Los seis mitos más extendidos entre los jombrigüeres | (Según Denny Conn)

Denny Conn es miembro de la directiva de la AHA, co-fundador del podcast “Experimental Brewing” [¡plink!] y autor de los libros “Experimental Homebrewing” y “Homebrew All-Stars” (y que está trabajando en un nuevo libro). Es un jombrigüer muy activo que no para de compartir conocimiento. Ya tradujimos en este blog un artículo suyo acerca del perfeccionamiento de recetas [¡plink!] publicado en la revista Zymurgy.

El artículo de hoy también es suyo, originalmente publicado en la página web de la AHA [¡plink!] y está traducido (y adaptado) aquí tanto con el permiso de Denny como con el de la AHA.

Los seis mitos más extendidos entre los jombrigüeres

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la insensatez…

Aunque esta frase fue escrita por Charles Dickens refiriéndose a la Revolución Francesa, puede aplicarse perfectamente al flujo de información de temática jombrigüer que existe en nuestros días. Tenemos acceso a una vasta cantidad de información para hacer cerveza en casa, lo cual es algo maravilloso. Pero al mismo tiempo, eso supone cierta sobrecarga de información, y como cualquiera que haya intentado probar todas las cervezas que llevamos a la reunión anual de la ACCE puede decir, es posible que tener demasiado de una cosa buena, no resulte en la mejor de las ideas.

Algunos de los problemas que tenemos con toda esa información es que mucha no es aplicable a lo que hacemos, o cuando menos, es cuestionable. O en el peor de los casos, directamente es errónea. Denny ha pasado mucho tiempo en sus 19 años de elaboración y en sus más de 500 lotes intentado conocer lo que es verdad y lo que no, y lo más importante, distinguir entre todas esas cosas, lo que realmente es importante para los jombrigüeres.

Vamos a empezar por echar un vistazo a dónde vienen los mitos. El origen más común parece ser los libros acerca de la elaboración de cerveza en casa, unido al boca a boca. Alguien escribe, en algún momento, sobre algo que ha leído en algún libro más o menos antiguo. Esto hace que dicha información se convierta en “un hecho”, y se transmite palabra por palabra. La repetición le da aún más credibilidad: “¡Todo el mundo sabe que es verdad! ¡Está escrito en un libro!

Pudiera ser que la información errónea parezca verdad porque alguien malinterpretó un procedimiento subyacente y se le atribuyera un efecto particular por una causa errónea. O pudiera ser porque nadie ha comprobado el concepto para determinar su validez o aplicación a los jombrigüeres…

Algunos de los mitos empiezan en las fábricas comerciales cuyas preocupaciones son bastante distintas a las de la mayoría de los cerveceros caseros. Otros, simplemente se reducen a una diferencia de opiniones. Y luego están los mitos que están en contradicción directa con las prácticas más comunes de elaboración. Pero por alguna razón desconocida, los jombrigüeres no se apartan de los errores.

Para contribuir a desmentir estos mitos, a continuación viene la lista de los seis mitos principales y malentendidos que están comúnmente extendidos en el mundillo jombrigüer, según Denny Conn.

La temperatura del lavado

Desde que Denny empezó a elaborar cerveza en casa, se ha tomado como un hecho probado que si se usa agua a más de 77 °C para hacer el lavado de la malta en el macerado, se van a extraer taninos que van a aportar astringencia a la cerveza. Todavía hoy se lee esto en diversos foros y libros, y se comenta con alegría en las reuniones cerveceras. Pero todo el mundo obvia un pequeño detalle: la decocción.

Los macerados por decocción han existido durante siglos y en la actualidad todavía se usa por algunos jombrigüeres, muchos de los cuales ganan premios con sus cervezas elaboradas a partir de esta técnica. El macerado por decocción consiste en extraer una parte del macerado y hervirlo, para luego devolverlo al macerador. La última vez que lo comprobé, la temperatura de hervido era mayor que 77 °C… así que… ¿por qué esta técnica produce grandes cervezas muchas veces galardonadas en concursos cerveceros en lugar de brebajes astringentes? La respuesta no es la temperatura del lavado, al menos de forma directa. La clave está en el pH.

Si el pH del macerado es suficientemente bajo, no vas a extraer ningún tanino que te aporte astringencia o malos sabores a tu cerveza. Parece que el número mágico para el pH en este punto es 6. Si lo mantienes por debajo de dicha cifra, no importará la temperatura a la que hagas el lavado. Durante los últimos 15 años, Denny ha estado usando agua de lavado entre 85 y 88 °C, y nunca ha tenido problemas de astringencia por extracción de taninos del grano. La razón es porque con su agua de grifo y su técnica de lavado, el pH siempre permanece por debajo de 6, incluso sin haber tratado el agua del lavado con algún tipo de ácido para reducir el pH.

Sea cual sea el método de lavado que hagas, el evitar la astringencia en la cerveza dependerá del agua que uses. En un lavado continuo tradicional, estarías continuamente diluyendo la capacidad de tampón del pH, por lo que es probable que tengas que necesitar algún tipo de tratamiento de agua para mantener el pH adecuado. Incluso en un lavado por lotes, aunque el aumento del pH es más limitado, si tu agua tiene un pH inadecuado, es posible que tengas que hacer algunos ajustes. Pero una vez que lo hagas, tendrás mucha más libertad con la temperatura del agua del lavado.

Otro de los errores más comunes es pensar que el lavado con agua más caliente diluye más el azúcar, por lo que el mosto fluirá de manera más eficiente y esto hará que aumente el rendimiento. Por desgracia, no parece que la física funcione de esa manera. Hay una cosa que se llama “límite de solubilidad”, que determina la cantidad de azúcar que se puede disolver en un líquido a una cierta temperatura. La solubilidad de los azúcares no supone ningún problema ni en el macerado ni en el lavado. No hay azúcares sólidos que tengan que ser disueltos durante el lavado, ya que todos los azúcares ya están disueltos cuando se crean. La solubilidad de la maltosa en el agua a las temperaturas típicas del macerado es de aproximadamente el 66,7% en peso (la maltosa se disuelve en el agua en un ratio de 2:1 por peso —2 kilos de maltosa en 4 kilos de agua [¡plink!]), lo cual es equivalente a una densidad específica de, como mucho, 1,300. Así que a no ser que la densidad de tu mosto sea 1,300 o más, no habrá ninguna ventaja a la hora de usar agua más caliente para disolver los azúcares. Kai Troster, de Braukaiser ha hecho experimentos [¡plink!] demostrando que incluso usando agua fría (a 16 °C) para lavar el grano en el macerado, no va a afectar negativamente ni al rendimiento ni a la calidad final de la cerveza, como también ha podido comprobar Ray Found del blog Brülosophy [¡plink!]. Denny también lo ha podido comprobar varias veces, con los mismos resultados.

Algunos jombrigüeres han notado un incremento en el rendimiento al usar agua caliente en el lavado, y lo atribuyen a que los azúcares se han vuelto más solubles. Con toda probabilidad, lo que ha ocurrido es que los pocos almidones que quedaban por convertir, lo han hecho a causa del incremento de temperatura. Por esto, si usamos agua caliente para el lavado, podemos aumentar el rendimiento del macerado, pero no por hacer los azúcares más solubles, sino debido a una mayor eficacia en la conversión de almidones.

Pero vamos a ser realistas. Aparte de la curiosidad de demostrar que la temperatura del agua para el lavado no importa, o que puede usarse como técnica de emergencia cuando por alguna razón no hayas podido calentar el agua, no hay ninguna ventaja real para usar agua fría en este paso del macerado. De todas maneras, vas a tener que calentar el mosto para hervirlo inmediatamente después, y añadiendo agua caliente, llegarás a la temperatura de ebullición más rápido.

La oxidación en caliente (Hot Side Aeration, HSA)

Este tema ha sido (y es) muy controvertido. Parece que este es un buen ejemplo de un mito que se ha originado en la parte de fabricación de cerveza a nivel comercial y que ha pasado a los jombrigüeres. Hace veinte años, el conocimiento más extendido decía que había que poner cuidado para evitar airear el mosto cuando estaba por encima de los 29 °C. La creencia era que esto aceleraría la maduración de la cerveza, y que provocaría malos sabores a la cerveza (concretamente, a cartón mojado, notas metálicas y, extrañamente, toques acaramelados). Supuestamente, el único momento en el que el oxígeno no es dañino para la cerveza es cuando el mosto ya está frío y listo para poner la levadura. Por todo esto, los jombrigüeres participaron con alegría de la paranoia y pusieron el mayor de los cuidados de no “oxidar” su cerveza en caliente.

Pero sin embargo, no deja de ser gracioso que nadie note los efectos descritos de la oxidación del mosto caliente en sus cervezas caseras. Los cerveceros comerciales que producen grandes cantidades de mosto han tenido mucho cuidado para evitar este punto, y lo siguen haciendo, aunque haya unas pocas excepciones notables. A nivel jombrigüer, sin embargo, esto no parece ser un problema. Celebridades como el Dr. Charlie Bamforth (A Critical Control Point Analysys for Flavor Stability of Beer, 2004) han dicho que la oxidación en caliente no era ningún problema. Aunque al final, con el tiempo, tanto él como Randy Mosher, entre otros, han llegado a la conclusión de que podría suponer algún problema, pero que a nivel jombrigüer era poco probable que sucediera y que había cosas mucho más importantes de las que preocuparse. Uno de los famosos ‘exbirramentos’ de Brülosophy [¡plink!] tampoco encontró diferencias entre cervezas que habían sido expuestas mínimamente a la oxidación en caliente contra otras que habían sido bastante oxidadas en caliente a propósito.

Nota del traductor: sobre este interesantísimo tema, he llegado a leer que el principal culpable de que este mito se extendiera fue George Fix, que en un artículo en la revista Zymurgy (“The Detriments of Hot Side Aeration”, Winter 1992) escribió que la fábrica Coors hizo una inversión importante para cambiar su equipamiento cervecero y mover las líneas de alimentación de líquido al fondo de sus hervidores, atribuyendo este cambio técnico para prevenir la temida HSA. También hay que decir que la solubilidad del oxígeno en agua caliente es limitada (siendo 0 a 100 °C, 3,6 mg/l a 75 °C o de 5,7 mg/l a 50 °C). Y muchos más detalles, así como un interesantísimo experimento (con fotos de cervatillos en la nieve) en este link [¡plink!].

Así que… ¿qué podemos sacar de todo esto? Desde el punto de vista de Denny, evitar la aireación del mosto en caliente a nuestro nivel es bastante fácil, así que puedes intentar no hacerla. Es tan simple como usar un tubo a la hora de sacar el mosto de la olla, o evitar verterlo violentamente y con salpicaduras. Ya sabemos todos que el oxígeno es un enemigo de la cerveza, por lo que tendríamos que poner medios para evitarlo si podemos. Pero, al mismo tiempo, no habría que perder la cabeza ni obsesionarse con este punto.

El aceite de oliva como elemento favorable para las levaduras

Hace algunos años, un tipo llamado Grady Hull, que trabajaba en la fábrica de cerveza estadounidense “New Belgium” escribió un artículo que hablaba sobre la posibilidad de usar aceite de oliva en lugar de una aireación convencional, para estimular el crecimiento de la levadura. Resumiendo, la teoría es que las células de levadura usan el oxígeno para sintetizar los ergosteroles [¡plink!], los cuales mantienen flexibles las paredes celulares y facilitan el proceso de reproducción y crecimiento de las levaduras. El razonamiento del estudio es que “eliminando al intermediario” y añadiendo directamente aceite de oliva, conseguiríamos el mismo efecto.

Con dicho artículo se consiguió que los cerveceros caseros pensaran en esta técnica como una alternativa sencilla y barata que sustituiría a la aireación del mosto. Por desgracia, no tuvieron en cuenta lo que realmente estaba haciendo Graddy: usaba el aceite de oliva durante el período de almacenamiento de la levadura, y no cuando era necesaria su propagación en el fermentador. Además, tampoco se percataban de la cantidad tan pequeñísima de aceite que hacía falta. La mayoría de los jombrigüeres que probaron esta técnica reportaron en sus resultados comentarios en plan “bueno, no perjudicaba”. Cabe decir que tampoco perjudica que hagas la “danza del pollo” alrededor de tu macerador cada vez que elabores.

En Experimental Brewing [¡plink!], quisieron comprobar la efectividad del uso del aceite de oliva sustituyendo a la aireación. Cuatro jombrigüeres diferentes dividieron uno de sus lotes en dos distintos, y en uno usaron “aireación por aceite de oliva” mientras que en el otro no usaron ningún método de aireación. La idea era ver si había alguna diferencia espectacular entre un lote y otro. Se suponía que si la técnica de “aireación por aceite de oliva” funcionaba, tendría que haber alguna diferencia reseñable entre esa parte de lote y la que no había sido aireada en ningún momento. Los cuatro jombrigüeres hicieron catas ciegas triangulares de los resultados a un total de 47 catadores. ¿Los resultados? La mayoría de los catadores no encontraron ninguna diferencia en el sabor de las cervezas. Los jombrigüeres reportaron que no había diferencias en el comportamiento de la fermentación de sendos lotes. La conclusión fue que el uso del aceite de oliva como sustituto de la aireación era equivalente a no hacer ningún tipo de aireación en absoluto. Puedes ver los resultados por ti mismo en ExperimentalBrew.com [¡plink!].

Por todo esto, lo mejor es que te guardes tu aceite de oliva para las ensaladas.

Rendimiento entre lavado continuo y lavado por lotes

Antes de empezar con el texto de Denny sobre si obtenemos más rendimiento con el lavado continuo o por lotes, creo que es conveniente invertir un poco de tiempo aclarando la definición de ambos métodos, para aquellos que no lo tengan claro.

Llamamos “lavado” a la etapa final del macerado, cuando, usando algún tipo de artimaña, intentamos aprovechar al máximo los recursos de la malta (azúcares), lo que nos aumentaría el rendimiento o eficiencia del macerado. Hay jombrigüeres que estiman esta etapa como innecesaria, pero la mayoría sí que realizan un lavado de forma sistemática.

Hay dos métodos principales de lavado (luego hay otros, que suelen ser combinaciones de estos dos), y que se conocen usando la jerga inglesa: “fly sparging” y “batch sparging”.

En el “fly sparging”, que traduciríamos como “lavado continuo”, estaríamos rociando a un ritmo constante y lento con agua caliente la parte superior de la cama de granos, mientras que por debajo del macerador estamos escurriendo el mosto, ya filtrado. Requiere un equipo específico capaz de hacer esto y un tiempo a tener en cuenta (suele ser lento). Es crítico saber manejar el flujo de agua y el grosor de la cama de granos, para evitar atascos y/o turbidez excesiva, siendo lo ideal ir añadiendo agua en la misma cantidad que se va desalojando el mosto.

El “batch sparging” es descendiente directo del “parti-gyle” [¡plink!] y es algo más simple que el método anterior. Lo podemos traducir como “lavado por lotes”, y es tan sencillo como drenar completamente el mosto que hay en el macerador, volverlo a llenar de agua caliente, se recircula para configurar de nuevo la cama de granos que hará las veces de filtro y se vuelve a drenar el mosto, y repitiendo todo el proceso las veces que sean adecuadas. Mientras que en el “parti-gyle” se usarían los diferentes drenajes para elaborar distintas cervezas en función de sus densidades, en un “batch sparging” juntamos todos los mostos, compensando las densidades más bajas con las primeras, más altas, y consiguiendo un único mosto con la densidad objetivo.

Frecuentemente, los jombrigüeres dicen que usando la técnica del lavado continuo o “fly sparging” se obtiene un rendimiento mejor que con el lavado por lotes o “batch sparging”. Y eso sería cierto… ¡en un mundo perfecto! Desgraciadamente, no vivimos en un mundo perfecto.

Lo que se intenta decir es que si tienes un sistema de lavado continuo perfectamente diseñado y eres capaz de ejecutar todo el proceso a la perfección, la teoría dice que vas a lograr una mayor extracción mediante dicho proceso de lavado continuo. Pero que la frase esté en condicional es la clave del problema. En realidad, el rendimiento del lavado por lotes va a ser igual de alto (sino más) que el lavado continuo. Cuando haces un lavado por lotes, las variables de diseño del macerador y la de la técnica del lavado, desaparecen. En el mundo real, un rendimiento de entre el 80 y el 85% es posible mediante un lavado por lotes —más o menos el mismo que con el lavado continuo. La decisión de qué método utilizar tendría que estar basada en tus preferencias y opciones de conseguir el equipo necesario, pero no condicionarla a la cuestión del rendimiento.

La temperatura de fermentación

Cuando compras un sobrecito/vial de levadura o miras la página web con las particularidades de dicha levadura, siempre hay un rango de temperatura recomendado para cada cepa. Lo que muchos jombrigüeres no se dan cuenta es que esto simplemente es una guía un tanto vaga del comportamiento de la levadura, y no debe tratarse como una regla de oro. A menudo están recomendando temperaturas más altas de las que la mayoría de los jombrigüeres son partidarios. La temperatura de fermentación de la levadura va a tener un gran impacto en el sabor de la cerveza, y generalmente, cuanto más caliente fermente la levadura, más va a influir en el sabor de la cerveza. Pero dicho impacto no siempre es deseable. Como ya sabemos, los ésteres desarrollados por la levadura van a aumentar a temperaturas más cálidas. Y si la fermentación es demasiado caliente, los temidos alcoholes de fusel aparecerán y pueden convertirse en un problema [¡plink!].

Como regla general, la mayoría de los jombrigüeres prefieren empezar a fermentar a temperaturas más bajas de las recomendadas. La mayoría de los ésteres y alcoholes de fusel se forman durante las primeras 72 o 96 horas de fermentación. Después de eso, ya puedes aumentar la temperatura para provocar una mayor actividad de la levadura y completar con seguridad la fermentación.

Otro de los mitos derivados de esto viene a decir que los estilos belgas se fermentan a temperaturas más altas que otros estilos. Aunque es verdad que algunas cervecerías belgas lo hacen, es bastante más normal ver que siguen una planificación de fermentación más parecida a lo que hemos descrito más arriba, empezando con temperaturas frescas y acabando con temperaturas más cálidas.

La recomendación para cualquier elaboración sería la de empezar a fermentar en la temperatura más baja (o incluso un poco menos) de la recomendada. Piensa en que la reacción exotérmica de la fermentación va a subir un poco la temperatura. Pasados tres o cuatro días, puedes aumentar la temperatura de forma segura. Si notas que la cerveza no ha conseguido el suficiente carácter a levadura del que pretendías en un principio, la próxima vez que elabores la misma receta prueba a empezar a fermentar un poquito más caliente.

En la línea de estos comentarios, el conocimiento general es que elaborar cervezas tipo lager requiere mucho tiempo, y esto quiere decir que vamos a necesitar fermentar la cerveza a temperatura baja durante algunos meses. Pero hay un método de fermentación lager muy antiguo, que también es usado por cerveceros comerciales, que ha empezado a extenderse en el mundillo jombrigüer. Usando dicho método de fermentación, puedes tener una cerveza lager en tu vaso lista para beber en tan solo dos semanas después de su elaboración. Mike “Tasty” McDole ha sido uno de los primeros jombrigüeres en re-descubrir este método y empezar a hablar sobre él. Desde entonces, hemos sido muchos los que hemos empezado a usar este método.

Puedes encontrar más detalles sobre dicho procedimiento en el libro “Homebrew All-Stars” (¡publicidad descarada!) [¡plink!], pero la idea básica es que empieces tu fermentación a 13 °C. Cuando la densidad haya bajado el 50% de lo que estimes bajar, subes la temperatura a 14 °C. Cuando hayas completado un 75% de la fermentación, la subes a 17 °C. Y más tarde, cuando hayas completado el 90%, la subes a 19 °C, y la mantienes así hasta que la cerveza haya completado la fermentación. Con este plan tendrás tu deliciosa cerveza lager en dos semanas en lugar de en dos meses.

Levadura líquida vs. levadura seca

Este es otro de los temas que han cambiado mucho a lo largo de los últimos 20 años, pero que por alguna razón, el viejo dicho de que la levadura líquida siempre es mejor que la levadura seca persiste en el imaginario jombrigüer. El problema es la palabra “siempre”, que tendría que matizarse bastante. Hace algunos años, las técnicas de producción de las levaduras secas eran menos avanzadas que las de hoy, y los sobrecitos con las levaduras podían llegar a su destino con todas las células muertas o contaminarse de algún modo. Pero en la actualidad, es bien cierto que podemos congratularnos de que las cosas son bastante mejores, y existen levaduras secas realmente buenas que no tienen nada que envidiar a las líquidas. Puedes basar tu elección sobre la levadura en el sabor, comportamiento y tus procedimientos favoritos, en lugar de simplemente discriminar entre “seca o líquida”. Un par de levaduras de las favoritas de Denny son secas (las Fermentis Saflager W-34/70 y la S-189).

La recomendación es dar una oportunidad a algunas cepas secas y probarlas por ti mismo, sacando tus propias conclusiones. Te llevarás alguna que otra grata sorpresa.

 * * *

Y esta es la lista (según Denny Conn) de algunos de los mitos más extendidos en el mundillo jombrigüer. Pero indudablemente, hay muchos más, y puede que tú hayas sido víctima de alguno de ellos. Puedes exponerlos en la sección de comentarios y debatir todos juntos si son ciertos o no.

 

Perfeccionamiento de recetas | Bourbon Vanilla Imperial Porter (Denny Conn)

En la revista Zymurgy, concretamente en su número de mayo-junio de 2012, salió un artículo que por aquel entonces me encantó, y que he tenido en cuenta muchas veces a partir de ese día. No solo por el estupendo resultado de su receta de Bourbon Vanilla Imperial Porter, (cuya adaptación de la misma nosotros llamamos “Cajún Vanilla Blues”) de la que hablaremos al final, sino por lo que cuenta acerca del nacimiento de una receta y su perfeccionamiento.
El autor es, nada más y nada menos, que Denny Conn [¡plink!], co-autor de “Experimental Homebrewing” [ ¡plink! ] y autor por sí mismo de un sinfín de textos jombrigüeranos de pro, como el que hoy nos ocupa.
He contactado con el propio Denny para pedirle permiso para traducir su artículo y como es natural en esta afición, su respuesta ha sido positivísima.
Así que, sin más zarandajas, con todos ustedes…

FORMULACIÓN DE RECETAS
Una hoja de ruta hacia la buena cerveza
Por Denny Conn

Imagina que estás a punto de irte de viaje en coche a algún sitio donde no has estado nunca. Tienes hechas las maletas y encajadas en plan tetris en el maletero, el coche lleno de gasolina y a punto, y todo listo para arrancar. Te metes en el coche y empiezas a conducir. Muy pronto, te das cuenta de que no tienes ni idea de dónde está tu destino ni cómo se llega. ¿Qué te falta? Pues te falta una hoja de ruta; un mapa. Ya sea un viejo mapa de carreteras o un documento sacado de Google Maps, necesitas alguna manera de averiguar cómo llegar a tu destino.

Una receta es una hoja de ruta para elaborar la cerveza, que aumenta en gran medida la posibilidad de que la cerveza acabe siendo algo según lo previsto. Aún mejor, el proceso de planificación del diseño de una receta puede ayudarte a asegurarte de que la combinación de los ingredientes que vas a usar resulte en una cerveza excepcional. Pero, así como existen varias carreteras por las que conducir para llegar a tu destino, y algunas son mejores que otras, también hay varias hojas de ruta para la elaboración de una cerveza. Pensado sobre ello primero y un con poco de planificación, podrás encontrar la mejor manera de conseguir la cerveza que te proponías.

El sabor imaginario

Antes de que puedas buscar la manera de llegar a algún lado, tendrás que saber a dónde quieres ir. Ahí es donde entra en juego lo que llamaremos tu “sabor imaginario”. Si eres capaz de imaginar el sabor que quieres que tenga tu cerveza, tendrás un objetivo para tu receta, y elaborarla no será sólo mezclar ingredientes un poco a lo loco para ver qué sale (aunque a veces puede ser interesante probar este planteamiento).

Yo empiezo a diseñar una receta imaginándome a lo que quiero que sepa la cerveza final. ¿Será equilibrada, o mejor con carácter maltoso, o con un marcado sabor a lúpulo? ¿Será de color claro u oscuro? ¿Serán los aromas sutiles, fuertes o complejos? ¿He probado antes alguna cerveza comercial, artesanal o casera que quiero imitar? ¿He visto una receta en un libro, revista o página web que me aporte alguna idea? ¿Tiene mi cerveza imaginaria un estilo definido por la BJCP o algo que ya he hecho antes?

Como ejemplo para ilustrar todo este proceso, vamos a seguir los pasos que yo seguí cuando formulé la receta de mi Bourbon Vanilla Imperial Porter.

  • Quería que fuera una cerveza de Navidad (algo fuera de lo común).
  • Quería que fuera una cerveza potente, tanto en densidad como en sabor.
  • Buscaba un estilo oscuro para el invierno… algo como una Robust Porter.
  • Quizás incluso más fuerte… ¿una Imperial Porter?
  • Una cerveza potente, rica, una Porter con algún carácter de chocolate.
  • Usaría maltas Munich y Crystal, para aportar caracteres maltosos y dulces, que me ayudaran a equilibrar el carácter de chocolate de la porter.
  • ¿La maduraría mucho tiempo? No, no me apetecía esperar mucho.
  • Decidí que si no quería esperar mucho tiempo, podía imitar artificialmente las características propias de envejecer en barril, algo como sabores de vainilla y bourbon.
  • Quería asegurarme, además, de que, aunque la cerveza tuviera sabor a vainilla y a bourbon, dichos sabores no fueran los protagonistas por sí solos, que no prevalecieran sobre el de la malta y demás elementos.

Después de este proceso de planificación mental, consulté algunos libros de recetas y miré algunos enfoques sobre el estilo de la Robust Porter para tener al menos una receta básica por dónde empezar, y comencé a perfeccionarla. Me tomó unos cuatro lotes de prueba haciendo Porters antes de que se me ocurriera algo que pensé que podría funcionar en combinación con los otros sabores que quería usar.

(N. del T.: Realmente, este punto en cuestión es clave, puesto que muchas veces desmotiva que el resultado de la receta no sea el esperado, pero en realidad hay que pensar que es la repetición de los lotes, corrigiendo los defectos y potenciando las virtudes lo que conlleva conseguir una cerveza por encima de la media. Denny reconoce que le costó cuatro lotes llegar a donde quería, y más adelante dirá que algunas recetas le han costado hasta 12 lotes, y es muy posible que después de escribir este artículo, su receta haya seguido evolucionando).

Diseñando la Bourbon Vanilla Imperial Porter

Una de las cosas más importantes a desarrollar fue la gestión del lúpulo. Teniendo en cuenta el sabor a chocolate que me propuse conseguir, necesitaba asegurarme que el lúpulo estuviera equilibrado, y que no predominara. Decidí usar lúpulo Magnum porque a pesar de que es un lúpulo con un nivel alto de alfa-ácidos, el nivel bajo de cohumulona aporta bastante suavidad; un amargor suave, pero de calidad. También tuve en cuenta que al añadir la vainilla aumentaría la percepción de dulzor en la cerveza. Sabiendo que yo quería que la cerveza estuviera en una densidad inicial de unos 1,084-1,087, comencé con la suposición inicial de que yo quería un amargor de alrededor de 50 IBUs.

Cuando probé el primer lote elaborado con estos parámetros, descubrí que había hecho una gran Porter, pero me di cuenta que tenía demasiado amargor para lo que tenía en mente. Añadí algo menos de un kilo de malta Munich y bajé el nivel de IBUs hasta los 20. Esa versión fue demasiado dulce, incluso antes de añadir la vainilla. En el siguiente lote añadí la mitad de malta Munich (algo menos de medio kilo) y aumenté el rango de IBUs a unos 30-40. Es justo lo que andaba buscando. Luego elaboré exactamente la misma receta de nueva para estar seguro de que alcanzar esos resultados era posible por repetición, y que no fue casualidad.

Aunque podía haber empapado las vainas de vainilla en el bourbon para sanitizarlas, no había decidido aún cuánto bourbon quería usar. Pensé que, entre el pH bajo de la cerveza final y el contenido de alcohol, no pasaría nada por poner las vainillas en el fermentador sin precauciones extras. Corté las vainas a lo largo y la limpié de semillas y de todo lo que encontré en su interior. Ahí es donde está la mayor parte del sabor. Luego corté las vainas en trocitos y lo añadí todo a la fermentación secundaria. Después de unos cuatro días, empecé a probar la cerveza para decidir cuándo hacer el trasiego y dejar de madurar la vainilla en ella. Inicialmente había pensado que tardaría unos 11 días, pero luego me di cuenta que influye mucho la frescura de las vainas. Por tanto, lo que realmente se necesita en esta cerveza es probarla y probarla hasta que todo indique que el sabor es el óptimo.

También aprendí que tanto el sabor como el aroma a vainilla son las primeras cosas que se desvanecen, así que de lo que se trata es de conseguir un sabor muy por encima de lo que realmente quieres. Aunque algunos fabricantes de cerveza han expresado su preocupación sobre los efectos de los aceites de vainilla sobre la retención de la espuma, yo no he sufrido ninguno de estos supuestos efectos negativos en absoluto. Cuando se acabó la fermentación, decidí la cantidad de bourbon a añadir con un procedimiento a base de ensayos que describo más adelante en este artículo. El objetivo era darle un toque de bourbon a la cerveza, no un sabor muy pronunciado. Estaba buscando un equilibrio entre el sabor a chocolate de la Porter, la vainilla y el bourbon, y que ninguno de ellos predominara sobre otro.

He escuchado a menudo muchas discusiones acerca si las recetas sencillas son mejores o no. Puedo decir con confianza que las recetas sencillas son, sin duda, las mejores… ¡excepto cuando no lo son! No hay ninguna regla sobre lo complicada que una receta debería ser. El resultado final es cumplir con el objetivo de lo que te proponías. La clave es evitar añadir ingredientes innecesarios que enturbien el sabor de la cerveza. Haz la receta tan compleja como necesite ser, pero no más. Piensa en cada ingrediente de forma individual y pregúntate a ti mismo qué aporta a la cerveza. Si no puedes contestar esa pregunta, déjalo de lado, o considera el lote de cerveza como un experimento para aprender qué aporta dicho ingrediente y poder usarlo con cabeza en el futuro. Piensa en el equilibrio entre los ingredientes y cómo se complementan entre sí cuando se combinan los sabores.

Conoce tus ingredientes

Conocer los componentes de sabor de los ingredientes te permite usar tu “sabor imaginario” para considerar cómo se van a combinar. Hay muchas opciones para aprender acerca de los sabores de ingredientes. La más fácil es probar la materia prima. Mastica algo de malta. Frota algunos granos fuertemente entre las palmas de tus manos para romperlos y luego huele. Toma notas sobre lo que detectas, para que no se te olvide en el futuro y poder usar esa información.

Otra forma es hacer una cerveza con una única malta y un único lúpulo. Al mantener los ingredientes al mínimo, cada uno presentará su propio sabor y perfil de aroma. Por ejemplo, si haces una cerveza usando sólo malta Munich, podrás estar totalmente seguro que todos los sabores de la malta que están en la cerveza, vienen de la malta Munich. La desventaja de hacer esto es que tendrás que preparar una gran cantidad de lotes de prueba para probar algunos de todos los ingredientes que pueden usarse. A lo mejor no es tan malo, ¡pero a buen seguro que tardarás un tiempo en probarlos todos!

Una forma de evitar esto es hacer un té con los ingredientes. Si los remojas en agua caliente como si fuera una infusión, tendrás una idea del sabor. Esto funciona muy bien con los granos o los extractos, aunque un poco menos con el lúpulo. Para los granos, prueba poniendo un vaso de agua en el microondas durante un minuto para alcanzar una temperatura de unos 80 °C. Añade unas cuatro cucharadas de grano molido y deja reposar la mezcla durante al menos media hora para asegurarte de que los almidones del grano se convierten como es debido. Puede que tengas que calentar la mezcla de agua una o dos veces más durante este tiempo.  Yo lo puse treinta segundos más después de que hubieran pasado diez minutos, luego otros treinta segundos cuando pasaron otros diez minutos más y luego lo dejé reposar los diez minutos finales (cada microondas es un mundo, te tocará hace pruebas con el tuyo). Filtra la mezcla con un filtro de café y deja escurrir el líquido. Te quedará un par de cucharadas de un líquido dulce y maltoso que realmente te dejará conocer el verdadero sabor del grano. Asegúrate de apuntar tus impresiones sobre el sabor y el aroma para que puedas compararlo con otro grano más adelante. Una vez que tengas una idea de los sabores individuales de cada grano, intenta hacer un té con una combinación de algunos para ver cómo funcionan en conjunto.

Para el lúpulo, calienta el vaso de agua a 80 °C y añade unos 2 ó 3 gramos de cada lúpulo, ya sea en flor o en pellet. Esto equivale como a un tercio del vaso lleno de flores o a lo mejor una docena de pellets. Deja que los lúpulos reposen unos cinco minutos y filtra el agua con un filtro de café. Pero ten cuidado, ya que este brebaje es amargo y áspero y no es cosa de broma. Este experimento es muy útil para comparar una variedad de lúpulo con otra, y no para descubrir el verdadero sabor y aroma de manera particular. Podrías, por supuesto, hacer una pequeña cantidad de mosto usando granos o extractos y dejando los lúpulos reposando ahí. No será el mismo desafío que en el ejemplo anterior, pero tienes que tener en mente que tanto el sabor de la malta y del lúpulo va a cambiar significativamente durante la elaboración de la cerveza real y el proceso de fermentación. Hacer un té solo te dará una aproximación de lo que se obtiene en realidad.

Afortunadamente, el aroma del lúpulo te puede decir mucho acerca de sus cualidades de sabor. Coge un cono de lúpulo, o un pellet, rómpelo y frótalo entre tus manos para liberar los aceites volátiles. Toma nota del aroma. Si es de flores, de madera, terroso, cítrico, húmedo, fresco… Intenta describirlos tanto como puedas, para luego poder usar esa información en tus recetas al trabajar en tu “sabor imaginario”.

El ingrediente crítico final es la levadura. Puedes usar una cepa de levadura que contribuya muy poco con su carácter propio y que permita a la malta y al lúpulo brillar por su cuenta. Por otro lado, puedes usar una levadura belga o de trigo, que contribuirá con sus ésteres y fenoles de manera notable en el sabor (piensa en clavo, ahumado, plátano, ciruela, pasas), o tal vez una levadura inglesa que aporta sabores frutales y terrosos. Ten en cuenta que la temperatura de fermentación también juega un papel importante tanto en el tipo como en la intensidad de los sabores y aromas de las levaduras. En general, si fermentas en el rango bajo de temperatura de una levadura en particular, tenderás a conseguir sabores más moderados, mientras que en rangos altos, enfatizarás los perfiles de sabor aportados por la levadura. Aunque necesitas tener en cuenta esta información cuando estás formulando tu receta, la única manera real de aprenderla es practicando con la levadura. ¡Caray!, otra vez eso de “elaborar y elaborar”.

Otro factor a tener en cuenta para todos los jombrigüeres todo-grano son los tiempos y temperaturas empleados en la maceración, ya que la temperatura del macerado (y hasta cierto punto, la duración de esos escalones de temperatura) tiene un efecto directo sobre el cuerpo de la cerveza. En general, cuanto más baja es la temperatura y más largo el tiempo de macerado, más fermentable es el mosto. Esto se traduce en una cerveza más ligera de cuerpo. Para que la cerveza tenga más cuerpo, tendrás que usar una temperatura alta en el macerado. Por supuesto, la elección de las maltas, adjuntos y levadura también influirá en el cuerpo, hasta cierto punto, por lo que tendrás que pensar en todo esto para que tu planning de maceración lo tenga en cuenta.

Azúcares y aromas añadidos

Si vas a añadir azúcar a tu cerveza, lo más fácil es probarla directamente y pensar en el impacto que tendrá en el sabor final. Algunos azúcares, como la caña de azúcar, el azúcar de remolacha o el azúcar candi aportarán poco sabor y su impacto será mínimo. Sin embargo, otros, como la miel, el azúcar moreno natural, panela (o piloncillo) o algunos siropes de azúcar candi, pueden tener un impacto más grande en el sabor (dependiendo de cómo de oscuro es el sirope). Los siropes oscuros como el D2 de dark candi, inc. [¡plink!] o el D-180 de Candi Syrup, Inc. [¡plink!] pueden dominar por completo el sabor de una cerveza.

Lo bueno del azúcar es que es fácil probarlo antes de elaborar con él y así poder pensar en cómo puede afectar al sabor de la cerveza. El momento en el que el azúcar es añadido a la cerveza puede tener un efecto diferente en el sabor que se obtiene de dicho azúcar, por lo que también hay que tener esto en cuenta. En general, cuánto más tarde se agregue, más carácter se retiene. Añadiéndolo al final del hervido, o incluso en el fermentador, generalmente tendrán más protagonismo que si se agregan antes.

Ten en cuenta que las adiciones moderadas de azúcar no aportan dulzor a tu cerveza. De hecho, si representa un 10-15% del total de material fermentable, el azúcar tendrá el efecto contrario. El alcohol se traduce en una sensación de sequedad en el paladar, exagerando el amargor y la astringencia. Altas cantidades pueden desembocar en sabores ásperos, duros, y demasiado puede sobrecargar la levadura. Tenlo en cuenta cuando pienses en qué cantidad de azúcar vas a añadir.

Las hierbas y especias normalmente se añaden al final del hervido, de cinco a diez minutos antes de que acabe. Piensa con cuidado antes de añadirlos a una receta. Piensa en que aunque te gusta comer un pepinillo o aceituna cuando tomas una cerveza, no necesariamente querrá decir que si le pones pepinillos o aceitunas a tu cerveza será una idea estupenda. Pero si crees que es lo que quieres, prueba a ponerlos sin que se note mucho. Empieza añadiendo muy poca cantidad de la hierba o especia que quieras usar. Haz un lote y estudia las consecuencias. Haz otro lote y aumenta o disminuye la cantidad de especias basándote en tu experiencia con el primero. Te puedo asegurar que para que estas adiciones queden bien, puede ser muy complicado, y es aquí donde los lotes de prueba, repetidos una y otra vez, te podrán ayudar realmente.

Se pueden añadir aromas como licores, frutas, café, chocolate, o extractos de sabor, en diferentes puntos de la elaboración para producir resultados interesantes. La mayoría de estos ingredientes en realidad no encajan bien en el hervido, y se tienen que agregar después de la fermentación primaria. Esto permite a los alcoholes solubles integrarse con la cerveza y da a la levadura la oportunidad de digerir azúcares de esos aromas, que de otro modo podrían provocar una fermentación incontrolada en la botella. También te da la oportunidad de medir la potencia del sabor antes del embotellado final, quitar todos los sedimentos que hayan podido crearse, y también podrás catar la cerveza y poder corregir el sabor añadiendo más cerveza, si es más fuerte de lo previsto, o más extracto de sabor si es muy ligero.

Es buena idea congelar las frutas antes de añadirlas al fermentador secundario. Esto ayuda a romper las paredes celulares y a extraer el máximo del sabor. Una regla general es usar 120 gramos de fruta por cada litro de cerveza (N. del T.: en realidad, la regla sería una libra de fruta por cada galón de cerveza, y lo de antes es la conversión de medidas), pero hay muchas consideraciones a tener en cuenta sobre esta información. Los 120 g. por litro podría estar bien para fruta de poco sabor o acidez, así que las frutas muy sabrosas o ácidas probablemente requerirán menos cantidad. La formulación de la receta debería compensar el incremento de ácido y de la sequedad de alcohol que impartirá la fruta a la cerveza final. En este blog, más adelante, hablaremos con detalle de la elaboración de cervezas afrutadas.

Si sientes la necesidad de sanitizar la fruta antes de añadirla, evita el calentamiento de la misma (o sea, no la hiervas). Eso podría activar la pectina de la fruta y aparecería en tu cerveza una masa pegajosa (un gel, en realidad). Muchos cerveceros empapan antes la fruta en vodka para desinfectarla. Por lo general, yo suelo confiar en el contenido de alcohol y el bajo pH que la cerveza tiene cuando ya ha avanzado mucho la fermentación para mantener a las bacterias a raya y pongo la fruta directamente.

Para conseguir aromas a café, prueba a añadir los granos de café tostados un poco machacados al fermentador secundario, unos 113-142 gramos podrían bastar (N. del T.: aunque aquí Denny no especifica para qué cantidad de cerveza, podemos estimar que habla del lote completo de unos 20 litros). Para acentuar el sabor a café (o hierbas y especias) prueba a añadirlo cuando embotelles la cerveza, pero no lo intentes con nada que fermente. Pon algo de cerveza en un vaso o jarra, antes de ponerle azúcar para la carbonatación y añade una pequeña cantidad del aditivo en cuestión, y luego prueba el mejunje. Pídele a alguien que también lo pruebe, para tener distintos puntos de vista. Cuando llegues a una cantidad correcta, extrapola la cantidad añadida a la cantidad de líquido en el vaso y añade dicha cantidad calculada al lote completo.

Cuando uses un licor como aditivo de sabor, puedes calcular el contenido adicional de alcohol con una ecuación simple. Multiplica la cantidad de licor que estás pensando en añadir por el alcohol contenido en el licor. Por ejemplo, si estás añadiendo 500 ml. de un licor con 40% de alcohol, puedes saber que como 40 x 0,5 litros = 20 puntos. Si lo estás añadiéndolo a un lote de 19 litros que tiene un 7% de alcohol, la cerveza ya tiene 7 x 19 = 133 puntos. Si lo juntas todo, tendrás 19,5 litros con 153 puntos, lo que equivale a 153 / 19,5 = 7,85 % de alcohol en la mezcla final.

La formula sería:

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Otros recursos

No pases por alto otras ideas cuando estés pensando sobre las características de la cerveza que estás desarrollando. Prueba ejemplos comerciales de cervezas que ya tengan ingredientes o atributos en los que estás pensado. Haz preguntas a otros cerveceros. Un gran recurso son los foros de cerveceros caseros. En el foro de la AHA tienes secciones dedicadas tanto a ingredientes como a recetas de cerveza (y por supuesto, en el de la ACCE [¡plink!], ni te cuento). Puedes discutir ideas con otros jombrigüeres y conseguir consejos sobre los ingredientes y técnicas de elaboración.

Los libros de recetas pueden ayudarte mucho en la formulación de tus propias recetas. Compara recetas en varios libros. Busca ingredientes en común, o ingredientes que no parezcan tener mucho sentido. Analiza la razón por la que se usa cada ingrediente. Compara recetas entre libros. Si lo que tienes en mente encaja en una categoría de la BJCP, entonces mira su guía de estilos. Podrás tener una buena idea del sabor, aroma, cuerpo y demás características de un estilo en concreto. Compara esta información con la que tu “sabor imaginario” te está diciendo. A continuación, vuelve atrás y mira las recetas de nuevo y piensa en cómo puede (o no puede) cumplir con los ejemplos de referencia.

Puesta a punto

Elaborar una cerveza repetidas veces usando la misma receta, pero cambiando solo una cosa en ella es la mejor manera de afinar tu “sabor imaginario”, conociendo, poco a poco, los ingredientes y procesos. Sé que a un montón de jombrigüeres no les gusta esta idea y prefieren tirar p’alante y preparar algo nuevo. No hay nada malo en eso, pero a menos que tengas la gran suerte de conseguir tu receta soñada a la primera, elaborar la cerveza de nuevo con un solo cambio cada vez es el camino más seguro si quieres conseguir lo que buscas. Algunas de mis recetas pasaron por más de una docena de lotes de prueba antes de que se ajustara a lo que quería.

Resístete a la tentación de hacer más de un cambio a la vez cuando repitas una receta. Intenta añadir más o menos de un ingrediente, intercambia un ingrediente por otro, o cambia la temperatura de maceración, por ejemplo. Siempre es una buena idea guardar algunas muestras del lote anterior para poder comparar los cambios en los ingredientes o el proceso. Es muy cierto que el lote anterior ya haya experimentado algunos cambios que de alguna manera van a alterar el sabor original, pero si tomas buenas notas cuando probaste por primera vez dicho lote, deberías ser capaz de darte cuenta de las diferencias.

El resultado de todo este modo de pensar, imaginar y repetir elaboraciones es una cerveza con la que puedas sentarte y decir “de verdad, ¡lo he hecho!”, desde el concepto hasta la producción. Cuando alguien te felicite por la cerveza, podrás tener la satisfacción de saber que estás representado en cada sorbo.

RECETA: BOURBON VANILLA IMPERIAL PORTER
Para 19 litros

5,000 kg. Malta Pale
1,100 kg. Malta Munich (10 ºL)
0,680 kg. Brown Malt (70 ºL)
0,227 kg. Crystal Malt (40 ºL)
0,454 kg. Crystal Malt (120 ºL)
0,566 kg. Chocolate Malt (350 ºL)

18 g. Magnum (15% AA), 60 min.
11 g. East Kent Goldings (6% AA), 10 min.

2 pce Vainas de vainilla (en fermentación secundaria)

Levaduras: WY1450, WY1056 o DLC Yeast, o la US-56 Fermentis American Ale

Densidad Original: 1,086
Densidad Final: 1,026
SRM: 45,4
IBU: 38,1
%R: 73%

Indicaciones

Macera a 68 °C durante 60 minutos con 23 litros de agua. Haz el lavado con agua suficiente para conseguir un volumen correcto en la olla de hervido. Fermenta a 17-18 °C hasta que la densidad esté cerca de 1,026. Cuando se complete la fermentación, corta dos vainas de vainilla a lo largo. Separa todas las semillas y demás cascajos de su interior, y añádelos al fermentador. Rompe las vainas en varios cachos de un centímetro y medio o dos y añádelos también al fermentador. Déjalo todo en fermentación secundaria unos 10-14 días, y luego prueba la cerveza. El sabor a vainilla tiene que ser un poco fuerte al embotellar, ya que luego disminuirá. Si el sabor a vainilla es adecuado, haz el trasiego para embotellar (o embarrilar) y añade aproximadamente 375 ml. de Jim Beam Black o cualquier otro bourbon barato (llegados a este punto, si la receta indica 0,375 litros para un volumen final de 19 litros, podemos decir entonces que en realidad estamos hablando de unos 20 mililitros por cada litro de cerveza que embotelles). Deberías conseguir un sabor de una Porter chocolateada, vainilla y bourbon en perfecto equilibrio. A esta cerveza no la beneficia una guarda prolongada, lo ideal es consumirla pasados unos 4 ó 5 meses y acabar tus existencias antes de que supere el año.

 

Hasta aquí, el artículo de Denny. Hoy por hoy, he asumido todos los consejos y como ya dije antes, los tengo muy presentes, pero reconozco que cuando leí el artículo por primera vez me pareció apasionante, por eso he querido compartirlo con todos vosotros con la esperanza de que a alguien pueda ayudarle, y que sus cervezas mejoren. Ya sabéis lo que suelo decir: el mundo es mejor si hay mejores cervezas en él.

El primer reto es adaptar la receta a las maltas europeas y a cada uno de nuestros equipos, así que ya tenéis entretenimiento (la receta es recomendable 160%). Como último apunte, a pesar de que en el artículo se mencionan unos 20 ml de bourbon (2 cl) por cada litro de cerveza, en las pruebas de la Cajún Vanilla Blues lo fuimos reduciendo incluso hasta la mitad (10 ml.) en algunos lotes, y tampoco queda mal. Lo suyo es, puesto que esto va en gustos, que antes de embotellar hagáis la prueba como se indica en el artículo, añadiendo diferentes cantidades de bourbon a una cantidad fija de cerveza y eligiendo la más apetecible. Luego es extrapolar y listo.