funcionar en combinación con los otros sabores que quería usar.

(N. del T.: Realmente, este punto en cuestión es clave, puesto que muchas veces desmotiva que el resultado de la receta no sea el esperado, pero en realidad hay que pensar que es la repetición de los lotes, corrigiendo los defectos y potenciando las virtudes lo que conlleva conseguir una cerveza por encima de la media. Denny reconoce que le costó cuatro lotes llegar a donde quería, y más adelante dirá que algunas recetas le han costado hasta 12 lotes, y es muy posible que después de escribir este artículo, su receta haya seguido evolucionando).

Diseñando la Bourbon Vanilla Imperial Porter

Una de las cosas más importantes a desarrollar fue la gestión del lúpulo. Teniendo en cuenta el sabor a chocolate que me propuse conseguir, necesitaba asegurarme que el lúpulo estuviera equilibrado, y que no predominara. Decidí usar lúpulo Magnum porque a pesar de que es un lúpulo con un nivel alto de alfa-ácidos, el nivel bajo de cohumulona aporta bastante suavidad; un amargor suave, pero de calidad. También tuve en cuenta que al añadir la vainilla aumentaría la percepción de dulzor en la cerveza. Sabiendo que yo quería que la cerveza estuviera en una densidad inicial de unos 1,084-1,087, comencé con la suposición inicial de que yo quería un amargor de alrededor de 50 IBUs.

Cuando probé el primer lote elaborado con estos parámetros, descubrí que había hecho una gran Porter, pero me di cuenta que tenía demasiado amargor para lo que tenía en mente. Añadí algo menos de un kilo de malta Munich y bajé el nivel de IBUs hasta los 20. Esa versión fue demasiado dulce, incluso antes de añadir la vainilla. En el siguiente lote añadí la mitad de malta Munich (algo menos de medio kilo) y aumenté el rango de IBUs a unos 30-40. Es justo lo que andaba buscando. Luego elaboré exactamente la misma receta de nueva para estar seguro de que alcanzar esos resultados era posible por repetición, y que no fue casualidad.

Aunque podía haber empapado las vainas de vainilla en el bourbon para sanitizarlas, no había decidido aún cuánto bourbon quería usar. Pensé que, entre el pH bajo de la cerveza final y el contenido de alcohol, no pasaría nada por poner las vainillas en el fermentador sin precauciones extras. Corté las vainas a lo largo y la limpié de semillas y de todo lo que encontré en su interior. Ahí es donde está la mayor parte del sabor. Luego corté las vainas en trocitos y lo añadí todo a la fermentación secundaria. Después de unos cuatro días, empecé a probar la cerveza para decidir cuándo hacer el trasiego y dejar de madurar la vainilla en ella. Inicialmente había pensado que tardaría unos 11 días, pero luego me di cuenta que influye mucho la frescura de las vainas. Por tanto, lo que realmente se necesita en esta cerveza es probarla y probarla hasta que todo indique que el sabor es el óptimo.

También aprendí que tanto el sabor como el aroma a vainilla son las primeras cosas que se desvanecen, así que de lo que se trata es de conseguir un sabor muy por encima de lo que realmente quieres. Aunque algunos fabricantes de cerveza han expresado su preocupación sobre los efectos de los aceites de vainilla sobre la retención de la espuma, yo no he sufrido ninguno de estos supuestos efectos negativos en absoluto. Cuando se acabó la fermentación, decidí la cantidad de bourbon a añadir con un procedimiento a base de ensayos que describo más adelante en este artículo. El objetivo era darle un toque de bourbon a la cerveza, no un sabor muy pronunciado. Estaba buscando un equilibrio entre el sabor a chocolate de la Porter, la vainilla y el bourbon, y que ninguno de ellos predominara sobre otro.

He escuchado a menudo muchas discusiones acerca si las recetas sencillas son mejores o no. Puedo decir con confianza que las recetas sencillas son, sin duda, las mejores… ¡excepto cuando no lo son! No hay ninguna regla sobre lo complicada que una receta debería ser. El resultado final es cumplir con el objetivo de lo que te proponías. La clave es evitar añadir ingredientes innecesarios que enturbien el sabor de la cerveza. Haz la receta tan compleja como necesite ser, pero no más. Piensa en cada ingrediente de forma individual y pregúntate a ti mismo qué aporta a la cerveza. Si no puedes contestar esa pregunta, déjalo de lado, o considera el lote de cerveza como un experimento para aprender qué aporta dicho ingrediente y poder usarlo con cabeza en el futuro. Piensa en el equilibrio entre los ingredientes y cómo se complementan entre sí cuando se combinan los sabores.

Conoce tus ingredientes

Conocer los componentes de sabor de los ingredientes te permite usar tu “sabor imaginario” para considerar cómo se van a combinar. Hay muchas opciones para aprender acerca de los sabores de ingredientes. La más fácil es probar la materia prima. Mastica algo de malta. Frota algunos granos fuertemente entre las palmas de tus manos para romperlos y luego huele. Toma notas sobre lo que detectas, para que no se te olvide en el futuro y poder usar esa información.

Otra forma es hacer una cerveza con una única malta y un único lúpulo. Al mantener los ingredientes al mínimo, cada uno presentará su propio sabor y perfil de aroma. Por ejemplo, si haces una cerveza usando sólo malta Munich, podrás estar totalmente seguro que todos los sabores de la malta que están en la cerveza, vienen de la malta Munich. La desventaja de hacer esto es que tendrás que preparar una gran cantidad de lotes de prueba para probar algunos de todos los ingredientes que pueden usarse. A lo mejor no es tan malo, ¡pero a buen seguro que tardarás un tiempo en probarlos todos!

Una forma de evitar esto es hacer un té con los ingredientes. Si los remojas en agua caliente como si fuera una infusión, tendrás una idea del sabor. Esto funciona muy bien con los granos o los extractos, aunque un poco menos con el lúpulo. Para los granos, prueba poniendo un vaso de agua en el microondas durante un minuto para alcanzar una temperatura de unos 80 °C. Añade unas cuatro cucharadas de grano molido y deja reposar la mezcla durante al menos media hora para asegurarte de que los almidones del grano se convierten como es debido. Puede que tengas que calentar la mezcla de agua una o dos veces más durante este tiempo.  Yo lo puse treinta segundos más después de que hubieran pasado diez minutos, luego otros treinta segundos cuando pasaron otros diez minutos más y luego lo dejé reposar los diez minutos finales (cada microondas es un mundo, te tocará hace pruebas con el tuyo). Filtra la mezcla con un filtro de café y deja escurrir el líquido. Te quedará un par de cucharadas de un líquido dulce y maltoso que realmente te dejará conocer el verdadero sabor del grano. Asegúrate de apuntar tus impresiones sobre el sabor y el aroma para que puedas compararlo con otro grano más adelante. Una vez que tengas una idea de los sabores individuales de cada grano, intenta hacer un té con una combinación de algunos para ver cómo funcionan en conjunto.

Para el lúpulo, calienta el vaso de agua a 80 °C y añade unos 2 ó 3 gramos de cada lúpulo, ya sea en flor o en pellet. Esto equivale como a un tercio del vaso lleno de flores o a lo mejor una docena de pellets. Deja que los lúpulos reposen unos cinco minutos y filtra el agua con un filtro de café. Pero ten cuidado, ya que este brebaje es amargo y áspero y no es cosa de broma. Este experimento es muy útil para comparar una variedad de lúpulo con otra, y no para descubrir el verdadero sabor y aroma de manera particular. Podrías, por supuesto, hacer una pequeña cantidad de mosto usando granos o extractos y dejando los lúpulos reposando ahí. No será el mismo desafío que en el ejemplo anterior, pero tienes que tener en mente que tanto el sabor de la malta y del lúpulo va a cambiar significativamente durante la elaboración de la cerveza real y el proceso de fermentación. Hacer un té solo te dará una aproximación de lo que se obtiene en realidad.

Afortunadamente, el aroma del lúpulo te puede decir mucho acerca de sus cualidades de sabor. Coge un cono de lúpulo, o un pellet, rómpelo y frótalo entre tus manos para liberar los aceites volátiles. Toma nota del aroma. Si es de flores, de madera, terroso, cítrico, húmedo, fresco… Intenta describirlos tanto como puedas, para luego poder usar esa información en tus recetas al trabajar en tu “sabor imaginario”.

El ingrediente crítico final es la levadura. Puedes usar una cepa de levadura que contribuya muy poco con su carácter propio y que permita a la malta y al lúpulo brillar por su cuenta. Por otro lado, puedes usar una levadura belga o de trigo, que contribuirá con sus ésteres y fenoles de manera notable en el sabor (piensa en clavo, ahumado, plátano, ciruela, pasas), o tal vez una levadura inglesa que aporta sabores frutales y terrosos. Ten en cuenta que la temperatura de fermentación también juega un papel importante tanto en el tipo como en la intensidad de los sabores y aromas de las levaduras. En general, si fermentas en el rango bajo de temperatura de una levadura en particular, tenderás a conseguir sabores más moderados, mientras que en rangos altos, enfatizarás los perfiles de sabor aportados por la levadura. Aunque necesitas tener en cuenta esta información cuando estás formulando tu receta, la única manera real de aprenderla es practicando con la levadura. ¡Caray!, otra vez eso de “elaborar y elaborar”.

Otro factor a tener en cuenta para todos los jombrigüeres todo-grano son los tiempos y temperaturas empleados en la maceración, ya que la temperatura del macerado (y hasta cierto punto, la duración de esos escalones de temperatura) tiene un efecto directo sobre el cuerpo de la cerveza. En general, cuanto más baja es la temperatura y más largo el tiempo de macerado, más fermentable es el mosto. Esto se traduce en una cerveza más ligera de cuerpo. Para que la cerveza tenga más cuerpo, tendrás que usar una temperatura alta en el macerado. Por supuesto, la elección de las maltas, adjuntos y levadura también influirá en el cuerpo, hasta cierto punto, por lo que tendrás que pensar en todo esto para que tu planning de maceración lo tenga en cuenta.

Azúcares y aromas añadidos

Si vas a añadir azúcar a tu cerveza, lo más fácil es probarla directamente y pensar en el impacto que tendrá en el sabor final. Algunos azúcares, como la caña de azúcar, el azúcar de remolacha o el azúcar candi aportarán poco sabor y su impacto será mínimo. Sin embargo, otros, como la miel, el azúcar moreno natural, panela (o piloncillo) o algunos siropes de azúcar candi, pueden tener un impacto más grande en el sabor (dependiendo de cómo de oscuro es el sirope). Los siropes oscuros como el D2 de dark candi, inc. [¡plink!] o el D-180 de Candi Syrup, Inc. [¡plink!] pueden dominar por completo el sabor de una cerveza.

Lo bueno del azúcar es que es fácil probarlo antes de elaborar con él y así poder pensar en cómo puede afectar al sabor de la cerveza. El momento en el que el azúcar es añadido a la cerveza puede tener un efecto diferente en el sabor que se obtiene de dicho azúcar, por lo que también hay que tener esto en cuenta. En general, cuánto más tarde se agregue, más carácter se retiene. Añadiéndolo al final del hervido, o incluso en el fermentador, generalmente tendrán más protagonismo que si se agregan antes.

Ten en cuenta que las adiciones moderadas de azúcar no aportan dulzor a tu cerveza. De hecho, si representa un 10-15% del total de material fermentable, el azúcar tendrá el efecto contrario. El alcohol se traduce en una sensación de sequedad en el paladar, exagerando el amargor y la astringencia. Altas cantidades pueden desembocar en sabores ásperos, duros, y demasiado puede sobrecargar la levadura. Tenlo en cuenta cuando pienses en qué cantidad de azúcar vas a añadir.

Las hierbas y especias normalmente se añaden al final del hervido, de cinco a diez minutos antes de que acabe. Piensa con cuidado antes de añadirlos a una receta. Piensa en que aunque te gusta comer un pepinillo o aceituna cuando tomas una cerveza, no necesariamente querrá decir que si le pones pepinillos o aceitunas a tu cerveza será una idea estupenda. Pero si crees que es lo que quieres, prueba a ponerlos sin que se note mucho. Empieza añadiendo muy poca cantidad de la hierba o especia que quieras usar. Haz un lote y estudia las consecuencias. Haz otro lote y aumenta o disminuye la cantidad de especias basándote en tu experiencia con el primero. Te puedo asegurar que para que estas adiciones queden bien, puede ser muy complicado, y es aquí donde los lotes de prueba, repetidos una y otra vez, te podrán ayudar realmente.

Se pueden añadir aromas como licores, frutas, café, chocolate, o extractos de sabor, en diferentes puntos de la elaboración para producir resultados interesantes. La mayoría de estos ingredientes en realidad no encajan bien en el hervido, y se tienen que agregar después de la fermentación primaria. Esto permite a los alcoholes solubles integrarse con la cerveza y da a la levadura la oportunidad de digerir azúcares de esos aromas, que de otro modo podrían provocar una fermentación incontrolada en la botella. También te da la oportunidad de medir la potencia del sabor antes del embotellado final, quitar todos los sedimentos que hayan podido crearse, y también podrás catar la cerveza y poder corregir el sabor añadiendo más cerveza, si es más fuerte de lo previsto, o más extracto de sabor si es muy ligero.

Es buena idea congelar las frutas antes de añadirlas al fermentador secundario. Esto ayuda a romper las paredes celulares y a extraer el máximo del sabor. Una regla general es usar 120 gramos de fruta por cada litro de cerveza (N. del T.: en realidad, la regla sería una libra de fruta por cada galón de cerveza, y lo de antes es la conversión de medidas), pero hay muchas consideraciones a tener en cuenta sobre esta información. Los 120 g. por litro podría estar bien para fruta de poco sabor o acidez, así que las frutas muy sabrosas o ácidas probablemente requerirán menos cantidad. La formulación de la receta debería compensar el incremento de ácido y de la sequedad de alcohol que impartirá la fruta a la cerveza final. En este blog, más adelante, hablaremos con detalle de la elaboración de cervezas afrutadas.

Si sientes la necesidad de sanitizar la fruta antes de añadirla, evita el calentamiento de la misma (o sea, no la hiervas). Eso podría activar la pectina de la fruta y aparecería en tu cerveza una masa pegajosa (un gel, en realidad). Muchos cerveceros empapan antes la fruta en vodka para desinfectarla. Por lo general, yo suelo confiar en el contenido de alcohol y el bajo pH que la cerveza tiene cuando ya ha avanzado mucho la fermentación para mantener a las bacterias a raya y pongo la fruta directamente.

Para conseguir aromas a café, prueba a añadir los granos de café tostados un poco machacados al fermentador secundario, unos 113-142 gramos podrían bastar (N. del T.: aunque aquí Denny no especifica para qué cantidad de cerveza, podemos estimar que habla del lote completo de unos 20 litros). Para acentuar el sabor a café (o hierbas y especias) prueba a añadirlo cuando embotelles la cerveza, pero no lo intentes con nada que fermente. Pon algo de cerveza en un vaso o jarra, antes de ponerle azúcar para la carbonatación y añade una pequeña cantidad del aditivo en cuestión, y luego prueba el mejunje. Pídele a alguien que también lo pruebe, para tener distintos puntos de vista. Cuando llegues a una cantidad correcta, extrapola la cantidad añadida a la cantidad de líquido en el vaso y añade dicha cantidad calculada al lote completo.

Cuando uses un licor como aditivo de sabor, puedes calcular el contenido adicional de alcohol con una ecuación simple. Multiplica la cantidad de licor que estás pensando en añadir por el alcohol contenido en el licor. Por ejemplo, si estás añadiendo 500 ml. de un licor con 40% de alcohol, puedes saber que como 40 x 0,5 litros = 20 puntos. Si lo estás añadiéndolo a un lote de 19 litros que tiene un 7% de alcohol, la cerveza ya tiene 7 x 19 = 133 puntos. Si lo juntas todo, tendrás 19,5 litros con 153 puntos, lo que equivale a 153 / 19,5 = 7,85 % de alcohol en la mezcla final.

La formula sería:

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Otros recursos

No pases por alto otras ideas cuando estés pensando sobre las características de la cerveza que estás desarrollando. Prueba ejemplos comerciales de cervezas que ya tengan ingredientes o atributos en los que estás pensado. Haz preguntas a otros cerveceros. Un gran recurso son los foros de cerveceros caseros. En el foro de la AHA tienes secciones dedicadas tanto a ingredientes como a recetas de cerveza (y por supuesto, en el de la ACCE [¡plink!], ni te cuento). Puedes discutir ideas con otros jombrigüeres y conseguir consejos sobre los ingredientes y técnicas de elaboración.

Los libros de recetas pueden ayudarte mucho en la formulación de tus propias recetas. Compara recetas en varios libros. Busca ingredientes en común, o ingredientes que no parezcan tener mucho sentido. Analiza la razón por la que se usa cada ingrediente. Compara recetas entre libros. Si lo que tienes en mente encaja en una categoría de la BJCP, entonces mira su guía de estilos. Podrás tener una buena idea del sabor, aroma, cuerpo y demás características de un estilo en concreto. Compara esta información con la que tu “sabor imaginario” te está diciendo. A continuación, vuelve atrás y mira las recetas de nuevo y piensa en cómo puede (o no puede) cumplir con los ejemplos de referencia.

Puesta a punto

Elaborar una cerveza repetidas veces usando la misma receta, pero cambiando solo una cosa en ella es la mejor manera de afinar tu “sabor imaginario”, conociendo, poco a poco, los ingredientes y procesos. Sé que a un montón de jombrigüeres no les gusta esta idea y prefieren tirar p’alante y preparar algo nuevo. No hay nada malo en eso, pero a menos que tengas la gran suerte de conseguir tu receta soñada a la primera, elaborar la cerveza de nuevo con un solo cambio cada vez es el camino más seguro si quieres conseguir lo que buscas. Algunas de mis recetas pasaron por más de una docena de lotes de prueba antes de que se ajustara a lo que quería.

Resístete a la tentación de hacer más de un cambio a la vez cuando repitas una receta. Intenta añadir más o menos de un ingrediente, intercambia un ingrediente por otro, o cambia la temperatura de maceración, por ejemplo. Siempre es una buena idea guardar algunas muestras del lote anterior para poder comparar los cambios en los ingredientes o el proceso. Es muy cierto que el lote anterior ya haya experimentado algunos cambios que de alguna manera van a alterar el sabor original, pero si tomas buenas notas cuando probaste por primera vez dicho lote, deberías ser capaz de darte cuenta de las diferencias.

El resultado de todo este modo de pensar, imaginar y repetir elaboraciones es una cerveza con la que puedas sentarte y decir “de verdad, ¡lo he hecho!”, desde el concepto hasta la producción. Cuando alguien te felicite por la cerveza, podrás tener la satisfacción de saber que estás representado en cada sorbo.

RECETA: BOURBON VANILLA IMPERIAL PORTER
Para 19 litros

5,000 kg. Malta Pale
1,100 kg. Malta Munich (10 ºL)
0,680 kg. Brown Malt (70 ºL)
0,227 kg. Crystal Malt (40 ºL)
0,454 kg. Crystal Malt (120 ºL)
0,566 kg. Chocolate Malt (350 ºL)

18 g. Magnum (15% AA), 60 min.
11 g. East Kent Goldings (6% AA), 10 min.

2 pce Vainas de vainilla (en fermentación secundaria)

Levaduras: WY1450, WY1056 o DLC Yeast, o la US-56 Fermentis American Ale

Densidad Original: 1,086
Densidad Final: 1,026
SRM: 45,4
IBU: 38,1
%R: 73%

Indicaciones

Macera a 68 °C durante 60 minutos con 23 litros de agua. Haz el lavado con agua suficiente para conseguir un volumen correcto en la olla de hervido. Fermenta a 17-18 °C hasta que la densidad esté cerca de 1,026. Cuando se complete la fermentación, corta dos vainas de vainilla a lo largo. Separa todas las semillas y demás cascajos de su interior, y añádelos al fermentador. Rompe las vainas en varios cachos de un centímetro y medio o dos y añádelos también al fermentador. Déjalo todo en fermentación secundaria unos 10-14 días, y luego prueba la cerveza. El sabor a vainilla tiene que ser un poco fuerte al embotellar, ya que luego disminuirá. Si el sabor a vainilla es adecuado, haz el trasiego para embotellar (o embarrilar) y añade aproximadamente 375 ml. de Jim Beam Black o cualquier otro bourbon barato (llegados a este punto, si la receta indica 0,375 litros para un volumen final de 19 litros, podemos decir entonces que en realidad estamos hablando de unos 20 mililitros por cada litro de cerveza que embotelles). Deberías conseguir un sabor de una Porter chocolateada, vainilla y bourbon en perfecto equilibrio. A esta cerveza no la beneficia una guarda prolongada, lo ideal es consumirla pasados unos 4 ó 5 meses y acabar tus existencias antes de que supere el año.

 

Hasta aquí, el artículo de Denny. Hoy por hoy, he asumido todos los consejos y como ya dije antes, los tengo muy presentes, pero reconozco que cuando leí el artículo por primera vez me pareció apasionante, por eso he querido compartirlo con todos vosotros con la esperanza de que a alguien pueda ayudarle, y que sus cervezas mejoren. Ya sabéis lo que suelo decir: el mundo es mejor si hay mejores cervezas en él.

El primer reto es adaptar la receta a las maltas europeas y a cada uno de nuestros equipos, así que ya tenéis entretenimiento (la receta es recomendable 160%). Como último apunte, a pesar de que en el artículo se mencionan unos 20 ml de bourbon (2 cl) por cada litro de cerveza, en las pruebas de la Cajún Vanilla Blues lo fuimos reduciendo incluso hasta la mitad (10 ml.) en algunos lotes, y tampoco queda mal. Lo suyo es, puesto que esto va en gustos, que antes de embotellar hagáis la prueba como se indica en el artículo, añadiendo diferentes cantidades de bourbon a una cantidad fija de cerveza y eligiendo la más apetecible. Luego es extrapolar y listo.

 

Caza menor: levaduras salvajes | (Wild Yeast 101)

Wild thing
You make my heart sing
You make everything groovy
Wild thing

El año que viene, el concurso anual que la ACCE organizará en el marco de la reunión/congreso que se celebrará en Burgos, tiene como foco protagonista el estilo Sour, o más concretamente el grupo 28 de la BJCP 2015, American Wild Ale, que engloba los estilos Brett Beer, Mixed-Fermentation Sour Beer y Wild Specialty Beer. Como es lógico, los avezados jombrigüeres han empezado a investigar estos estilos, y todas las posibilidades que el mundo del “más allá” de las saccharomyces comerciales nos ofrece.

En los últimos días, este post de mutedog.beer [¡plink!] ha dado mucho que hablar entre mi núcleo cervecero habitual, una vez que nuestro amigo Bombolla nos los descubrió vía Facebook. Por lo espectacular, curioso, útil y divertido del asunto, he decidido traducirlo al castellano para darle más difusión entre quienes se atragantan un poco con el lenguaje bárbaro de las islas británicas. Dicho queda que la autoría total del siguiente texto, no me pertenece, aunque como usualmente hago, las traducciones tienden a tener parte de adaptación personal.

El 5 de marzo de 2016, dentro de la programación de la Pacific-NorthWest Homebrewers Conference (PNWHC), el bloguero Matt Spaanem, de mutedog.beer (blog altamente recomendable) dio una charla acerca de cómo ‘cazar’ levaduras salvajes para usarlas en nuestras fermentaciones caseras. La charla en sí se puede disfrutar (en inglés) en youtube [¡plink!], pero el bueno de Matt ha tenido el detalle de dejarnos también por escrito las indicaciones necesarias, para quienes prefieran leer y no visionar vídeos de 40 minutos.

¿A qué llamamos ‘levadura salvaje’?

Se suele decir que las cervezas elaboradas con brettanomyces tienen ‘levadura salvaje’ (o “wild yeast”, el término en inglés), e incluso la levadura comercial de White Labs “WPL644 Trois” fue vendida al principio como una cepa brett, pero finalmente se descubrió que era saccharomyces y ahora se vende como “saccharomyces salvaje”. La reflexión es que si estás comprando una cepa de levadura salvaje a un laboratorio que la comercializa… ¿es realmente una levadura salvaje?

Si la compras, eres consciente de lo que estás comprando, así que hay pruebas previas y sabes, en teoría, cómo se va a comportar y prever de algún modo los resultados que esa levadura va a tener en tu mosto. Quizás la levadura en cuestión haya sido una levadura salvaje en algún momento de su existencia, pero bajo este prisma, la conclusión de Matt es que ya no lo es. Y por tanto, la definición más correcta según este bloguero es que “la levadura salvaje es la levadura que viene directamente del medio salvaje”.

¿Dónde encontrar levaduras salvajes?

El mejor sitio para encontrar levaduras salvajes es la fruta. Como todos sabemos, a la levadura le gusta el azúcar, y como la fruta, generalmente, suele ser rica en azúcares, parece lógico pensar que ahí podemos encontrar levaduras en grandes cantidades. Algunas frutas de las que Matt ha sacado levadura han sido: dátiles, bayas de enebro, cerezas, uvas y manzanas. Pero otras buenas opciones serían las frambuesas, zarzamoras, arándanos o ciruelas. Los sitios donde se hacen zumos naturales sin pasteurizar son también un buen sitio dónde buscar, simplemente compra el zumo, ponlo en el fermentador, ajusta el airlock y deja correr el tiempo; aunque en España este tipo de granjas brillan por su ausencia.

Si lo que quieres es ‘cazar’ algún tipo de levadura para aportarle algún tipo de terroir de un área determinada (el pueblo de tus abuelos, por ejemplo), lo más recomendable es usar frutas recolectadas directamente de dicho área, ya sea de un cultivo propio o de confianza. Como último recurso, compra la fruta en una tienda que presuma de tener productos ecológicos, que no haya sido tratada con pesticidas ni procesada de alguna manera, porque eso dificultaría la ‘caza’ de levaduras.

Las verduras son otra buena fuente de levaduras salvajes, aunque el problema es que es más probable encontrar bacterias que con las frutas. Piensa, por ejemplo, en el chucrut, que para hacerlo solo tienes que picar la col, añadirle sal y dejarlo fermentar, puesto que hay un montón de lactobacillus en la col. El jengibre y sus primos (la cúrcuma y el galangal o jengibre azul) suelen tener una gran cantidad de microbios útiles, incluyendo saccharomyces, brettanomyces, lactobacillus e inclusos algunos mohos útiles.
Las flores son otra opción para conseguir levaduras salvajes, especialmente si es primavera y no hay ninguna fruta local en temporada. Las más recomendables son las flores comestibles, como las flores de los manzanos, ciruelos, cerezos o melocotoneros, e incluso las rosas.

La miel pura (y sin pasteurizar, claro) es otra de las fuentes principales para levaduras salvajes…. Tú dirás… ¿pero no era la miel anti-microbiana? Pues sí, en cierto modo sí que lo es, pero la principal razón de que no se eche a perder ni se vea afectada por los microbios es la alta concentración de azúcar que tiene, que le sirve como protección. El azúcar absorbe la humedad de cualquier microbio que caiga en ella, provocando que queden inactivos (o mueran). Pero los que no han muerto, están latentes, en espera a que las condiciones cambien a un perfil más favorable, o lo que es lo mismo, que el azúcar se diluya (y la humedad aumente).

Y otra (sorprendente) fuente de levadura salvaje son los insectos. Recientemente he leído cómo la saccharomyces es capaz de pasar el invierno en el estómago de avispas reinas [¡plink!], y unas horas más tarde he encontrado una avispa descansando, a la que atrapé ya que justamente tenía que preparar algunos starters aquella misma noche, así que lo tomé como una señal de Dios. Puse la avispa en un starter, el cual fermentó vigorosamente (aunque no la he usado para hacer cerveza, todavía).

Aunque por encima de todos estos métodos, está el clásico de fermentar al aire libre, lo que indudablemente hará que caigan las levaduras salvajes en el mosto. Las cervezas tipo lambic y otros estilos belgas utilizan este método, y algunas cervecerías americanas también han empezado a imitar estos procesos. Por mi parte, no he hecho muchas elaboraciones de este tipo (y he tenido un buen resultado la única vez que lo he hecho), pero por lo que otras personas me cuentan, es una buena manera de cazar bichitos.

El método fácil para ‘cazar’ levaduras

Una vez hayas decidido de dónde quieres sacar tu levadura, llamémosle a partir de ahora “la fuente” y has conseguido dicha fuente, ¿cómo haces para que dicha levadura pueda fermentar tu cerveza? En esencia, el procedimiento tiene dos pasos: hacer un starter, y añadir la fuente. Sin embargo, hay algunas cositas que hay que hacer un poco diferentes a un starter habitual, y que vamos a ver a continuación.

Si lo que quieres es ‘cazar’ sólo levaduras y no bacterias (cuando decimos levaduras, hablamos tanto de saccharomyces como de brettanomyces), lo ideal es hacer un starter debidamente lupulizado, añadiendo unos pocos pellets al starter antes de hervirlo. No tienes que alcanzar ninguna cantidad mínima de IBUs, no se trata de eso, pero los lúpulos inhibirán los lactobacillus incluso si los echas sin hervir. Asegúrate de que el starter tiene suficiente densidad para acabar con más del 2% de alcohol después de fermentarse (una densidad de aproximadamente 1,030 debería bastar), lo cual matará a las bacterias intestinales. Es recomendable añadir nutrientes al starter para que la levadura tenga comida extra y aumentar su viabilidad. Remueve bien u oxigena el mosto de alguna otra manera antes de añadir la fuente, puesto que el oxígeno (como ya sabemos) es vital para la reproducción de la levadura en esta fase.

Cuando tengas listo el starter, añade la fuente. Si estás usando el método de fermentación al aire libre, vierte el mosto en un recipiente poco profundo, y con superficie ancha (para tener más superficie de acción) y cúbrelo con una gasa para que no caigan bichos (evidentemente, aquellos bichos que se ven sin microscopio) y déjalo a la interperie al menos 3 o 4 horas, y no más de 24. Es mejor un período corto de tiempo, ya que se minimiza la exposición al oxígeno y reduce las probabilidades de capturar mohos. El siguiente paso es devolver el mosto a tu frasco habitual o erlenmeyer, poner el airlock y no menearlo ni airearlo ni por asomo, ya que un exceso de oxígeno en este punto, al usar este método, podría desarrollar mohos y bacterias acéticas con más facilidad.

La clave es la espera paciente. Matt asegura en su post haber tenido que esperar más de una semana antes de tener muestras de actividad visible de fermentación en algunos de los starters de pruebas.

Si te va la marcha y quieres cazar tanto levaduras como bacterias, entonces lo suyo es hacer un par de cosas de manera diferente. Principalmente, no te molestes en lupulizar el mosto del starter. Añade la fuente con alegría y no uses airlock, con poner un trozo de papel de aluminio, que permita un intercambio libre de aire. Intenta mantener el mosto fresquito, por debajo de los 15-16 °C (si puedes), ya que esto ayudará a que la levadura crezca junto a las bacterias, las cuales prefieren temperaturas más cálidas. Y como siempre, a esperar pacientemente.

Consideraciones de seguridad

Es importante tener claro que algunas cosas desagradables pueden crecer en el starter, y puede hacerte enfermar si te lo chimplas. Probablemente, habrás escuchado que no hay patógenos humanos que puedan crecer en la cerveza y eso es muy cierto a nivel general, pero sí pueden crecer en el mosto, y más concretamente, en el mosto de un starter en el que has inoculado a saber qué demonios, de la manera más alegre e inconsciente humanamente conocida. La razón por la que los jombrigüeres juegan a hacer cerveza de manera segura es porque suelen inocular una cantidad más que razonable de levadura al mosto, y el resto de bichejos inmundos no suelen encontrar una vía de desarrollo viable. Sin embargo, en este primer starter no estás poniendo una cantidad razonable de levadura (más bien lo contrario), y con total seguridad, estás añadiendo una buena cantidad de otros microbios, indeseables para nuestros propósitos.

Por lo tanto, es bueno hacer algunas cosas para reducir el riesgo de que ocurra algo de lo que acabamos de hablar.

  • Bajar el pH del starter a 4,5 o menos, previamente a la inoculación con la fuente de levadura. Con esto inhibiremos la E. Coli y la C. botulinum. El pH más corriente a la hora de hacer un mosto ronda el 5,0, así que no es muy complicado bajarlo a menos de 4,5.
  • También puedes fortalecer el mosto añadiendo algún licor neutro como el vodka, para conseguir un nivel de alcohol de más del 4%. Esto inhibirá a la E. Coli y matará en el acto a las bacterias intestinales.
  • También puedes mantener al starter durante un mes a temperatura ambiente (fuera de la nevera), lo que provoca la muerte de las E. Coli.
  • Puedes leer más detalles acerca de las precauciones sobre seguridad aquí: [¡plink!], en inglés.

Matt reconoce no haber hecho ninguna de estas cosas nunca (en parte, dice, porque no era consciente de todo esto hasta hace poco tiempo) y nunca se ha puesto enfermo, así que o bien no es tan fácil enfermar o bien ha tenido suerte. En cualquier caso, si eres propenso a las enfermedades (tienes un sistema inmunológico débil) o simplemente prefieres no tomar riesgos, es mejor que te quedes con las levaduras de laboratorio.

Y por si no quedase lo suficientemente claro, desde este blog llamamos a la responsabilidad de cada uno y no acepta reclamaciones ni quejas acerca de enfermedades. No vamos a entrar en el debate acerca de lo sano o insano que puede resultar todo esto ni de las bondades que tiene el hervido largo necesario en la elaboración (y que a la postre mata muchas de las bacterias que podamos haber cazado), quizás eso lo debatamos en un post más técnico.

¿Has ‘cazado’ algo bueno?

El siguiente paso, una vez se ha completado la fermentación de la fuente de levadura en tu mosto, es saber si lo que había ahí dentro es bueno o malo. Puede que, como ya hemos dicho, tengas que esperar un periodo de tiempo más o menos largo para que la mezcla fermente por completo, y tambien es posible (aunque poco probable, según las experiencias de los blogueros) de que no llegue a fermentar nunca. Si eso ocurre, obviamente habrá que desechar la mezcla, ya que lo que has cazado no va a resultar positivo para tu cerveza. Si has conseguido que fermente, asegúrate que ha fermentado por completo.

¿Ves que crezca moho? Si ves moho en tu starter, tíralo y empieza de nuevo. Aunque es verdad que algunos mohos no son malos, no tenemos medios para distinguir los malos de los buenos, así que es mejor y más seguro empezar de nuevo.

Una vez fermentado, ¿cómo huele? Si huele fatal, como a mierda, vómito o a pies, es más que probable que quieras prescindir de esos aromas en tu cerveza, así que deshazte del starter y empieza de nuevo. Si huele de manera agradable, es una buena señal, y vas por el camino correcto de haber cazado algo bueno. Así que el siguiente paso (sólo si huele bien y no crece moho) es ponerlo en la nevera, haciendo decantar la pseudo-cerveza, para poder darle un primer sorbo (pequeño, ¡por Dios!). Es evidente que no va a saber exactamente como una cerveza, pero puedes hacerte una idea. Si sabe bien entonces, probablemente, tienes algo bueno entre manos.

Habrás visto que a lo largo de la última parte del texto se ha dicho varias veces que es mejor tirar el starter y empezar de nuevo, y esto es así. La experiencia de Matt pasa por un 50% de tasa de éxito, pero hay muchos caminos al fracaso en estos experimentos, por lo que lo normal es hacer varias pruebas al mismo tiempo, para aumentar las posibilidades de éxito.

¡Al lío!

Llegado el punto en el que has cazado una cepa de levadura salvaje que apunta maneras, es el momento de avanzar en un tono más serio, que es inocularla en un lote grande. El proceso es bien sencillo, ya que simplemente hay que hacer un starter de igual modo que lo haría con la levadura comercial, aunque si quieres estar seguro de usar solamente levadura y evitar arrastrar bacterias, es recomendable seguir lupulizando el starter; no pierdes nada. Como siempre, encárgate de airear bien el mosto en este paso para asegurarte una buena tasa de reproducción.

Suelo usar este tipo de levaduras, recién capturadas, para hacer una receta de saison bastante estándar [¡plink!], pero esa es la elección de Matt, y ahí cada uno tendrá la última palabra. Si la cepa te da la impresión de aportar notas afrutadas, tal vez un estilo británico o americano sería más apropiado. Si tiene toques especiados o de brettanomyces lo ideal vendría a ser una saison o una farmhouse beer, algo más en plan cervezas lámbicas. Si resultara con olores como a chicle o a clavo, sería ideal para una wit o algún estilo típico de abadía. Si además de levaduras, quisiste cazar también bacterias y la cepa tiene notas ácidas, elabora una Berliner Weisse o una Gose. Elijas el estilo que elijas, la recomendación principal es elaborar uno que dé protagonismo a la levadura en detrimento del lúpulo, para poder evaluar las posibilidades de la levadura sin interferencias.

Sobre todo, ten en cuenta que probablemente este tipo de levadura salvaje va a tardar más en fermentar tu cerveza que una cepa comercial. Por la experiencia de Matt, lo suyo es darle a la cerveza un mínimo de dos semanas en primario, y algunas veces, al menos un mes (Matt reconoce que a veces es un poco vago para trasegar a secundario).

Cuando usas la levadura por primera vez, y estimas que ya ha alcanzado su atenuación máxima y no va a bajar más la densidad, es buena idea separar una parte del lote (entre 3 y 4 litros), colocarlo en una garrafa con airlock y dejarla tranquila durante al menos seis meses, solo para estar seguros de que ahí no estarán fermentando más cosas. Algunas veces, después de probar esta parte del lote, me he arrepentido de no haber dejado madurar el lote entero.

Con el resto del lote, lo que Matt dice hacer es embarrilarlo, y lo recomienda antes que embotellar, por la sencilla razón de que una cerveza sospechosa de contener algo más aparte de levadura, no tienes asegurada que la fermentación haya finalizado con garantías y corres un serio peligro al convertir tus botellas en bombas de relojería. Si no tienes medios para embarrilar, no te queda otro remedio que embotellar, pero toma las precauciones oportunas para evitar que las botellas, en el peor de los casos, formen un desaguisado. Una buena idea es ponerlas en la nevera una vez hayan pasado el periodo normal para carbonatar, pero sigue tratándolas con prudencia porque las temperaturas frías no son una garantía al 100% de detener la fermentación de algunas levaduras silvestres, las cuales pueden ser resistentes al frío.

Guarda el barrillo

Después del trasiego de la cerveza, pon el barrillo resultante de la fermentación en un tarro y guárdalo en la nevera. Ponle una etiqueta identificativa o pronto te olvidarás de lo que es. Matt reconoce tener dos tarros misteriosos en su nevera en estos días y es fácil que le pase a alguien más. Cuando quieras volver a usar esa levadura para otra elaboración, simplemente haz un starter y pon una cucharada de levadura del tarro y deja que vuelva a cobrar vida. De esta manera, siempre tendrás una levadura base sobre la que trabajar de “primera generación”, e investigar la evolución de las generaciones siguientes. ¿Cuánto tiempo puedes guardar estas levaduras? Es difícil encontrar una respuesta justa, pero Matt dice que tiene levadura viable almacenada con tres años de antigüedad, aunque dice que cuanto más vieja, más tarda en arrancar. Sin embargo, tiene la teoría de que la levadura salvaje es más resistente que la comercial de laboratorio, y por eso es más fácil de almacenar.

¿Y ahora qué?

A partir de aquí, solo queda hacer birrotes del copón con las levaduras descubiertas por ti mismo. Aparte de eso, puedes esforzarte un poco más y aprender sobre el manejo de levaduras en plan científico, de manera que puedas aislar cepas, cultivarlas y almacenarlas (criotubos, pendientes…) a largo plazo. Está claro que en esta afición, cuando entras en la madriguera del conejo, no dejas nunca de descubrir nuevos túneles, y más profundos. Y precisamente el tema de las levaduras es inagotable.

Más recursos

En internet hay un montón de información acerca de las levaduras salvajes aplicadas a la elaboración de cerveza, así como relatos sobre curiosos y alocados experimentos sobre los que investigar o imitar.

El más famoso viene a ser «The Mad Fermentationist” [¡plink!], que además es autor del libro “American Sour Beers”, y que seguro que si has leído este post, ya conocías. Hans nos habla de él en su post de esta semana [¡plink!].

Hay un grupo de Facebook que se llama “Milk the funk” que es maravilloso, y que está lleno de gente muy preparada y dispuesta a compartir sus conocimientos y experimentos. Para avanzar en este campo, es casi imprescindible apuntarse a este grupo y estar al día de sus publicaciones. Y además, este grupo tiene una wiki con otro montón de información útil [¡plink!].

El libro “Yeast”, de Chris White y Jamil Zainasheff está lleno de información técnica muy útil y con mucha información sobre las levaduras en general, y otro libro indispensable sería el “Wild Brews” de Jeff Sparrow, el cual detalla la elaboración de cervezas tipo lambic y Flemish ales, además de un montón de información acerca de los bichos que queremos ‘cazar’: saccharomyces, brettanomyces, lactobacillus y pediococcus.

Espero que toda esta información haya sido útil, y que a partir de ahora empieces a ‘cazar’ levaduras como si fueras el Allan Quatermain de los bichitos. Desde este humilde blog, si hay petición consensuada acerca de traducir y difundir algún texto lo suficientemente divertido y útil como este, será un placer.

Wild thing
You make my heart sing
You make everything groovy
Wild thing
Wild thing
C’mon, c’mon, wild thing
Shake it, shake it, wild thing

V Congreso anual ACCE | Madrid 2016

Si hay algún evento cervecero digno de magnificencia, mucho más que cualquier Oktoberfest de pacotilla o festivales regionales, sin duda alguna, no es otro que el congreso anual de la Asociación de Cerveceros Caseros Españoles (ACCE).

Tras las reuniones de Murcia, Sevilla, Barcelona y mi ausencia de Valencia, este año mi asistencia vuelve a estar asegurada, ya que además, este V congreso se celebra en Madrid (concretamente, en Torrejón de Ardoz), los días 4, 5 y 6 de marzo.

En este tipo de reuniones (cuya asistencia, si eres jombrigüer convencido, es ineludible) se congregan todos los tipos estupendos que forman parte de la ACCE, y si no bastara sólo con eso, se organizan talleres de interés general, como pueden ser las catas de defectos, tratamiento de aguas para la elaboración de cerveza, historia y teoría de la elaboración de hidromiel (que salvo afonía galopante, pilotará un servidor de ustedes), lúpulos, manejo de cornis e infinidad de otros temas apasionantes.

Pero además, se están organizando visitas a algunas microcervecerías de la zona que han tenido a bien acoger a jombrigüeres ávidos de conocimientos, y el concurso anual, que este año (y como ya comenté en este post [¡plink!]) se centra en el estilo Märzen. Y que según los preparativos por parte de la organización, promete ser el más laureado y profesional de todos los concursos habidos en nuestro país, en el sentido que será orientado a los cánones BJCP. Y de la BJCP quería yo hablar, puesto que en este evento, también habrá un examen práctico para convertirse en juez de dicha organización.

Yo guardo muy buenos recuerdos de las anteriores reuniones, ya que siempre se aprende algo (¡mucho!), se prueban cientos de brebajes de otros tantos jombrigüeres, con los que puedes comentar la elaboración y los resultados, y puedes ponerle cara a todos esos nicks que ya conoces de sobra de foros y otros sites del mundillo.

Hay una web exclusiva donde podéis encontrar todos los detalles (y que se irá actualizando) sobre el evento, y que es esta: [¡plink!].

Así que… ¡allí nos vemos!

¿El secreto está en la malta?

Como reza el lema del blog, “el secreto está en la malta”… Sea cierto o no, no quiero entrar en el debate de qué ingrediente de los 4 básicos (malta, agua, lúpulo y levadura) es el más importante en la elaboración de cerveza, ya que podemos entrar en disquisiciones que no llevan a ningún lugar.
De lo que no hay duda es que la calidad y la frescura de la malta juegan un papel vital en el resultado final de una cerveza, por lo que merece la pena echar un vistazo a los fundamentos básicos de la cebada malteada, y es justo lo que haremos en este post.

En la redacción de Cervezomicón se hace una fiesta grande cada vez que llega una nueva revista dedicada exclusivamente al mundo jombrigüer. Hace unos días llegó la última BYO, que contenía un interesantísimo artículo acerca de, precisamente, el tema que nos ocupa hoy, y que nos servirá de hilo conductor para desarrollar esta entrada. El artículo en cuestión se lo debemos a Aaron Hyde, y lo llama “Why Malt Matters; The Basic on the Backbone of Beer”. Por supuesto, en un post como este no puede faltar la influencia inconfundible de Ray Daniels y su “Designing Great Beers”, que dedica un capítulo completo del mismo a este asunto, así como mucha información que he extraído del libro “Malt: A Practical Guide from field to brewhouse” de John Mallet, concretamente del capítulo 7 (Family Malts Descriptions) y otras publicaciones que nombraré en cada caso, cuando sea necesario.

Un aspecto bueno que tiene la malta es que casi siempre (casi siempre) es la misma. Cuidado, lo que quiero decir es que no es como los lúpulos, que salen nuevos todos los años (por ejemplo, desde el Centro de Investigación del lúpulo de Hüll [¡plink!]). O como las levaduras, que siguen lanzando nuevas cepas y/o variaciones de las antiguas, y/o cepas temporales y experimentales continuamente. O qué decir del agua, que en cada lugar hay una diferente, y con las que podemos jugar con sus perfiles…

La malta, en puridad, por supuesto que tampoco es la misma en todos los lados, pero existen ciertos ‘fundamentos básicos’ que no han variado en muchos años, y si tenemos claros dichos conceptos, podemos interpretar, modelar y crear recetas de cervezas con bastante agilidad y presteza, en cuanto al uso de las maltas se refiere.

¡Malteando, que es gerundio!

No es tan común maltear la cerveza en casa, ya que conseguir resultados con garantías no es tan sencillo, y teniendo en cuenta el coste de la cebada malteada comparado con el coste de maltear tú y la diferencia de calidades del trabajo profesional al casero, casi nunca es ni rentable, ni recomendable. Aunque si extrapolamos este mismo pensamiento al hecho de hacer cerveza en casa, a más de uno nos saldría más rentable gastarnos todo el dinero que invertimos en nuestra afición en cervezas ya fabricadas y con garantías de calidad, así que quien maltear en casa, que no ceje en su empeño.

No pretendemos que esto sea una guía concienzuda de cómo maltear en casa (algún día lo haremos), pero sí merece la pena tener una visión general de lo que hacen las malterías para entender el proceso, y eso es lo que vamos a describir.

Llamamos malta a un grano de cereal crudo que ha germinado y en pleno proceso de germinación se le somete a un secado por calor, deteniendo dicha germinación. Lo que ha ocurrido dentro del grano de cereal es que se han producido ciertos cambios naturales, desarrollándose ciertas enzimas que son necesarias para convertir los almidones contenidos en el grano en azúcares simples fermentables. Al quedar el grano exento de humedad, además, queda listo para aguantar una temporada almacenado (y/o transportado) sin que se estropee.

Este proceso suele ocupar tres o cuatro etapas, que dependerá del tipo de malta que se esté intentando conseguir: el remojado, la germinación, el secado (o secado al horno). Y el cuarto y último paso, para determinadas maltas, sería otro horneado o tostado de la malta, para así conseguir maltas con distintas características y propiedades.

Durante el remojado, la cebada es (asombrosamente), remojada en agua durante un tiempo determinado. En procesos industriales este proceso dura aproximadamente 48 horas. Evidentemente, no es válida cualquier agua, y quien suele maltear en casa con agua de grifo (que contiene cloro), puede estar empezando a fastidiar el resultado de su futura cerveza justo desde el principio.

Durante estas 48 horas, típicamente el grano se empapa de agua y se seca en diferentes intervalos de cuatro u ocho horas, dependiendo de la variedad de la cebada y su capacidad de absorción. Cuando la cebada ha alcanzado su punto óptimo de humedad, quiere decir que ha subido (típicamente) de un 12% a un 44%. Esta cantidad de agua adicional provoca que la cebada, que no deja de ser una semilla, al fin y al cabo, active su “protocolo de germinación”, de acuerdo a su proceso natural de crecimiento. Dentro del grano, las enzimas existentes estimulan al embrión, que despierta y empieza a trabajar. Se crean más enzimas, que a su vez descomponen ciertas proteínas en almidón. Las hormonas dentro del núcleo reconocen de alguna manera que hay agua y comida (almidón) a su disposición y se activa el crecimiento del acróspiro, lo que dentro de poco tiempo veremos crecer fuera del grano, y que comúnmente llamamos “raicillas”; en inglés, esta raicilla se llama ‘chit’ y a la cebada recién germinada de esta manera se la llama ‘chitted’.

Grano de cebada germinado

Grano de cebada germinado

Llegados a este punto, la cebada pasa a la fase de germinación, y se traslada a lo que se conoce como ‘tanques de germinación’ en un alarde de originalidad, aunque algunas malterías hacen esta fase en el suelo. El grano pasa unos cuatro o cinco días, mientras el maltero vigila cómo los brotes incipientes se van convirtiendo en las “raicillas” que antes hemos mencionado. La malta aquí se remueve bastantes veces, para homogenizar la temperatura y la humedad (y conseguir así que las raicillas crezcan al mismo ritmo), pero también para evitar que las dichosas raicillas se enreden entre sí y consigamos una monstruosidad de malta más o menos compacta. Si esto llegara a ocurrir, habría que separar los granos manualmente antes de pasar a la siguiente fase.

Durante esta fase de germinación, lo que ocurre dentro del grano es vital para los intereses cerveceros, y viene a conocerse como la “modificación”. La mayoría de la malta que compramos a nuestros proveedores habituales ya viene “completamente modificada”, lo cual indica que durante el proceso de germinación, se han descompuesto todas las proteínas y los hidratos de carbono de la cebada, hasta que las reservas de almidón han quedado totalmente disponibles (y con fácil acceso) para las enzimas, lo cual nos va a permitir convertir dicho almidón en azúcar durante la maceración.

El secado al horno y el tostado de la malta

En inglés, usan verbos diferentes para dos acciones que se hacen aplicando calor (horneando). Cuando la malta se mete en un horno para rebajar su humedad (secado), se usa “kiln”, o “kilning”. En cambio, cuando a la malta se le aplica calor con la intención de provocar cambios en su estructura base, para crear una malta con diferentes características, se usa el verbo “roast”, que comúnmente traducimos como “asar” o “rustir”, aunque con el caso de la malta, nos viene mejor la acepción de “tostar”.

Si la germinación de la cebada siguiera su curso natural, las malterías se convertirían en invernaderos que cultivan cebada, en lugar de hacer malta. Así que para evitar esto, antes de que la semilla germinada agote sus recursos (almidón y enzimas) necesitamos detener la germinación. Y una buena manera para provocar esto es secándola al horno. Si aplicas calor a la malta, le estarás quitando la humedad, lo que causará de forma irremediable la detención de cualquier actividad germinativa. Usualmente se reduce la humedad hasta un 4-5%, y en el arte de cada maltero o maltería está la conducción de este proceso, ya que las temperaturas y los tiempos empleados incidirán de manera directa en el resultado. Me he encontrado con la tira cómica que podéis ver aquí, que ilustra este proceso de manera simpática.

comicDiversos ejemplos generales nos indican que se suelen usar temperaturas entre 70 y 105 °C para secar la malta, mientras que para tostarla, pueden llegar incluso hasta 400 °C. Y dependiendo de la temperatura aplicada, de la forma del horno y de otros factores, conseguiremos maltas de diferentes características, y por eso existen una amplia gama de maltas con diferentes colores y sabores. Además, la técnica de tostado también se aplica a cebada sin maltear, o incluso otros granos como el trigo o el centeno. Más adelante hablaremos de una manera más concreta de los tipos de maltas más comunes y algunos parámetros (muy básicos) de cómo se consiguen.

Conceptos avanzados: la modificación, el poder diastático y el nivel de proteínas

Si nos detenemos en un análisis de malta tipo que proporcionan las malterías, hay tres datos esenciales que conviene tener en cuenta, y son el poder diastático (suele aparecer como “DP”), la modificación y el nivel de proteínas.

El poder diastático es, como a mí me gusta llamarlo en plan sorna, el ‘poderío enzimático’ de la malta. Esto es, la capacidad que tiene el grano de convertirse, por sí mismo, en azúcares fermentables, reacción que provocaremos en el macerado.

Dicho de una manera simple, si el grano contiene almidón (digamos que el almidón tiene la función de ‘combustible’ o ‘materia prima’), para que este almidón se transforme en azúcares es necesario la intervención de ciertas enzimas (una proteína, que hace las funciones de ‘catalizador’, provocando una reacción química determinada). Es decir, que la malta tiene que contener una cierta cantidad de almidones y enzimas ideal para nuestros propósitos cerveceros. Si una malta tiene mucho almidón pero no tiene enzimas (se dice que tiene bajo poder diastático), hay que “equilibrar la mezcla” aportando enzimas de alguna manera. Y viceversa, para una malta con un exceso de enzimas, hay que compensar con fuentes de almidones adiciones (como el arroz, o el maíz, u otras maltas con muchos almidones y menos enzimas). Hay dos enzimas responsables de degradar el almidón: la alfa amilasa y la beta amilasa, y si no te sonaban de antes, conviene irte familiarizando con estos términos.

En resumen, podemos decir que el poder diastático (o diastásico, ya que parece que no hay consenso en esto) es una medida de las enzimas que degradan el almidón presente en la malta, y se suele medir en grados Lintner (expresados por °L, y que no hay que confundir con los grados Lovibond, que se expresan igual y que miden tanto el color de la malta y la cerveza) o en WK (Windisch-Kolbach), dependiendo del país de origen de la malta.

Se sabe que con un poder diastático (desde ahora, DP) de unos 35-40 Lintner o al equivalente de 106-124 WK (la fórmula de conversión sería WK=(°L x 3,5) – 16), una malta es capaz de autoconvertirse en azúcares fermentables. Es decir, que si usas en una receta un 100% de una malta con 35 Lintner, estarías en disposición de sacar todo el extracto disponible sin tener que adicionar enzimas extras.

Si el DP de una malta es muy bajo, tardará más en convertir los almidones en azúcares, o como ya hemos apuntado, habrá que añadir otro grano con un DP más alto. Para estos casos, Gordon Strong, en “Brewing Better Beer”, apunta que “considera hacer un macerado por decocción, ya que la malta pasará por diferentes temperaturas de sacarificación y la alfa amilasa tendrá más tiempo para trabajar. Y si usas una malta con mucho DP, sería buena idea subir un poco la temperatura del macerado para conseguir resultados similares (y viceversa)”.

Siguiendo los comentarios de Gordon, la modificación es, básicamente, el grado en el cual la cebada ha ‘convertido en harina’ su interior durante el malteo. O dicho de otro modo, cómo está de soluble y lista para la sacarificación (esto es, convertir los almidones en azúcar). El grado de modificación se expresa como un porcentaje, en inglés, ‘Grind Difference’ (% FG/CG) y así aparece en las hojas de análisis de malta. FG y CG serían las iniciales de ‘Fine Grind’ y ‘Coarse Grind’, diferentes métodos de medir el extracto (en español viene indicado como “Extracto Fino %” y “Extracto grueso %”). Las maltas bien modificadas tienen un % de FG/CG de 1 o menos, mientras que las que no han sido bien modificadas tendrán 1,8 o 2% o más (y necesitarán de macerados con diferentes escalones de temperaturas para macerarse de manera adecuada). Así que en función de la modificación de cada malta, podrás planificar tus macerados para optimizar los rendimientos. Una manera muy rústica de comprobar la modificación de la maltas es masticarla y comprobar si es fácil de masticar y harinosa (bien modificada) o es dura (poco modificada).

Respecto al nivel de proteínas, las maltas que tienen un elevado índice de proteínas, provocarán mayor turbidez en la cerveza, por lo que tendrás que realizar macerados escalonados para degradarlas o usar adjuntos.

La clasificación de las maltas

Teniendo en cuenta el horno usado (horno normal o tambor) y el procedimiento empleado, podemos clasificar los métodos básicos de confección de maltas en cinco tipos.

  • Malta simple: cuando la temperatura de secado del grano es constante/baja/moderada, puesto que la única finalidad del secado es eliminar la humedad y crear una malta base bien modificada.
  • Malta extra-seca: si en la etapa final del secado se aumenta la temperatura, conseguimos maltas bases bien modificadas, pero con sabores más marcados a malta y más oscuras. Dependiendo de los tiempos en el horno, así como el calendario de temperaturas y niveles de humedad desde el cual parte la malta, se obtendrán diferentes maltas (como la Munich).
  • Maltas Caramelizadas: Estas maltas se obtienen cogiendo la malta en germinación (ya modificada), pero no secada y se hornea a temperaturas típicas de macerado, eso provoca la conversión de los almidones dentro del grano en azúcares, y un aumento posterior de la temperatura, carameliza dicho azúcar. Dependiendo del horno empleado tendremos diferentes maltas (Crystal o Caramelo). Como ya dijimos aquí [¡plink!], todas las maltas Crystal son maltas Caramelo, pero no todas las maltas Caramelo son maltas Crystal.
  • Maltas tostadas: Son maltas que se tuestan en uno horno de tambor, a temperaturas muy altas. Pueden partir de maltas ya acabadas (simples o extra-secas), de maltas sin secar (como las caramelizadas) o incluso de granos no malteados. La diferencia entre las maltas tostadas y las caramelizadas es cómo de rápido se aplica el calor, ya que las anteriores tienen una etapa/descanso de conversión que permiten cambios estructurales dentro del grano que al tostar la malta de forma directa no se producen.
  • Maltas híbridas: Son maltas tostadas, pero parten de una malta caramelizada previamente.

Pero la clasificación de las maltas no es tan simple. Podríamos empezar por decir que establecer una clasificación clara y meridiana de las maltas existentes es una tarea casi imposible de realizar. Podríamos separarlas en función del proceso que ha sido usado para fabricarle que acabamos de comentar, por su contenido de enzimas, por su color, por su función… pero si quisiéramos catalogar todas las maltas comerciales y condensarlas en un único catálogo sería de locos. La clasificación no es clara, en realidad es arbitraria y muchas veces se parecería más a un diagrama de Venn que a una clasificación lineal… Por ejemplo, el punto donde las maltas caramelo acaban y empiezan las maltas tostadas no está del todo definido y hay discusiones abiertas sobre ello.

Gordon Strong, en su libro “Brewing Better Beer”, propone una nomenclatura de maltas un poco megalomaniaca. Es difícilmente plausible, pero según él, la clasificación ideal de las maltas contendría los siguientes datos:

  • Tipo de grano: cebada de dos hileras, de seis… O si es trigo, centeno, avena, etc…
  • Familia (o tipo) de la malta: Si es Pilsner, Vienna, Crystal…
  • Variedad del grano: si es cebada, pues si es Maris Otter, Golden Promise, Harrington, Shakira…
  • La maltería: Castle Malting, Weyermann, Briess…
  • País de origen de dónde ha crecido la malta, o región, como Moravia.
  • Color (en grados Lovibond, EBC o SRM)
  • Temperaturas de secado…

Como veis, es difícil tener acceso a toda esa información. Por todo esto, voy a hablar de las maltas más comunes, con la clasificación más práctica y familiar para los jombrigüeres: maltas base y maltas con particularidades (o especiales).

Las maltas base: los sospechosos habituales

Las maltas más comunes son las que conocemos como “maltas base”. Y se llaman así porque proporcionan la mayoría de los almidones y enzimas necesarias para la creación de los azúcares que luego fermentarán. Las maltas base se diferencian entre sí por la maltería y por la variedad de cebada utilizada, aunque la mayoría de las veces es la propia maltería la que no informa de la variedad empleada, por lo que tampoco trasciende demasiado. Como se cultivan muchas variedades de cebada a lo largo y ancho del planeta, no hay las mi2vs6smas maltas en América que en Europa (aunque son similares.

En los Estados Unidos, las maltas base más populares son las conocidas como “de 2 hileras” (2-rows) y la “de 6 hileras” (6-rows). Como hay muchas publicaciones dedicadas al mundo jombrigüer procedente de allí, a la hora de seguir las recetas de dichos libros, siempre hay interrogantes acerca de estas maltas, puesto que a este lado del charco disponemos de otras maltas (y otras variedades de cebada) diferentes. Las diferencias físicas de una malta y otra son evidentes nada más ver las cebadas a partir de las que están confeccionadas (ver dibujo), la de 2 hileras tienen dos hileras paralelas de grano, y las de 6 hileras, pues seis hileras; no hay que ser muy avispado para darse cuenta.

Pero hay muchas más diferencias entre una y otra más allá de la morfología de la espiga: el poder diastático, la cáscara, las proteínas solubles, el contenido de precursores de DMS (más alto en la de 6 hileras), las enzimas… son muy diferentes entre sí, lo que tiene implicaciones directas a la hora de elaborar con cada una de ellas. Hay más detalles interesantes sobre esto en este post de Cerveceros Caseros de Argentina [¡plink!].

Muchos afirman que la típica de 2 hileras (2-rows) es similar a la Pale europea, pero elaborada a partir de variedades americanas. Hay muchas discusiones en fotos de internet que tratan sobre este tema, y muchos sostienen que poca gente son capaces de distinguir entre una 2-row y una Pale europea, aunque quizás esta última sea un poco más oscura. Esto da pie a que muchos discutan y se decanten con que, al ser más clara que la Pale, se acerca más a una Pilsner (aunque la diferencia entre estas tres maltas, en cuanto a color, no sea demasiada). Los más optimistas opinan que puedes usar una malta 2-row americana para substituir tanto a la malta Pilsner como a la Pale. En algunos sitios, a la 2-row la llaman “American Pale Malt” para diferenciarla de la “Brittish Pale Malt”.

Habida cuenta que la malta Pilsner es más precursora de DMS que la Pale y la 2-rows, podemos afinar la respuesta y deducir que se parece más a la Pale que a la Pilsner, aunque se sabe que la Pale europea se seca al horno a temperaturas más altas que la 2-row. La mayoría declara que, sin ser iguales o totalmente equivalentes, estas tres maltas sí son intercambiables entre sí.

Como había tanta información contradictoria acerca de estas maltas, cuando estaba redactando este post, me decidí por contactar con el servicio de atención al cliente de Briess para conseguir alguna nota aclaratoria de una fuente fiable, y para mi sorpresa, recibí la respuesta de Aaron Hyde, precisamente el autor del artículo en BYO que inspiró todas estas líneas. Me dijo, y cito textualmente, que “la malta 2-row es una malta intermedia entre Pilsen y Pale Ale. Es la malta base más popular en los Estados Unidos para la elaboración de Ales, que se elaboran mucho más que las de tipo lager. También se usa para lagers, pero la mayoría de gente que hace lagers prefiere usar una malta Pilsen tradicional. Normalmente es un poco más oscura que la malta Pilsen, y tiene un poco más de alfa amilasas, un poco más de extracto y de proteínas solubles que dicha malta. Comenzó como una malta con una modificación mucho más alta que la Pilsen, antes de que casi todas las demás maltas base se empezaran a fabricar con una modificación superior”. Dicho esto, podemos tener una visión bastante clara del papel que juega la malta 2-row en nuestras vidas.

En cualquier caso, esta malta sirve de base para conseguir la mayoría de almidones para el macerado de cualquier cerveza, tiene un alto poder diastático y está bien modificada. La variedad de cebada más usada para la elaboración de esta malta es la Klages, y a veces la malta también coge este nombre. Otras variedades muy comunes en Norteamérica son la Harrington, la Copeland y la Metcalfe.

La malta elaborada a partir de cebadas de 6-row (6 hileras) contiene muchas proteínas, excesivas para la correcta elaboración de cervezas. Como ya contamos en el artículo “¿El arroz es ‘güeno’?” [¡plink!]), para elaborar cervezas de forma adecuada, tendría que usarse con adjuntos como el arroz, el maíz o las maltas de trigo para equilibrar los contenidos de almidones y enzimas. Es mucho más económica de cultivar que la de 2 hileras (en el mismo terreno, más producción por el mismo esfuerzo, mayor resistencia a las enfermedades…), así que las cerveceras comerciales consumen esta malta con bastante alegría, sobre todo para luego usar arroz y maíz como fuente de almidones y abaratar aún más los costes.

En Europa, las maltas base más comunes son la Pils (o Pilsner) y la malta Pale. Estas dos maltas, casi siempre van a componer entre el 80 y 100% de cualquier receta de cerveza que hagas (con pocas excepciones, como por ejemplo, las cervezas que lleven mucho trigo). Describen dos tipos de malta diferentes entre sí, pero dependiendo del fabricante y de la variedad de cebada escogida para el malteo, también encontrarás diferencias entre una Pilsner y una Pilsner y una Pale y otra Pale. Por ejemplo, la malta elaborada con la variedad de cebada Maris Otter es muy apreciada en Inglaterra para la elaboración de sus cervezas más clásicas.

La Pilsner es la elección tradicional para las cervezas lager. Es la malta más clara de todas las maltas base (por tanto, la que aporta menos color) y con un ligero y típico sabor herbal. Es famosa por aportar sabor a maíz cocido, lo que habitualmente llamamos DMS, siglas de Dimethyl Sulfide, o sulfuro de dimetilo, ya que este compuesto se crea de forma natural durante el malteado y como esta malta se seca a temperaturas más bien bajas, no se elimina por el calor como ocurre con otras maltas base. Este DMS pasa, en la mayoría de los casos, a la cerveza final, por lo que es un sabor aceptable para los típicos estilos lagers, como la German Pilsner. Para eliminar los rastros de DMS se aconsejan hervidos largos, de al menos 90 minutos. Si quieres conservarlo, un hervido de 60 minutos será suficiente.

Pero no dejes que esto y que su propio nombre te engañe, se puede usar para muchos otros estilos, no solo los estilos Pilsner o cervezas lager (aunque para estos sea ideal).

La malta Pale, en contraposición a la Pilsner, es más oscura y aporta mucho más color y sabores más complejos (y más ‘maltosidad’ que la Pilsner…). Es la malta reina en las elaboraciones caseras, por su versatilidad y funcionalidad para casi la totalidad de estilos que la incluyen. Algunos fabricantes tienen una malta que denominan “Pale Ale”, que elaboran de forma específica para los estilos ingleses Pale Ale, más oscura que la Pale normal y con notas a galleta, más tostada.

En cuanto a maltas base, todo el mundo parece tener claro que las 2-rows, 6-rows (en los Estados Unidos) y la Pilsner y la Pale (en Europa) son las más famosas, pero hay más maltas que se pueden emplear como maltas base, aunque lo usual es emplearlas como parte de la receta para dar complejidad a la cerveza. No obstante, conviene saber que son perfectamente utilizables como maltas base:

La malta Viena (Vienna Malt) tiene el sabor típico a las cervezas Märzen (era la malta que en origen su usaba en estos estilos), y aporta un color anaranjado a la cerveza. Es una malta base porque puede hacerse una receta monomalta (100%) con ella. Es precursora de sabores con finales secos y refrescantes, pero también ligeramente tostados, a frutos secos y marida de forma excepcional con el uso de lúpulos nobles [¡plink!].

La malta Munich es otra malta base difícil de clasificar, ya que tiene un amplio rango de sabores y colores dependiendo del fabricante e incluso, dentro del fabricante. Sin ir más lejos, Weyermann tiene dos tipos, Munich I y Munich II. Aunque su ‘poderío enzimático’ es bajo, es suficiente como para completar un macerado 100% malta Munich con éxito. Potencia la maltosidad en la cerveza, por lo que muchos elaboradores incluyen un porcentaje de esta malta a sus recetas, aportando, en función de la cantidad y la clase de la malta desde un toque sutil a malta a un carácter más marcado.

Fuera de estos cuatro pilares fundamentales, podemos destacar otras maltas, como la Mild, o la curiosa malta Melanoidin, también conocida como Honey Malt o Brumalt. Y que aunque puede soportar un macerado del 100% (por lo que podría ser considerada como malta base), lo más habitual es funcionar sólo con hasta el 20% del total de la receta. Para describirla, algunos usan el término “super-Munich” porque es similar a esta, pero más intensa. Otros aseguran que con un 10% en la receta, aportará un marcado aroma a miel en la cerveza final. La mayoría la usa como parte de la receta de cervezas lagers, porque puede aportar sabores que asemejan a los que se consiguen usando decocciones, pero mediante macerados de infusión simple.

Las maltas especiales o particulares

Este tipo de maltas se conocen en inglés como “specialty malts” y siempre se ha traducido como “maltas especiales”. No es que esté mal dicho, puesto que sirve muy bien para diferenciarlas de las maltas base. Sin embargo, el “specialty” tiene más de “particular” o “característico” que de “especial”, pero estoy de acuerdo en que llamarlas “maltas particulares” a estas alturas de la película es complicado.

Si las maltas base servían para proporcionar la mayoría de los azúcares fermentables, este tipo de maltas aportan muchas particularidades que complementan a las aportadas por las malta base. Si nos ponemos poéticos (a la par que bizarros), podemos decir que mientras las maltas base son el pan para nuestro bocadillo, las maltas especiales son el embutido rico, el queso genial, las verduras sabrosas, las salsas maravillosas y demás aderezos que convertirán a nuestro triste bocata en un plato gourmet, digno de salir por la tele en un programa chungo de ‘cocinistas’ con ínfulas.

Este tipo de maltas constituyen, por tanto, menos del 50% del total de la receta, y como hemos visto antes, se someten a procesos concretos de horneado y tostado a altas temperaturas. Como cada maltería tiene sus propios procesos y equipos, así como marca distintiva, cada una les pone un nombre comercial chulo para incluirla en su catálogo de maltas, pero muchas de ellas son sustituibles entre sí. Otras no; y otras, con matices. Sin embargo, las maltas especiales más comunes (sin entrar a valorar marcas), vienen descritas a continuación.

Cabe decir de estas nomenclaturas que nuevamente caemos en la circunstancia de que al no tener tradición cervecera centenaria, como en otras culturas, los nombres nos vienen dados en idiomas bárbaros (de hecho, tan bárbaros como el idioma inglés) y la mayoría de las veces suena ridículo traducirlos, por lo que adquirimos los nombres como jerga propia de jombrigüer. De manera natural, muchas veces nos sale incluso la pronunciación típicamente española, incluso a extremos de llamar a la malta Pale (/peɪl/), como “pa-le”, con todas las letras. Llamar “malta negra” a la malta “black”, quedaría un tanto fuera de lugar.

Malta Ámbar/Amber: es una malta secada en horno de tambor, y se somete a temperaturas algo más altas que cuando se hace malta Pale. Gracias a esto aporta sabores a pan, a tofe y nueces. También, a causa de que ciertos componentes de la malta se queman de algún modo en este tostado, aporta cierto amargor. Tienen unos 20 °L- 30 °L.

Malta Biscuit: es como la malta ámbar, pero tostada a temperaturas más altas (unos 220 – 230 °C). Tiene un color dorado anaranjado (20-40 °L), y también aporta notas a pan como la malta ámbar, pero también a galleta y a ciertos frutos secos, y aporta más sequedad que la ámbar. Otros nombres de esta malta son “Dark Amber”, “Munich 30 °L” o “Briess Victory”.

Malta Brown: Es una malta un poco en desuso por su poca demanda. Hoy en día es incluso difícil de encontrar, aunque en la antigüedad era muy usada, hoy ha quedado relegada a quienes quieren emular un auténtico estilo histórico (los cerveceros se dieron cuenta que en lugar de usar gran parte de malta Brown en sus recetas, podían usar una malta simple con un cantidad muy pequeña de malta Balck y conseguir resultados muy similares). Se obtiene tostando la malta a bajas temperaturas durante un largo período de tiempo (de manera muy similar a la ámbar), hasta que la malta coge un colorcito que recuerda al café con leche (100 °L). Aporta notas a café y a frutos secos. También llamada “Coffee Malt” o “Porter Malt”.

Maltas Caramelo: Son las que han sufrido algún tipo de cristalización del núcleo (caramelización), como ya hemos comentado. Muchas veces se confunden entre sí las variedades Caramelo y Crystal (link al post aclararatorio: [¡plink!]). Tienen matices acaramelados y dulces, y existen en una amplia gama de sabores y colores.

Cara-Pils/Malta Dextrina/Dextrin Malt: Es una malta de color claro, que ha sido secada al horno a baja temperatura, por lo que no tiene las enzimas que tienen las maltas base. El interior del grano se queda cristalizado. Le debe su nombre al tipo de azúcar que contiene, y aporta un color amarillo pálido a la cerveza. Su mayor virtud es que potencia el cuerpo de la cerveza y la espuma.

Maltas híbridas: Nadie suele llama “malta híbrida” a ninguna malta en su catálogo, pero hay muchas y con bastantes particularidades únicas dependiendo de la maltería, así que es imposible describirlas de manera generalistas. Son maltas que han sido caramelizadas de alguna manera para luego tostarlas a temperaturas más altas. Con esto conseguimos sabores intentos a uvas pasas, ciruela… Muy usadas en estilos tradicionales belgas. Aquí entrarían la Special B, o la CaraBrown de Briess

Malta Chocolate: Dependiendo de la cantidad añadida en la receta, aporta diferentes toques a café o a chocolate amargo, con cierta astrisgencia. Los cachondos de Weyermann la llaman “Carafa” y se quedan tan panchos. No es tan oscura como la malta Black.

Malta Black: Un clásico. Se tuesta a temperaturas altísimas, cerca de la combustión. De hecho, para evitar que la malta se queme, se le rocía con agua durante el proceso de tostado. Aporta un amargor seco y toques a quemado. También referida como “Black Patent”. Muchos jombrigüeres sólo la usan para dar color a la cerveza, echándola al macerador en la etapa de lavado, así sólo arrastras componentes de color, pero no de sabor.

Cebada tostada/Roasted barley: Técnicamente, y como su propio nombre indica, no se trata de una malta, pero es un ingrediente muy común e importante. Según el grado de tueste, aporta sus sabores y aromas, mucho más tenues y delicados que la malta Black, a cacao y moca, y puede colorear la espuma. Se obtiene tostando cebada sin maltear y es el componente clave de las Dry Irish Stout.

Malta ahumada/Smoked malt/Rauch: Es una malta base ahumada (según la madera o combustible empleado, se obtienen diferentes matices), que aportará dicho toque ahumado a la cerveza final, por lo que debe ser empleada con mesura. Otras maltas se ahúman con turba, y reciben el nombre de “Peated malt”, y aunque raramente se usan en la cerveza, es típica del whiskey.

Malta ácida/acidificada: Es una malta a la que se le ha potenciado el crecimiento de ácido láctico (por lo general, se le suele rociar con mosto ácido/sour) durante su germinación. Esto le aporta a dicha malta cierto toque ácido. Las malas lenguas dicen que la motivación de la existencia de esta malta, es porque la Reinheitsgebot alemana impedía a los fabricantes tradicionales adicionar ciertos adjuntos para tratar el agua, y gracias a esta técnica, podían manipular el pH del agua sin salirse de las reglas autoimpuestas. En inglés se la conoce como “acidulated malt” y en alemán como “sauermalz”.

Maltas más allá de la malta

Hemos descrito las maltas más comunes, siempre dentro de la cebada (hemos dejado al trigo fuera de juego, ya hablaremos de este cereal), pero hay muchos otros campos por explorar. Últimamente la quínoa está subiendo puestos de popularidad, así como el sorgo o el mijo, pero es difícil de verlos en malterías comerciales. De hecho, aunque hay cierto furor extendido por la experimentación y la consecución de nuevos y exóticos lúpulos, este entusiasmo no se extrapola al mundo de la malta, por lo que todavía hay muchos sabores mágicos y maravillosos sin descubrir.

Quizás estas palabras puedan animar a algún jombrigüer avezado a experimentar con algún grano diferente y a crear nuevas cervezas con sabores hasta hoy indescriptibles.

Conoce las maltas

Dejando de lado el sentido bíblico de la cuestión, muchas veces (sobre todo las primeras veces), incluimos maltas en nuestras cervezas sin conocer la razón o lo que aportan de manera individual. La razón es que seguimos una guía o receta que hemos visto en algún libro, internet o que nos ha pasado algún compañero de afición. Sin embargo, en la carrera de jombrigüer, si algún día queremos domeñar las cuestiones de la malta, es de ejercicio obligado conocer las maltas de forma íntima.

Necesitamos entenderlas, conocerlas, saber qué nos ofrecen, qué nos aportan… Además, igual que las cosechas de lúpulo cambian cada año (contenido de alfa ácidos, aromas, sabores) y se degradan con el tiempo, parece menos evidente que esto también ocurre con las maltas. Por eso es conveniente probar las maltas y llevar un diario con las anotaciones de lo que nos transmiten.

Es una pena que en España no tengamos almacenes/distribuidores de malta físicos al alcance de la mano, para poder entrar en la tienda, masticar la malta y pedir lo que más nos convenza o lo que más fresco esté. La mayoría nos tenemos que conformar con pedidos on-line, y difícilmente podemos garantizarnos previamente las calidades que buscamos. Nos vemos abocados a confiar en nuestros distribuidores habituales, lo cual no siempre es buena experiencia.

Si no sabes cómo sabe una malta, difícilmente podrás identificarla luego en la cerveza. Y ciertamente, masticar la malta es la mejor manera de conocerla. Coge un puñado de malta, huélela primero, que no esté rancia, y métete un puñado en la boca. Mastícala, saboréala, intenta sacar todo lo que puedas de ella, sigue masticando, que el ejercicio se alargue, no tengas prisa. Acaba tragando la malta para completar el ciclo y pon atención si el regusto que te queda sigue siendo bueno. Es importante. El retrogusto tiene que ser agradable.

Otro punto a tener en cuenta al masticar la malta es si se ha ablandado. Si notas que la malta está un tanto blanda o flácida, es indicativo de que se ha humedecido, lo cual no es nada bueno al hablar de malta. Si ha pasado mucho tiempo con humedad, esta malta provocará que la cerveza tenga un regustillo a moho bastante molesto, así como un exceso de turbiedad y una disminución del rendimiento en el macerado (el combo perfecto del desastre total). Lo notarás también a la hora de moler, puesto que al estar blanda, tendrás problemas. Así que hay que tener mucho cuidado con la humedad.

Un método muy efectivo de saber si la malta está en condiciones de usarse, es haciendo una pequeña infusión. Lo ideal es “hacerse un café”, pero usando malta en lugar de café. Es fácil, primero mueles finamente (más de lo habitual que cuando elaboras) un puñado de malta, pongamos unos 50-60 gramos, en el típico molinillo de café, y lo pones en una cafetera, sustituyendo al café, añadiendo un cuarto de litro de agua (en el artículo original, en honor a la verdad, las medidas correctas serían 57 gramos de café por 230 ml de agua, por aquello de la conversión de las onzas…)

Cuando hayas “hecho el café” usando la malta, déjalo enfriar y ponlo en una copa transparente. Observa primero el color de la infusión, para ver qué colores aportará la malta.

Si en lugar de usar una cafetera quieres usar una tetera con filtro, puedes hacerlo. Usa las mismas proporciones que hemos dicho antes y echa el agua a 70-71 °C, deja reposar por 15 minutos, filtra y deja enfriar.

Si pruebas el “mosto” resultante por cualquiera de los dos métodos, podrás entender mejor las cualidades de la malta que pasarán irremediablemente (buenas y/o malas) a tu cerveza. Si además puedes tener un diario con todas las notas de las maltas que van usando, pronto las empezarás a notar en las cervezas finales y las conocerás en detalle.

Almacenamiento

La clave para un almacenamiento correcto de la malta es reducir la humedad, la cual es el principal enemigo de la malta. Los recipientes herméticos son una gran ayuda para conseguir este punto, así que procura contar con alguno para esta misión.

Respecto a la duda de si solo se puede almacenar la malta entera y no molida, podemos decir que aunque la leyenda más extendida es que una vez que la malta se muele tienes que usarla inmediatamente o en un breve y corto espacio de tiempo, los expertos dicen que eso sólo es verdad si no tienes las calidades óptimas de almacenamiento. Si la humedad le llega al grano molido, es cierto que la atrapará más fácilmente que uno entero, y la malta molida se echará a perder. Pero si tu recipiente es hermético y mantienes la humedad a raya, no hay motivo por el cual preocuparse; la malta aguantará sin prejuicio un periodo de tiempo considerable (de alrededor de un mes, según algunas fuentes).

Otro enemigo es el calor, así que hay que mantener la malta a temperaturas frescas. Si la temperatura es alta o tiende a fluctuar, la malta se degradará más rápidamente. Suele ocurrir que a temperaturas altas, la malta es más proclive a la absorción de humedad.

Por tanto, y para resumir, las circunstancias óptimas de almacenamiento de la malta serían:

  • Un recipiente hermético que aísle la malta de la humedad (o el saco original de la maltería)
  • Temperaturas frescas, dentro del rango de 10-21 °C, sin grandes fluctuaciones.
  • Mantener lejos a los insectos y a los roedores.
  • Humedad baja, muy baja o total ausencia de humedad.

Despedida y cierre

Hemos hablado de bastantes conceptos a nivel básico que nos harán tener más perspectivas sobre el mundo de la malta, pero este post no pretendía ser ninguna guía definitiva. Hemos dejado muchas cosas sin definir, o no hemos entrado en muchos detalles. Por ejemplo, hemos dejado fuera el factor color de la malta y cómo afecta al color de la cerveza (grados Lovibond, EBC o SRM), no hemos dado ninguna guía clara y concisa de cómo hacer malta en casa, ni siquiera de cómo convertir tus maltas base en otras maltas, y tampoco hemos discutido seriamente de cómo es una malta en concreto y cómo sacarle el mejor potencial a cada una de lo que hemos empezado a llamar “familias”, o incluso, echarás de menos alguna denominación de malta que hemos pasado por alto, aunque hemos dado las razones para ello. Creo que el post ya es suficientemente extenso como para detenerse en todo eso, y ya iremos viendo todo esto (y más) en otros artículos más concretos.

Sin embargo, espero que con todas estas indicaciones e informaciones, se tenga un mayor conocimiento y control sobre las maltas para aquellos que tengan las inquietudes adecuadas.